– Creo que has inhalado demasiado oxígeno en la última simulación -lo miró fijamente.
– Incluso me gusta que me superes en rango -continuó él impertérrito.
– Estás enfermo, Mike.
– Si te preocupa la gente de aquí y lo que piense, esta misión se acabará pronto, y luego a los dos nos destinarán a otras misiones.
– ¿Qué estás diciendo? -exclamó con los ojos desorbitados-. Dios mío, Mike, ¿qué estás diciendo?
– Que deberíamos ceder a lo que sentimos el uno por el otro.
Ella movió la cabeza, tan atónita que había olvidado que él la abrazaba.
– Pero yo no sé qué siento.
– Entonces exploremos esa vía -le mordisqueó una comisura del labio, luego la otra y lentamente se retiró. Ella tenía los ojos entrecerrados. La boca, húmeda por el beso, mostró un mohín cuando dejó de besarla, haciendo que soltara una risa que se transformó en un gemido al bajar la vista y ver los pezones duros pegados a la tela de la blusa-. ¿Tienes frío, Corrine?
– No -susurró-. Maldito seas, casi había dejado de soñar contigo, casi había dejado de despertar excitada.
– ¿De verdad?
– No -respondió derrotada.
En ese momento sonrió, y cuando ella lo vio, lo empujó y se alejó.
– Necesito… aire -anunció por encima del hombro.
Como a él le pasaba lo mismo, la siguió, pero ella se detuvo en el pasillo delante de su despacho. Clavó la vista en la puerta y Mike se preguntó si sentiría la mitad de lo que sentía él. Corrine giró la cabeza y lo miró; en sus ojos se podía ver la necesidad, el anhelo. Despacio, abrió la puerta. Apagó la luz. Entró en el cuarto a oscuras y se volvió para mirarlo.
– Es obvio que he perdido la cabeza, pero… ¿quieres pasar?
Él se movió con tanta celeridad para entrar y cerrar la puerta a su espalda, que Corrine soltó una risa insoportablemente erótica en la súbita confianza que irradió.
– ¿De verdad vamos a hacerlo?
– Sí -avanzó bajo la luz tenue que entraba a través de las persianas y la acercó a él-. Ahora bésame como hiciste en mis sueños anoche.
– Ayudará, ¿verdad? -inquirió ella-.¿Si mitigamos este… este calor ahora? Quizá entonces no nos excitaremos en nuestra misión, cuando estemos encerrados juntos en el espacio durante diez largos días.
Mike no sabía cómo decirle que empezaba a sospechar que siempre iban a necesitarse de forma desesperada. Siempre. Esa palabra mareaba. Encajaba con otras palabras, como eterno.
Y amor. Dios. Necesitaba sentarse.
– ¿Mike? -Corrine se humedeció los labios con gesto nervioso-. ¿Es una locura? ¿Qué estamos haciendo?
– Aquello para lo que nacimos -le tomó las manos y se las inmovilizó a la espalda, lo que le dejó el cuerpo pegado al suyo. Habló con voz aún más ronca-. Hagamos el amor.
– Y quitémonos esto de encima.
– Mmm -murmuró de forma vaga. Corrine empezaba a preguntarse si eso era posible, pero no era capaz de pensar con coherencia tan cerca de esa boca maravillosa y masculina.
– En realidad, no deberíamos -dijo-. Tú lo sabes.
La acercó aún más, pero no la besó, solo la sostuvo hasta que consiguió que todo el cuerpo le palpitara de necesidad.
– Me encanta esto -murmuró-. La conexión. ¿Puedes sentirla?
– ¿Qué es exactamente? -preguntó ella con deseo de saber.
Pero en vez de responder, le desabotonó la blusa, le soltó el sujetador y se lo quitó. Luego la miró largo rato antes de mover lentamente la cabeza con gesto asombrado. Tocó un pezón con el dedo y observó con atención mientras se contraía y oscurecía para él.
– Es tan bonito.
Era absurdo cómo unas palabras de él podían hacerle perder la cabeza.
– ¿Aquí, Mike?
– Oh, sí, aquí. Y en todas partes.
– ¿Y si viene alguien?
– Se han ido todos.
Ella giró y tiró al suelo todo lo que había sobre su mesa.
– Siempre he querido hacerlo.
Riendo, Mike la ayudó a subir, luego se situó entre sus muslos. Le quitó los pantalones e introdujo las manos dentro de sus braguitas para sostenerle el trasero y acercarla a su impresionante erección.
Corrine le rodeó el cuello con los brazos y pegó la cara a su cuello para inhalar profundamente el aroma masculino que la había obsesionado durante meses. Con sus manos grandes, él le apretó las nalgas, luego le tomó los pechos y bajó la cabeza para probarlos, empleando la lengua y luego los dientes hasta que las caderas de Corrine se sacudieron en reacción.
– Mike.
– Lo sé.
– Date prisa.
– Quítate todo, entonces -susurró con voz ronca. En dos segundos los dos quedaron desnudos. Corrine apenas se había erguido antes de que Mike deslizara las manos entre sus muslos para abrírselos-. Mmm, estás húmeda.
Sí. Húmeda y caliente, y así le había dejado los dedos a él, esos dedos que la acariciaban despacio una y otra vez, hasta que la tuvo arqueada hacia esa mano.
– ¡Mike!
– Dime.
– No pares -para cerciorarse de que no lo haría, cerró las piernas alrededor de él y de su mano, retorciéndose y frotándose sin pudor, desesperada por más-. Necesito…
– Entonces, hazlo -instó al tiempo que se inclinaba para introducir un pezón en la boca y succionarlo mientras metía un dedo dentro de ella.
Si él no la hubiera sostenido por la cintura, habría caído hacia atrás. En ese momento, Mike retiró el dedo despacio, tanto que Corrine creyó que iba a gritar, solo para moverlo una y otra vez en su interior con infinita paciencia. Con cada contacto ella gritaba su nombre.
– Llega para mí -instó, con la boca llena con un pecho y los dedos otra vez en su interior-. Llega para mí, cariño.
Y lo hizo. Explotó. Y cuando pudo volver a oír, a ver, comprendió que lo estrujaba con las piernas y aún seguía entonando su nombre.
Mike respiraba tan dificultosamente como ella. Alzó la cabeza y la miró con ojos oscuros, muy oscuros. Ella le tomó la cara entre las manos y lo besó.
– No hemos terminado.
Él sonrió y suspiró, al tiempo que sacaba un pequeño envoltorio de la cartera. Con atrevimiento, le quitó el preservativo y se lo puso, una tarea no tan fácil como había imaginado. Al terminar, él temblaba y ella estaba impaciente por tenerlo dentro.
– No -dijo cuando Corrine intentó subirlo a la mesa encima de ella-. No nos aguantará.
Era un escritorio viejo y que protestaba con crujidos. Mike ladeó la cabeza, la alzó y antes de que ella pudiera decir una sola palabra, la apoyó contra la puerta del despacho. Casi no le dio tiempo a abrir los muslos cuando la penetró en su totalidad. Al sentir que la llenaba por completo, Corrine cerró los ojos con el corazón desbocado. Los sentidos se le dispararon.
– Sí.
Otra embestida poderosa la hizo gritar, completamente perdida en él, como de costumbre. Podría haber estado aterrada, incluso furiosa, por el dominio que tenía sobre ella, pero si el gemido ronco que emitía Mike servía de indicación, él estaba igual de perdido.
Entonces alzó la cabeza, con los ojos llenos de una pasión, necesidad y anhelo tan poderosos, que Corrine se quedó sin aliento. Con la mirada cautiva en él, Mike comenzó a llevarlos a ambos otra vez al borde del abismo.
– Mírame -gruñó.
– Lo hago, Mike, lo hago.
– No pares. No pares de mirarme, ni siquiera después… -calló cuando ella echó la cabeza atrás y se arqueó, temblando con otro orgasmo.
Él la siguió.
Aún estaban húmedos y temblorosos, sin aliento, cuando llamaron a la puerta.
– ¿Corrine? -era Stephen y parecía preocupado. Y cauteloso-. Hemos oído unos ruidos -explicó-. Solo quería asegurarme que estabas bien. ¿Corrine?
Horrorizada, aturdida y todavía abrazada a Mike, se quedó paralizada y lo miró. Le había prometido que estaban solos.
– ¿Corrine? ¿Está Mike contigo?