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– Vamos niños, vamos a buscar otro refresco -dijo tomando a Andrew y a Kit de la mano.

Natalie había encontrado a otros niños de su edad nada más llegar y estaba jugando tras el tenderete.

– Iré contigo -empezó a decir Cal.

Entonces vio a una atractiva mujer con un vestido azul que se estaba acercando a él con una sonrisa.

– ¡Cal! ¡Cómo me alegro de verte de nuevo! ¿Eres de verdad el capataz de Wilparilla?

Juliet se escabulló antes de darle a Cal la oportunidad de presentarla. No podía soportar aquella incredulidad de nuevo.

Kit y Andrew no estaba acostumbrados a las multitudes y se estaban poniendo muy pesados. Juliet compró refrescos y buscó un sitio donde sentarse a la sombra de la tienda. Allí se estaba más tranquilo.

Desde la distancia pudo ver a Cal que seguía hablando con la mujer de azul. Era evidente que eran viejos amigos. Juliet se preguntó si estaría casada. Parecía tan adecuada para él. Juliet apretó los puños y apartó la vista para distraerse con la conversación a sus espaldas.

– ¿Te lo imaginas de capataz de Wilparilla? Debe odiarlo.

– Ya conoces a Cal. Hará lo que haga falta para conseguir lo que quiere. Y no creo que tarde mucho. La viuda está aguantando más de lo que pensábamos, pero al final tendrá que vender y él podrá recuperar Wilparilla.

– ¿La has visto? Es una mujer muy guapa. Debería casarse con ella y ahorrarse su dinero. No puedo creer que no se le haya ocurrido.

– Quizá ella no lo quiera.

Su amigo lanzó un bufido de incredulidad.

– Él es un buen partido. Por lo que he oído, ganó mucho dinero en Brisbane.

– No creo que eso sea suficiente para Cal. Yo también la he visto y no se parece en nada a Sara. Yo no diría que la señora Laing sea su tipo.

El primero de los hombres estaba diciendo algo que Juliet no pudo entender y su compañero lanzó una carcajada.

– Puede que tengas razón, pero a mí me parece que lo único que le interesa a Cal es recuperar el rancho. Wilparilla significa para él más que ninguna mujer. ¿Quieres otra cerveza?

Así que era aquello. Juliet se sintió enferma y muy débil. Miró hacia Cal, inmerso todavía en la conversación con la mujer de azul.

A Cal le estaba costando concentrarse en la charla. No dejaba de mirar a sus espaldas donde estaba Juliet con los niños a la sombra de la tienda. Cuando volvió a mirar se encontró con los ojos de Juliet. Por su expresión de pena supo al instante que lo había descubierto. Era el momento que llevaba todo el día temiendo y ahora había llegado.

Sin molestarse siquiera en disculparse con su amiga, Cal se fue con rapidez adonde estaba Juliet por miedo de que se alejara de él. Pero ella siguió sentada, derrotada y esperándolo. No tenía adonde ir. Alzó la vista con la cara pálida de la conmoción y la traición. Andrew se levantó y agarró la mano de Cal.

– ¿Podemos ver a los caballos ahora?

Cal ni siquiera le oyó. Estaba mirando a Juliet.

– Intenté decírtelo.

– No lo intentaste mucho -dijo ella sin molestarse en ocultar su amargura.

– Juliet, no es lo que tú piensas -empezó Cal con prisa.

Pero Juliet ya se estaba levantando sacudiendo la cabeza cuando quiso ayudarla.

– No quiero hablar de esto delante de los niños -dijo con dureza-. Quiero irme a casa. Dile a Natalie que no me siento bien si quieres, pero vete a buscarla. Yo llevaré a Kit y a Andrew.

Kit empezó a protestar al oír la palabra casa, pero Juliet no le hizo ni caso y tomando a los niños de la mano con firmeza se fue adonde estaba aparcado el pequeño avión. Se mantuvo rígida, como si fuera la única forma de evitar derrumbarse.

Maldiciendo su propia estupidez, Cal la observó alejarse. Deseaba salir corriendo detrás de ella y hacerla escucharlo, pero Juliet tenía razón. Tendrían que esperar hasta llegar a casa.

El vuelo de vuelta lo hicieron en un denso silencio. Cal pilotaba con cara sombría. Natalie estaba enfadada porque le hubieran interrumpido el juego y lo niños estaban cansados. Juliet no se permitió a sí misma ni pensar. En cuanto empezara a hacerlo, sabía que la pena sería insoportable.

De alguna manera, consiguió pasar el resto del día sin llorar delante de sus hijos. Moviéndose con rigidez, como una vieja, les dio la cena, les leyó un cuento y los acostó. Tenía la garganta atenazada cuando se inclinó para besarlos. Kit y Andrew querían a Cal también. Habían aprendido a confiar en él, a tratarlo como el padre que nunca habían tenido. ¿Cómo iban a poder soportarlo cuando se fuera? ¿Y cómo iba ella a aguantar la pena?

Pudo oír a Cal hablar con Natalie por alguna parte. Con debilidad, salió a la terraza y se sentó en los escalones del porche. Ahora podría llorar, pensó aturdida. Pero las lágrimas no llegaron. La miseria que sentía era como una pesada losa.

Ella había amado a Hugo y él le había mentido. Se había enamorado de Cal y ahora él también le había mentido. Se había permitido amarlo y ser feliz; había confiado en él y lo único que él buscaba era recuperar Wilparilla.

Juliet no se había sentido nunca tan traicionada, sola y desconfiada. Creyó que había aprendido la lección la primera vez y ahora había caído de nuevo.

Debería haber sabido que en la única persona en quien podía confiar era en ella misma.

Cuando Cal salió por fin, ella seguía sentada en lo alto de los escalones con la cabeza gacha y las manos apretadas contra los ojos con gesto de desesperación. El pudo ver la parte trasera de su cuello, tan suave y vulnerable y se le partió el corazón.

Había tardado una eternidad en comprender lo mucho que la amaba, pensó con amargura. Había sido un tonto. Debería haberle dicho desde el principio lo que estaba haciendo en Wilparilla, pero se había dejado llevar y no había querido pensar en nada mientras estaba con ella. Ni siquiera había sabido que estaba enamorándose de lo ciego que había estado.

¿Cuándo había ocurrido exactamente? ¿Cuándo había dejado de querer Wilparilla para querer sólo a Juliet? Cal bajó la vista con el corazón encogido. Lo último que había querido era enamorarse de ella, pero lo había hecho y ahora era demasiado tarde para decírselo. Ya no le creería nunca.

Se sentó en el escalón al lado de ella sin tocarla. Juliet no alzó la vista ni apartó las manos de los ojos, pero sabía que estaba allí.

– ¿Es verdad? -preguntó por fin con voz ahogada.

– ¿Que antes era el dueño de Wilparilla? Sí, es verdad.

La última esperanza de Juliet cayó por tierra. Bajó las manos y lo miró con expresión apesadumbrada.

– ¿Por qué me mentiste?

– Yo no te mentí -dijo Cal con pesadez-. Simplemente no te dije toda la verdad. Todo lo que te dije acerca de vender y lo de que Natalie quería volver, era todo verdad. Te dije que quería vivir en el campo de nuevo pero lo que ella quería era estar aquí, en Wilparilla. Y yo también quería. Había puesto años de duro trabajo en este rancho y después de irme mantuve el contacto con gente de aquí. Oí que Hugo lo estaba dejando arruinar y odiaba la idea. Y entonces Pete Robbins me contó que tu marido había muerto.

– Así que pensaste en explotar a la apesadumbrada viuda y convencerla que vendiera antes de tener la oportunidad de saber lo que estaba haciendo.

– Esas ofertas eran mías, sí. No podía creer que no quisieras volver a tu país después de perder a tu marido. Pero te ofrecí un precio justo, más de lo que realmente vale, y aún así no lo aceptabas.

– Y tú tampoco aceptas un no por respuesta, ¿verdad?

– No -admitió él-. No estaba dispuesto a abandonar. Todavía pensaba que podría hacerte cambiar de idea en cuanto comprendieras lo difícil que sería dirigir Wilparilla tú sola. Estaba esperando tu respuesta cuando hablé con Pete de nuevo y me dijo que estabas buscando un capataz. Como no parecías querer vender, decidí aceptar el puesto. Al menos estaría aquí y evitaría que Wilparilla se arruinara por completo.