Juliet miró a Cal a los ojos.
– ¿Te importa?
– No, no me importa -se preguntó si le iba a decir que había encontrado otro capataz-. ¿Vamos hasta el arroyo? Estaremos más tranquilos.
– Sí -dijo Juliet agradecida.
Ahora que había llegado el momento, parecía haberse quedado sin valor y no sabía por donde empezar.
Caminaron a lo largo del arroyo en silencio. Juliet agarró un puñado de hojas secas y las apretó para aspirar su aroma. ¿Debería decirle simplemente que lo amaba? ¿O sería menos amenazante si le proponía el matrimonio como una solución práctica para los dos?
Cal la miraba deseando poder tomarla en sus brazos y borrar la tristeza de su cara. Sabía que no le creería si le decía que ya no le importaba Wilparilla si no podía tenerla a ella.
El silencio se alargó por miedo a empezar la conversación y que acabara en una amarga desilusión. Por fin lo rompió Cal.
– ¿Qué tal te ha ido con los padres de Hugo?
– Bien -Juliet se volvió para mirarlo-. Lo cierto es que mejor que bien. Tenías razón. Ellos han cambiado. Fue un poco difícil al principio, pero los gemelos ayudaron bastante. Se lo pasaron de maravilla y los padres de Hugo estuvieron felices con ellos -. Juliet abrió la mano y dejó caer las hojas secas-. Parece horrible, pero por primera vez comprendí lo que significó para Anne la pérdida de su hijo. Hablamos mucho de Hugo y me dijo lo difícil que había sido de niño. Ellos lo querían, pero no sabían cómo tratarle. Cada vez que hacía algo mal, sentían que le habían fallado e intentaban compensarlo en vez de castigarlo. Bueno, hicieron lo que pudieron.
– Es una pena que no pudierais haber hablado antes.
– Creo que ayudó mucho el estar en un terreno neutral -Juliet lo miró-. Eso fue idea tuya.
– ¿Intentaron convencerte de que volvieras a Inglaterra?
– Sí, pero sin forzarme. Me ofrecieron pagar la educación de los niños y darles una seguridad económica, que es más de lo que yo puedo hacer por ellos.
– ¿Y qué les contestaste?
– Que lo pensaría -dijo sin mirarlo.
Era verdad. Si no le salía bien lo de Cal, la única opción que podría quedarle era volver a Inglaterra. Pero lo único que tenía que hacer era preguntarle.
– ¿Y si lo hicieras, venderías Wilparilla? -preguntó él.
Juliet lo miró un momento apesadumbrada. Lo único que le importaba era recuperar su rancho. ¿Para qué iba a pedirle que se casara con ella cuando estaba claro que no quería compartirlo? Ya era hora de que admitiera la derrota y se llevara a los gemelos a Inglaterra, donde al menos no le atormentaría el recuerdo de Cal todo el tiempo.
– Supongo que sí.
Cal dio un paso apresurado hacia ella.
– Juliet. Déjame comprarte Wilparilla.
Ella cedió entonces.
– De acuerdo.
– ¿Me lo vendes?
Su ansiedad le dolió como una puñalada.
– ¡Sí! -gritó apartándose de él como si la hubiera abofeteado-. Sí, si eso es lo que quieres, te lo vendo.
Pudo oír que Cal la seguía y apartó la vista al borde de las lágrimas.
– ¡Vete! -murmuró.
– No he terminado -dijo Cal.
– ¡Te he dicho que te lo vendo! ¿Qué más quieres?
– Te quiero a ti.
Hubo un larguísimo silencio. Juliet no se atrevía a creer lo que había oído.
– ¿Qué? -susurró.
– Juliet, estoy enamorado de ti. Te necesito. No quiero Wilparilla si no puedo tenerte a ti aquí. Sólo quería comprarlo para que supieras que no era por eso por lo que iba a pedirte que te casaras conmigo.
– ¿Que tú quieres casarte conmigo?
Juliet tenía miedo de despertar y descubrir que aquello sólo había sido un sueño.
– Wilparilla no significa nada sin ti y los niños -Cal la tomó de las manos-. No vuelvas a Inglaterra, Juliet. Perteneces aquí, conmigo.
Juliet sintió la cálida fuerza de sus dedos y alzó la vista, con los ojos enormes y brillantes. Intentó hablar pero no pudo y Cal perdió el valor.
– ¡No me mires así! -dijo con desesperación-. Nunca quise hacerte daño, Juliet. Ya sé que debería haberte contado que había sido el propietario de Wilparilla, pero no quería perderte. Tienes que quedarte aquí. Tienes que hacerlo.
Por miedo a que ella se diera la vuelta y se fuera, Cal le apretó más las manos.
– No tienes por qué casarte conmigo. Me contentaría con seguir de capataz si te quedas.
Juliet tenía tan atenazado el pecho por la emoción que apenas podía respirar.
– No te quiero como capataz.
– ¿Quieres que me vaya?
La expresión de Cal fue de desmayo.
– No, no quiero que te vayas -esbozó una tímida sonrisa-. ¿Sabes que te dije que quería hablar contigo?
– ¿Sí?
– Iba a pedirte que te casaras conmigo -dijo con los ojos brillantes por las lágrimas-. Sabía que no soportaría estar aquí sin ti, pero entonces pensé… pensé que sólo querías Wilparilla después de todo.
Las lágrimas se le derramaron entonces y Cal lanzó un suspiro.
– Juliet -dijo atrayéndola a sus brazos para abrazarla con fuerza y apoyar la barbilla en su pelo-. Juliet, cariño, lo siento tanto. No sabía cómo convencerte de que te amaba. Tenía miedo de que siempre pensaras que Wilparilla era la razón por la que te había pedido que te casaras conmigo.
Juliet se apretó a él desbordada por sentir por fin sus brazos. Había tenido tanto miedo de enfrentarse a la vida sin poder abrazarlo nunca… Y ahora allí lo tenía, diciéndola que la amaba y ella era tan feliz que no podía dejar de llorar.
Cal la besó en el pelo.
– Ha sido un infierno estar sin ti. Todos te hemos echado de menos. Natalie estaba desesperada, Maggie no ha dejado de decirme lo tonto que he sido y hasta los hombres preguntaban por ti. Pero nadie te ha echado de menos tanto como yo. Te deseaba todo el tiempo. Te quería aquí conmigo, quería poder tocarte, ver tu sonrisa de nuevo.
Juliet alzó la cabeza y esbozó una débil sonrisa y por fin él la pudo besar con un largo y hambriento beso.
– ¡Oh, Cal, te quiero tanto! -murmuró contra su pecho-. He sido tan desgraciada desde que comprendí que me había enamorado de ti. Ahora me gustaría habértelo dicho, pero no dejaba de recordar el pacto que habíamos hecho. Y el amor no entraba en ese pacto.
– Nos hemos estado engañando a nosotros mismos. Y hablando de pactos, ¿No se ha pasado nuestro período de prueba?
– Sí -dijo Juliet apartándose para poder sonreírle-. Creo que es hora de hacer tu posición permanente, ¿no te parece?
Cal lanzó una carcajada y la atrajo hacia sí.
– Me parece bien, jefa.
– ¿Jefa? Pensé que ibas a comprarme el rancho.
– No todo. Compraré la mitad y así seremos socios iguales. ¡Pero tú siempre serás mi jefa!
– ¿Ah, sí? ¿Quiere eso decir que harás todo lo que yo diga de ahora en adelante?
– ¿No lo he hecho siempre?
Juliet lanzó una carcajada ante su expresión de inocencia.
– ¡Podrías haberme engañado! Creo que me gustaría tener una prueba de que vas a hacer lo que te ordene… Y puedes empezar besándome otra vez.
Cal obedeció y siguió besándola hasta que el sol empezó a ponerse y volvieron a la casa con los niños que los esperaban.
Se casaron seis semanas más tarde bajo tos árboles de caucho que Juliet veía cada tarde desde el porche. Su segunda boda fue muy diferente de la primera, pensó Juliet feliz mientras bajaba los escalones del porche de la mano de Cal.
La otra había sido un gran acontecimiento social con vestido largo de novia y un extravagante bouquet de flores. Esa vez llevaba un vestido largo sin mangas de color marfil de una tela tan fina que se agitaba con la mínima brisa. El único adorno eran las aperturas hasta la rodilla de los laterales, pero por lo demás el vestido era de lo más simple. Juliet no había querido estropear su simpleza poniéndose ningún adorno y la única concesión habían sido unas sandalias doradas. Cal había sacudido la cabeza con asombro cuando se había enterado que habían costado más que el vestido.