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Juliet tenía la cara tensa y la expresión distante.

– ¿Y en mejor posición para convencerme de que vendiera? -preguntó con amargura-. ¿Es eso en lo que han consistido las semanas pasadas? ¿En un intento de suavizarme? ¿Esperando por el momento oportuno para darme la noticia cuando no tuviera otro remedio que vender?

– Sabes que no ha sido así -dijo Cal con un suspiro.

– ¿Lo sé? -sus ojos azules estaban brillantes de la rabia y las lágrimas-. No creo que sepa nada ya nunca.

Cal se pasó la mano por la cara con desesperación.

– ¡Juliet, no ha sido así! Comprendí cuando fuimos a recoger el ganado que no ibas a vender y que nada de lo que yo hiciera te convencería de lo contrario. He hecho todo lo posible por ponerte las cosas difíciles, sólo para demostrar que no aguantarías, pero aguantaste como una leona.

– Entonces cambiaste de idea, ¿verdad? -dijo sin molestarse en esconder su incredulidad.

– ¡Sí! Iba a irme cuando acabara el período de prueba, pero entonces… Bueno, ya sabes lo que pasó, Juliet. Ya no quería irme.

– ¿O se te ocurrió una idea mejor?

Él frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir?

– Has hecho un trabajo de seducción estupendo. Debió parecerte un sistema mucho más fácil de recuperar Wilparilla.

– ¿De qué estás hablando?

– Vamos a enfrentarnos a la realidad. El matrimonio hubiera solucionado todos tus problemas. Era un buen plan, ¿verdad, Cal? Casarte conmigo, lo que estoy segura de que te pareció muy fácil y tendrías tu precioso rancho de nuevo sin tener siquiera que pagar por él, más una esposa para cuidar de Natalie y sexo cuando te apeteciera.

Cal sintió una oleada de profunda rabia. ¿Cómo se atrevía Juliet a sugerir tal cosa?

– ¡Yo no hubiera querido Wilparilla a ese precio! -explotó con la misma crueldad que ella-. El sexo ha sido bueno, pero no creas que tanto. ¡Y preferiría comprar otro rancho y empezar de nuevo antes que atarme de por vida a una mujer como tú! -la miró con desdén-. Yo no te necesito, Juliet. Puedo cuidar yo mismo de Natalie, pero tú sí me necesitas a mí.

– ¡No te necesito! -gritó Juliet en un intento desesperado por convencerse a sí misma-. ¡No necesito a nadie! Pondré un anuncio para buscar a un nuevo capataz. Y si no fuera por Natalie te diría que te fueras mañana mismo, pero por su bien, puedes quedarte hasta que llegue tu sustituto. Entonces quiero que te vayas.

Cal tenía la cara rígida.

– Natalie no necesita ningún favor tuyo. Nos iremos mañana.

Sin decir una sola palabra más, bajó los escalones y se perdió en la oscuridad. Cuando desapareció de la vista, Juliet se derrumbó y enterrando la cara entre las manos, lloró con desconsuelo.

– Le hemos traído el correo, señora Laing.

El vaquero le pasó un puñado de cartas con turbación.

Los hombres habían bebido tanto que no habían podido conducir después y habían vuelto al día siguiente. Y ahora sufrían de una resaca descomunal.

Les había parecido buena idea recogerle la correspondencia en señal de paz, pero ahora era evidente que no había hecho falta que se hubieran molestado. Juliet ni siquiera había notado su ausencia y por su expresión, no podría haberle importado menos.

Agarró las cartas distraída. Había conseguido llorar por fin, pero no había pegado ojo en toda la noche mientras las palabras de Cal resonaban en su cabeza y la decepción retumbaba en su corazón.

Tenía los ojos hinchados, se sentía temblorosa y enferma de pena y falta de sueño. Maggie le había mirado a la cara cuando había llegado y se había llevado a los niños a la cocina. Juliet escuchó voces apagadas en la distancia. Maggie y Natalie habían sabido la verdad todo el tiempo, pero no se lo habían dicho y eso le dolía casi tanto como lo demás.

Nunca se había sentido tan sola y desesperada. Se sentó en el porche y se puso a ojear la correspondencia. Había una carta de su madre y otras de un par de amigos, pero no tenía valor para abrirlas. El resto serían probablemente facturas y tampoco quería verlas. La última sólo decía Sydney. Era la única que no pudo identificar, así que rasgó el sobre sin curiosidad pensando en Cal. ¿Dónde estaría? ¿Se iría de verdad como había dicho? ¿Y qué haría ella entonces?

Sobrevivir, pensó con amargura. Ya lo había hecho antes y lo volvería a hacer. Tenía a los gemelos y tenía Wilparilla. Lo conseguiría.

Absorta en sus pensamientos, estaba a mitad de la carta cuando se enteró de lo que estaba leyendo y los ojos se le nublaron de desesperación. Era de los padres de Hugo, las últimas personas de las que quería oír hablar. ¿Por qué tenían que haber escogido precisamente aquel momento para escribir? Juliet volvió al principio y empezó a leer de nuevo. Cuando terminó, la dejó caer en el regazo y se quedó mirando al vacío durante largo rato antes de levantarse con rapidez, recoger su sombrero y salir a buscar a Cal.

Capítulo 10

LO encontró arreglando la puerta de un corral con furia concentrada. Alzó la cabeza un instante y volvió a bajarla para doblar la obstinada pieza de metal, furioso consigo mismo por el vuelco que le había dado el corazón al verla. Tenía tan mal aspecto como él se sentía, con los ojos hinchados y la pena marcada en cada línea de su cara, pero seguía manteniendo la cabeza ladeada con aquel gesto galante que tanto le gustaba y le hacía desear rodearla con sus brazos y consolarla.

Excepto que era demasiado tarde para eso.

Juliet le observó dividida en emociones conflictivas. Lo amaba, lo odiaba y ya no sabía lo que sentía por él. Lo único que sabía era que le había mentido.

Tragó saliva y se acercó los últimos metros.

– ¿Has hablado ya con Natalie? -le preguntó.

Tenía la garganta tan atenazada que le costaba un esfuerzo ímprobo hablar.

– No, todavía no -Cal siguió golpeando el metal con rabia. Él tampoco había dormido nada la noche anterior y le costaba pensar con claridad. Había sido incapaz de decírselo a Natalie por la mañana y necesitaba desahogar su furia haciendo algo físico-. No te preocupes. No me he olvidado. Se lo diré en cuanto termine esto.

– He… he recibido un carta esta mañana.

No pudo seguir de lo seca que tenía la garganta. Sólo pudo quedarse allí mirándolo con los labios apretados mientras luchaba por contener las humillantes lágrimas.

Cal escuchó la voz temblarle y alzó la vista hacia su cara desviada.

– ¿Una carta?

– De los padres de Hugo. Están en Sydney y quieren venir a ver a Kit y a Andrew.

Cal soltó las tenazas en el poste de la puerta, se quitó el sombrero y se secó la frente con el dorso de la mano.

– Son sus abuelos -le recordó.

– Ya lo sé -dijo ella retorciéndose las manos-. Pero no sabes cómo son. Vendrán aquí, odiarán este lugar y entonces conseguirán que los gemelos vuelvan a Inglaterra.

– No pueden obligarte a hacer algo que no quieres.

– ¡Claro que pueden! ¡Pueden hacer lo que quieran! Mira cómo nos empaquetaron a Hugo y a mí para Australia -Juliet notó el creciente tono de histeria de su voz y cerró la boca para respirar despacio-. Les tengo miedo. Tengo miedo de que controlen la vida de mis hijos como controlaron la de Hugo.

Cal no respondió al instante. Nunca antes había oído a Juliet admitir que tenía miedo.

– ¿No puedes decirles que no es un momento conveniente?

– Vendrán, de todas formas. Cal, ya sabes que… te… pedí ayer que te fueras.

Cal podría haber dicho que se lo había ordenado más que pedido, pero no tenía sentido discutir por las palabras.

– ¿Y?

– He cambiado de idea -dijo con rapidez-. Todavía creo que sería mejor que te fueras, pero… pero, ¿podrías quedarte hasta que se vayan los padres de Hugo? Si no hay capataz aquí cuando vengan, será evidente que no tengo las cosas bajo control y empezarán a presionarme para que me vaya…