– Tiene razón, ¿sabe? -le dijo al final-. Es usted un terrible mentiroso. ¿Supongo que se fue directamente a casa desde el teatro?
– Pues sí, lo hice.
– ¿Hay alguien que pueda responder por usted?
– No, querida. Me temo que no. Y aparqué en la parte trasera de mi edificio y subí con el montacargas, así que no vi a nadie. Lo siento -añadió, como si le afligiera defraudarla.
– Yo también lo siento, Tommy. -Gemma suspiró. De repente se sintió cansada y dijo-: Usted pudo poner el cuerpo de Connor en el maletero de su coche, conducir de nuevo a Hambleden después de la representación y tirarlo a la esclusa.
– ¿De verdad? Qué idea tan extraordinariamente imaginativa. -Tommy parecía divertido.
Gemma dijo, exasperada:
– ¿Se da cuenta de que tendremos que incautar su vehículo para que el equipo de forenses lo examine? ¿Y que tendremos que registrar su piso en busca de pruebas? Ahora tendrá que venir conmigo a Scotland Yard y hacer una declaración formal.
Levantó la delicada tetera de porcelana y sonrió a Gemma.
– Entonces será mejor que termine su té, querida.
12
El almuerzo con Jack Makepeace mejoró considerablemente la actitud de Kincaid ante la vida. Se habían hinchado de queso, encurtidos y cerveza Green King y salieron a la calle guiñando los ojos. Habían pasado todo el almuerzo en un pub poco iluminado cerca de la comisaría de High Wycombe.
– ¡Vaya sorpresa! -dijo Makepeace volviendo la cara hacia el sol-. Dudo que dure demasiado. La previsión es que lloverá a cántaros.
El perfecto antídoto para una mañana pasada sin ir a ninguna parte, dando vueltas sobre sí mismo, era un paseo, pensó Kincaid mientras disfrutaba del leve calor del sol en su cara.
– Creo que voy a aprovechar el buen tiempo -le dijo a Makepeace cuando llegaron a la comisaría-. Ya sabe dónde localizarme si surge algo.
– Los hay que tienen suerte -contestó Makepeace afablemente-. A los currantes nos toca volver al tajo. -Saludó con la mano y desapareció tras las puertas de cristal.
Kincaid condujo el corto trayecto de High Wycombe a Fingest y al llegar al pueblo vaciló un momento antes de girar en dirección al aparcamiento del pub. Si bien la vicaría tenía un aspecto apacible y atractivo a la luz del atardecer, y el vicario era realmente una autoridad en paseos locales, pensó que probablemente acabaría pasando el resto de la tarde cómodamente agasajado en el estudio del vicario.
Al final Tony demostró ser igual de valioso y complaciente en el tema de los paseos que en todo lo demás.
– Tengo justo lo que busca -sacó un libro de uno de los misteriosos huecos de debajo de la barra-. Paseos a pubs locales. ¿Son tres millas y media demasiadas para usted? -Miró a Kincaid evaluándolo.
– Creo que puedo lograrlo -dijo Kincaid con una sonrisa.
– Fingest, Skirmett, Turville y vuelta a Fingest. Los tres pueblos están cada uno en su propio valle, pero este paseo en concreto evita la colina más pronunciada. Aunque puede que acabe hecho un asco.
– Gracias, Tony. Prometo no dejar pisadas en sus alfombras. Me voy a cambiar de ropa.
– Tenga mi brújula -dijo Tony cuando Kincaid ya se daba la vuelta para irse. La brújula apareció en la palma de su mano como por arte de magia-. Le vendrá bien.
Al final del primer ascenso largo, algún ciudadano considerado había colocado un banco sobre el cual el paseante sin resuello podía sentarse y disfrutar de la vista. Kincaid aprovechó el descanso, luego siguió avanzando por bosques y campos, y por encima de cercas. Al principio, recordó la breve historia que le explicó el vicario y mientras caminaba imaginó la sucesión de celtas, romanos, sajones y normandos estableciéndose en estas colinas, todos dejando su impronta en estas tierras.
Después de un rato la combinación de aire fresco, ejercicio y soledad lograron tener un efecto positivo en él. Su mente regresó por sí misma a la cuestión de la muerte de Connor Swann y clasificó los hechos y las impresiones que había recopilado hasta entonces. Las pruebas del patólogo hacían que fuera bastante improbable que Tommy Godwin hubiera matado a Connor fuera del Red Lion en Wargrave. Es posible, por supuesto, que hubiera dejado a Connor inconsciente y lo hubiera matado horas más tarde, después de regresar de Londres. Pero al igual que Gemma, a Kincaid no se le ocurrió un escenario lógico para el traslado posterior del cuerpo desde el coche a la esclusa.
El informe del doctor Winstead también significaba que Julia no podía haber matado a Con durante su breve ausencia de la galería. La declaración de David en la que situaba a Connor en Wargrave hasta las diez de la noche hacía imposible que ella lo hubiera visto en River Terrace y hubieran quedado para más tarde. Kincaid rehuyó la sensación de alivio que esta conclusión le trajo, y se forzó a considerar la siguiente posibilidad: que hubiera visto a Connor mucho más tarde y que Trevor Simons hubiera mentido para protegerla.
Estaba tan absorto en sus cavilaciones que no vio la boñiga hasta que hubo metido el pie en ella. Soltó un taco y se limpió la zapatilla de deporte lo mejor que pudo en la hierba. El motivo de un asesinato era como esto, pensó mientras caminaba con más cuidado, a veces no lo ves hasta que caes encima. A pesar de lo mucho que se esforzaba, no podía hallar una razón probable por la cual Julia hubiera querido matar a Con. Tampoco creía probable que, tras haber tenido una pelea ese mismo día, hubiera acordado quedar con él más tarde para tener otra.
¿Había sido esa discusión con Julia tras el almuerzo lo que provocó el cada vez más extraño comportamiento de Connor durante el resto del día? Sin embargo, fue después de dejar a Kenneth que Con se desvió de un patrón de comportamiento habitual en él. Y esto llevó a Kincaid a pensar en Kenneth. ¿Dónde había estado el jueves por la noche? ¿Y por qué, al preguntarle por sus movimientos, había pasado de una cooperación reacia a un retraimiento total y obstinado? Mientras imaginaba a Kenneth, envuelto en su cazadora como si fuera una armadura, recordó la testigo que Makepeace había mencionado. «Un chico vestido de cuero…», había dicho. Kenneth era de constitución delgada y Makepeace había descrito al chico como de un metro y setenta de altura. Al lado de Connor se podría haber confundido perfectamente por un chico. Era una posibilidad que valía la pena seguir investigando.
El bosque lo rodeó de nuevo cuando dejó Skirmett. Caminó por un mundo oscuro y silencioso. Sus pisadas eran absorbidas por el mantillo. Ni siquiera el canto de los pájaros rompía el silencio, y cuando paró a mirar un reflejo blanco que podría haber sido un ciervo escapando dando saltos, pudo oír su propio torrente sanguíneo en los oídos.
Kincaid continuó caminando y siguió el hilo que partía de la masa informe de especulaciones: si Connor se fue en coche del Red Lion después de su pelea con Tommy Godwin ¿adónde fue? La cara de Sharon Doyle se le apareció. Ella, al igual que Kenneth, se había puesto agresiva cuando Kincaid le preguntó por sus movimientos de aquella noche.
Cuando llegó a Turville miró hacia el noroeste, hacia Northend, donde estaba situado Badger’s End, bajo el baldaquín de hayas. ¿Qué había llevado a Julia de vuelta a esa casa, como si un cordón umbilical invisible hubiera tirado de ella?
Se paró en el camino secundario a Northend y frunció el ceño. Un hilo que no podía agarrar recorría su caso. Notaba que se le escapaba cada vez que se acercaba demasiado, como una escurridiza criatura de las profundidades marinas huyendo a nado.
Enclavado entre el grupo de casitas que conformaba Turville, el pub Bull and Butcher le hacía señas. Pero Kincaid se declaró inmune a la tentación de la cerveza Brakspear y se dirigió de nuevo a los prados.