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– No tanto como nuestro último año.

– Lo sé -suspiró otra vez al recordar el éxito que había tenido su propia misión-. Estoy preparada para volver a subir.

Mike rio y la giró en sus brazos.

– ¿Crees que podrás esperar hasta que des a luz?

– ¿Qué piensas que será de mayor? – preguntó Corrine al sentir una patadita del bebé.

– Será lo que quiera, aunque imagino que más obstinado que mil demonios. Igual que su madre.

– No soy obstinada.

– Mmm. Y yo no soy el hombre más afortunado de la tierra.

– ¿Lo eres?

Él sonrió, e incluso después del tiempo transcurrido, a Corrine se le aflojó todo el cuerpo. Como de costumbre, su madre había tenido razón. El amor merecía la pena el esfuerzo.

– ¿Qué? -inquirió él sin dejar de sonreír, pasándole el dedo por el labio inferior, los ojos tan llenos de calor y amor que ella sintió un nudo en la garganta.

Sintió una contracción. No era la primera ni la segunda, y supo que había llegado el momento.

– Te amo, Mike.

– Lo dices como si acabaras de descubrirlo -rio él.

– No -escondió una mueca cuando la contracción la dejó sin aire-: Lo he sabido siempre -logró decir-. A propósito -incapaz de contenerse, jadeó cuando la contracción terminó-. Es la hora.

– Cariño, no podemos. Estás demasiado embarazada para hacer el amor.

– No, me refiero a que ya ha llegado el momento.

Él parpadeó y se quedó boquiabierto.

– Santo cielo.

La expresión de terror puro que apareció en la cara de Mike la hizo reír a pesar del dolor.

– Has pilotado todos los aviones conocidos por el hombre. Has salido de este planeta. ¿Y la idea de tener un hijo te aterra?

– Siéntate -ordenó, alzándola en brazos.

– Ya estoy sentada -indicó mientras él se ponía a recorrer la habitación sin soltarla.

– ¡Tenemos que organizarnos!

– Ya lo estamos -señaló la maleta pequeña que había junto a la puerta.

– ¡Necesitamos un médico!

– Es posible -concedió Corrine, acercándole la cabeza para darle un beso rápido-. Pero, de verdad, Mike, todo lo que necesito o necesitaré está aquí mismo.

– Dios mío, Corrine -le acarició la mejilla con la cara-. Tú también me has dado todo lo que jamás podré necesitar.

Y cinco horas después, le dió incluso más. Una niña hermosa, con ojos oscuros, cabello salvaje y un llanto fiero y exigente que le recordó a su sorprendente y hermosa mujer.

Jill Shalvis

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