– Una mentirijilla, querida… -pero al ver la expresión de Gemma paró y suspiró-. Lo siento, sargento. Tiene usted razón. ¿Qué quiere saber?
– Empiece desde el principio. Háblenos de Caroline.
– Ah, usted se refiere al principio de todo. -Tommy movió circularmente su copa de jerez, mirándola pensativamente-. Yo amaba a Caro, ¿sabe?, con la temeridad ciega y resuelta de la juventud. No sé. Nuestra aventura terminó con la concepción de Matthew. Yo quería que ella dejara a Gerald y se casara conmigo. Habría amado a Julia como si hubiera sido mi propia hija. -Hizo una pausa, terminó su jerez y colocó la copa sobre la bandeja con extremo cuidado-. Era una fantasía, por supuesto. Caro estaba empezando una carrera muy prometedora. Estaba cómodamente instalada en Badger’s End con el respaldo del nombre y el dinero de Asherton. ¿Qué podía ofrecerle yo? Y luego estaba Gerald, que jamás se ha portado de forma poco honorable en todos los años que hace que lo conozco.
»Uno se adapta como puede -sonrió a Gemma-. He llegado a la conclusión de que las grandes tragedias las crean aquellos que no superan la etapa de adaptación. Seguimos adelante. Como «tío Tommy» se me permitió ver crecer a Matty, y nadie sabía la verdad excepto Caro y yo.
– Luego murió Matty.
Kincaid dejó su copa vacía en la bandeja para cócteles y el sonido del cristal contra la madera sonó como un disparo en la silenciosa sala. Gemma lo miró sobresaltada. Había estado tan centrada en Tommy que por un momento había olvidado su presencia. Ninguno de los dos habló y, al cabo de un rato, Tommy prosiguió.
– Me dejaron fuera. Cerraron filas. En su dolor, Caro y Gerald no tenían espacio para nadie más. Por mucho que yo amara a Matty, también sabía que era un niño normal, con los defectos y dotes de cualquier niño normal. El hecho de que poseyera tanto talento tenía para él el mismo significado que si hubiera tenido un dedo de más, o si hubiera sido capaz de hacer cálculos matemáticos rápidos. No era así para Caro y Gerald. ¿Lo comprenden? Para ellos Matty era la personificación de sus propios sueños. Un regalo que Dios les había enviado para que moldearan a su propia imagen y semejanza.
– ¿Y cómo entra Kenneth en todo esto? -preguntó Gemma.
– Mi hermana no es mala gente. Todos llevamos nuestras cruces. Kenneth es la suya. Nuestra madre murió cuando ella todavía iba a la escuela. Yo apenas llegaba a fin de mes en aquella época y no podía hacer demasiado por ella. De modo que creo que se casó con el padre de Kenneth por pura desesperación. Al final él aguantó el tiempo justo para producir a su hijo y luego se largó, dejándola a ella con un bebé que cuidar, así como de ella misma.
Gemma vio un símil de su propio matrimonio en la narración de Tommy sobre su hermana y tembló ante la idea de que a pesar de sus esfuerzos su propio hijo pudiera acabar como Kenneth. Daba miedo sólo de pensarlo. Se acabó su jerez de un trago. Al extenderse el calor por el estómago y la cara, Gemma recordó que no había desayunado.
Tommy cambió de posición y alisó una arruga que se le había formado en su regazo. La gata pareció tomárselo como una invitación, dio un grácil salto y se instaló entre sus manos. Los largos y delgados dedos acariciaron el pelaje chocolate y crema, y Gemma pensó que no podía imaginar esas manos sujetando la garganta de Connor. Levantó los ojos y cruzó una mirada con Tommy.
– Después de morir Matty -dijo-, fui a ver a mi hermana y solté toda la historia. No había nadie más. -Se aclaró la garganta, alcanzó el decantador y se sirvió un poco más de jerez-. No recuerdo esa época muy claramente, ¿comprende? Yo mismo he estado reconstruyendo ahora los trozos. Kenneth no podía tener más de ocho o nueve años, pero creo que nació para ser un chivato. Era muy posesivo con su madre y siempre se escondía y espiaba las conversaciones de los adultos. No tenía ni idea de que estuviera en la casa aquel día. ¿Puede imaginar mi sorpresa cuando Connor me explicó lo que sabía y quién se lo había explicado?
– ¿Por qué fue Connor a verlo? -preguntó Kincaid-. ¿Le pidió dinero?
– No creo que Connor supiera lo que quería. Parecía que tenía la idea de que Julia lo habría querido si no hubiera sido por la muerte de Matty, y que si ella hubiera sabido la verdad sobre él, las cosas habrían sido diferentes entre ellos. Me temo que no era demasiado coherente. «Malditos mentirosos», no cesaba de repetir, «son todos unos malditos hipócritas». -Tommy entrelazó los dedos y suspiró-. Creo que Con se había creído totalmente la imagen de la familia Asherton y no podía soportar la desilusión. O quizás necesitaba culpar a alguien de su propio fracaso. Ellos le habían hecho daño y él no había sido capaz siquiera de rozar su gruesa piel. Kenneth puso el arma perfecta en sus manos.
– ¿No lo podría haber parado? -preguntó Kincaid.
Tommy le sonrió. No le engañó el tono informal de la voz.
– No de la manera a la que usted se refiere. Le rogué, le supliqué que no hablara. Por Caro, por Gerald y por Julia. Pero eso parecía enfadarlo mucho más. Al final incluso nos peleamos, para mi vergüenza.
– Cuando dejé a Connor ya sabía lo que iba a hacer. Las mentiras habían durado demasiado. Connor tenía razón, en cierta manera. El engaño había distorsionado nuestras vidas, tanto si queríamos darnos cuenta como si no.
– No le entiendo -dijo Kincaid-. ¿Por qué pensó que matar a Connor acabaría con el engaño?
– Pero es que no maté a Connor, comisario -dijo Tommy cansinamente. El agotamiento se hizo evidente en el ángulo de su boca-. Le expliqué la verdad a Gerald.
15
Gemma puso en marcha el motor del Escort y lo dejó al ralentí mientras Kincaid se abrochaba el cinturón del asiento del pasajero. Ella había estado callada desde que habían abandonado el piso de Tommy. Kincaid la miró, sintiéndose completamente desconcertado. Pensó en su relación laboral en la que normalmente se hacían concesiones mutuas, y en la cena en el piso de ella sólo unas cuantas noches atrás, cuando compartieron espontáneamente su intimidad. A cierto nivel, él había sido consciente de la facilidad que ella tenía para establecer vínculos con las personas, pero no se lo había planteado. Ella le había dejado entrar en su cálido círculo, le había hecho sentirse cómodo consigo mismo y con ella, y él lo había dado todo por descontado. Ahora, al ver la relación que había desarrollado con Tommy Godwin, se sintió de repente celoso, como un niño dejado afuera, en el frío.
Ella trató de atrapar un mechón que se le había escapado de la trenza y se volvió hacia Kincaid.
– Ahora qué, jefe -dijo sin entonación.
Él quería reparar urgentemente el daño causado, pero no sabía bien cómo proceder y otros asuntos exigían su atención inmediata.
– Espera un segundo -marcó el teléfono de Scotland Yard. Hizo una breve pregunta y colgó-. Según los forenses, el piso y el coche de Tommy Godwin están limpios como una patena. -Tanteando el terreno, dijo-: Quizás me precipité en mis conclusiones sobre Tommy. Ése es más tu estilo -añadió con una sonrisa, pero Gemma siguió mirándolo con una frustrante expresión neutra-. Creo que hemos de ir a ver a Sir Gerald de nuevo, pero vayamos a comer primero y veamos dónde nos encontramos. -Kincaid cerró los ojos mientras Gemma conducía, y se preguntó cómo podrían reparar su relación y por qué la solución de este caso seguía siendo tan esquiva.
Pararon a comer en un café de Golders Green, no sin antes llamar a Badger’s End y asegurarse de que Sir Gerald los viera cuando ellos llegaran.