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– ¿Tienes trabajo a esta hora? -preguntó, quitándose la chaqueta para colocarla en torno a los hombros de ella-. ¿Qué haces?

Esos ojos azul medianoche le lanzaron a sus manos una mirada que lo impulsó a alzarlas.

– Tengo que ponerme al día con unas lecturas -respondió, arrebujándose en la chaqueta-. Gracias por la chaqueta.

– ¿Lecturas?

– No tengo ganas de hablar de ello. -Eres quisquillosa con respecto al trabajo -asintió-. Apuntado.

– Bien.

– ¿Qué te parece si me das tu nombre? ¿O también eres recelosa con eso?

Alargó la mano otra vez hacia la copa y echó la cabeza atrás mientras se la terminaba, luego se lamió los labios con un gesto no calculado y terriblemente sexy que hizo que Mike quisiera gemir.

– Esta noche -repuso al fin- soy recelosa con todo -pero no intentó levantarse-. No quiero hablar de mi trabajo, de mi nombre ni de mi vida. No quiero hablar de política ni de titulares -lo miró con esos ojos asombrosos-. ¿Sigues queriendo mantener una conversación conmigo o te he espantado?

En su expresión, había algo más que un pequeño desafío, y Mike, el menor de cuatro hermanos de una familia de militares, nunca en su vida había rehuido un reto.

La mirada de ella era intensa y directa, y le impedía registrar el ruido que los rodeaba. Sin embargo, sí noto que el local se llenaba aún más con gente que buscaba refugio de la tormenta. Le pareció fantástico, ya que lo empujaba un poco más hacia esa mujer que todavía aguardaba una respuesta.

– No me asusto con facilidad -contestó.

– Entonces estoy perdiendo mi toque. -Dime cómo te llamas.

– ¿Por qué?

– Siento la necesidad de llamarte de alguna manera.

– Perfecto. Llámame Lola -enarcó una ceja en lo que podría haber sido modestia o humor irónico-. Sí, esta noche servirá Lola.

El cabello empezaba a ondularse al secarse, con algunos mechones que le caían sobre la cara, aunque ella no paraba de apartárselos.

– Por lo general, los hombres juntan las botas cuando paso -apuntó con indiferencia-. Tengo fama de ser terrible en el trabajo.

– Ah, pero no hablamos de trabajo, ¿lo has olvidado? Ni de tu nombre verdadero, ni de la vida, política ni titulares.

A1 oír repetidas sus propias palabras, se le curvaron los labios.

– No eres de aquí. No tienes el estilo lento del sur ni tampoco ese acento que consigue que tantas mujeres quieran desmayarse.

– Puedo imitarlo -dijo con sonrisa perezosa y perfecto acento de Alabama-, si con ello logro que te desmayes.

– ¿Es de verdad?

– ¿La sonrisa o el acento?

– Los dos.

– ¿Intentas seducirme?

– Tienes buena memoria -dijo ella, pero sonrió-. He de dejar de aportarte cosas con las que puedas burlarte de mí.

– No me burlaba -le aseguró Mike-. No mucho.

– Mmm -lo estudió de reojo-. Has sido muy hábil para evitar decirme si eres o no de aquí.

– Quizá tu necesidad de anonimato esta noche sea recíproca -sin pensarlo, levantó una mano y le acarició la mejilla.

Ante el contacto, ella se quedó absolutamente quieta, como si el roce hubiera abotargado todos sus sentidos tal como había hecho con él. Mike había tocado a muchas mujeres en la vida, algunas a las que acababa de conocer, igual que a ella, pero jamás le había temblado todo el cuerpo como en ese momento.

Ella lo miró fijamente, como si evaluara algo muy importante. Quizá la sinceridad. Él estaba siendo sincero. Ahí, en medio de una multitud, sentado con la mujer más arrebatadora del lugar, tampoco quería pensar en el trabajo. No quería pensar en nada salvo en lo que hacía, que era disfrutar de la compañía de una hermosa desconocida.

Ella dio la impresión de llegar a una conclusión acerca de él. Asintió pensativa, luego descruzó las piernas. Durante un momento, Mike no fue capaz de concentrarse en otra cosa que no fuera la idea de esas piernas sin las medias de seda que la cubrían.

– ¿Otra copa? -preguntó él.

– Esa es la causa por la que muchas personas que esta noche hay aquí van a meterse en problemas -miró alrededor-. Mira esas mujeres. Solas. Bebiendo. Fácil presa para esos hombres que las observan.

– Quizá quieran ser presas.

Ella suspiró. Mike no supo si interpretarlo como un sonido de añoranza.

– Quizá. Tal vez no sepan cómo ir en pos de lo que quieren, aunque no sea práctico.

– ¿Hablamos de sexo? -sonrió cuando la vio enarcar una ceja-. Porque en realidad, el sexo puede ser muy práctico. Para empezar, alivia las tensiones. Y es un ejercicio espectacular. Por no mencionar que te hace sentir bien.

– Hablas por experiencia, desde luego -sonrió imperceptiblemente.

– Oh, no. Un hombre jamás debería dar un beso para contarlo.

Eso la hizo reír, y pareció sorprendida por el sonido, como si no lo hiciera a menudo.

– Necesito conseguir una habitación- decidió mientras recogía las que había dejado caer a sus pies-. Antes había mucha gente en la recepción.

Él contempló la creciente multitud de la cafetería.

– ¿Aún no tienes habitación?

– No, quería entrar en calor antes de hacer cola.

Fueron sus últimas palabras antes de que las luces se apagaran.

– Que no te domine el pánico -dijo la voz baja e increíblemente sexy de su desconocido-. Te tengo.

Y así era. Se había bajado del taburete para situarse al lado de ella y tomarla de la mano. Corrine pudo sentir el calor que irradiaba, la fuerza del cuerpo alto, delgado y musculoso que había intentado no notar desde que le habló por primera vez. No era su tipo. Lo cual resultaba risible, porque había pasado tanto tiempo que ya no recordaba cuál era exactamente su tipo. En el trabajo, un hombre con esa sonrisa arrogante y maliciosa y esa forma de ser tan tranquila la volvería loca. Pero ahí era lo opuesto.

En el trabajo ella era seria, intensa y… perfeccionista. Lo reconocía. No era una criatura sexual. De hecho, al trabajar en un mundo de hombres tendía a soslayar su sexualidad, y las necesidades que ello acarreaba, durante largos períodos de tiempo.

Era un momento endemoniado para que su libido se despertara.

– La electricidad volverá en seguida – le aseguró mientras los que los rodeaban parecían dejarse dominar por el miedo-. No hay nada de qué preocuparse.

Corrine no estaba preocupada, y ello no se debía en exclusiva a esa voz capaz de derretir huesos, sino al hecho de que no la preocupaban las cosas que se hallaban fuera de su control. Era una suprema pérdida de tiempo, y odiaba desperdiciar cualquier cosa, en especial el tiempo.

Alguien que intentaba salir del bar la empujó. Ni siquiera se encontraría en ese manicomio si no hubiera tenido que volar desde Houston para una reunión de emergencia de la máxima importancia… conocer al nuevo piloto. Después, solo cabía esperar que no hubiera más retrasos en su siguiente proyecto, dirigir la futura misión espacial del transbordador STS-124. Tal como estaba la situación, su equipo iba a tener que trabajar duro para que el piloto de reemplazo se acoplara.

Las voces enfadadas e inquietas que había alrededor le indicaron que el pánico general era inminente, por lo que perdonó a la persona que la había empujado. Pero no pensaba permitir que se repitiera.

– Me voy a la recepción -dijo, girando la cabeza hacia donde imaginaba que estaría el oído de su desconocido. Hacerse oír en ese caos era difícil-. Voy a conseguir una habitación y a dormir… -santo cielo. Su boca rozó piel. La oreja de él. Aunque le costó pensar debido al hormigueo que le recorrió todo el cuerpo.

Deseo. Lo reconoció y lo catalogó en su mente técnica. Pero eso no detuvo el fenómeno.

– Iré contigo.

Fue lo único que dijo, pero en la oscuridad la voz pareció incluso más baja, ronca y sexy si era posible. Antes de que se le ocurriera una idea para perderlo de vista, él recogió su bolsa y tiró de ella en dirección a la puerta.