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Mabel exhaló un suspiro.

– ¿Hemos acabado?

– No -dijo Myron.

– Creía que lo habíamos cubierto todo, Myron. Él negó con la cabeza. -No lo de Brenda.

– Oh, sí, por supuesto. -Ella se echó un poco hacia atrás-. Pareces tener todas las respuestas, Myron. ¿Por qué maté a Brenda?

– Por mí -dijo Myron.

Mabel tuvo el descaro de sonreír. Él sintió que su dedo apretaba el gatillo.

– Estoy en lo cierto, ¿no?

Mabel continuó sonriendo.

– Mientras Brenda no recordase el Holiday Inn no era una amenaza. Pero fui yo quien le habló de nuestra visita al lugar. Fui yo quien le dijo que tenía recuerdos. Fue entonces cuando supo que tenía que matarla.

Ella se limitó a seguir sonriendo.

– Encontrado el cadáver de Horace y con Brenda convertida en una sospechosa de asesinato, su trabajo se hizo más fácil. Acusar a Brenda y hacerla desaparecer. Mató dos pájaros de un tiro. Así que colocó el arma debajo del colchón de Brenda. Pero una vez más tuvo problemas para deshacerse del cadáver. La mató y la arrojó en el bosque. Yo diría que pensaba volver en otro momento cuando tuviese más tiempo. No contaba con que el grupo de búsqueda la encontrase tan pronto.

Mabel Edwards meneó la cabeza.

– Sí que te inventas buenas historias, Myron.

– No es una historia. Ambos lo sabemos.

– Y ambos sabemos que no puedes probar nada de eso.

– Habrá fibras, Mabel. Pelos, hebras, algo.

– ¿Y qué?

Una vez más su sonrisa se le clavó en el corazón como un par de agujas de tejer.

– Tú me viste abrazar a mi sobrina en esta misma habitación. Si su cuerpo tiene fibras o hilos provienen de ese momento. Horace me vino a ver antes de que lo asesinasen. Te lo dije. Así que quizá fue así como se le pegaron los pelos o las fibras; suponiendo que las encuentren.

Un rayo ardiente de furia explotó dentro de su cabeza, y casi le cegó. Myron apretó el cañón con fuerza contra la frente de Mabel. La mano le comenzó a temblar.

– ¿Cómo lo hizo?

– ¿Hacer qué?

– ¿Cómo consiguió que Brenda dejase el entrenamiento?

Ella no parpadeó.

– Le dije que había encontrado a su madre.

Myron cerró los ojos. Intentó sujetar el arma con mano firme. Mabel lo miró.

– No me dispararás, Myron. No eres la clase de hombre que le dispara a una mujer a sangre fría.

Él no apartó el arma.

Mabel levantó una mano. Apartó el cañón de su rostro. Después se levantó, se ajustó la bata, y se alejó.

– Me voy a la cama -dijo-. Cierra la puerta cuando salgas.

Myron cerró la puerta.

Volvió a Manhattan. Win y Esperanza le estaban esperando. No le preguntaron dónde había estado. Él no lo dijo. De hecho, nunca lo dijo.

Llamó al loft de Jessica. Respondió el contestador automático. Cuando sonó la señal, dijo que pensaba quedarse con Win durante un tiempo. No sabía cuánto. Pero un tiempo.

A Roy Pomeranz y Eli Wickner los encontraron muertos en la cabaña dos días más tarde. Los habitantes de Livingston hablaron sobre un aparente asesinato y un suicido, pero nunca nadie supo qué había vuelto loco a Eli. La red de protección Eli Wickner fue de inmediato rebautizada.

Esperanza volvió a trabajar en MB SportReps. Myron no.

Los homicidios de Brenda Slaughter y Horace Slaughter permanecen sin resolverse.

Nada de lo que ocurrió aquella noche en Bradford Farms fue denunciado. Uno de los agentes de prensa de la campaña Bradford confirmó que Chance Bradford había sido intervenido quirúrgicamente de la rodilla a causa de una vieja lesión de tenis. Se recuperaba con normalidad.

Jessica no respondió al mensaje telefónico.

Myron le relató a una sola persona su encuentro final con Mabel Edwards.

EPÍLOGO

15 DE SEPTIEMBRE DOS SEMANAS MÁS TARDE

El cementerio daba al patio de una escuela.

No hay nada tan pesado como el dolor. El dolor es el pozo más profundo en el más negro de los océanos, un abismo sin fondo. Lo consume todo. Sofoca. Paraliza como nunca lo haría un nervio seccionado.

Ahora pasaba aquí mucho tiempo.

Myron oyó las pisadas que se acercaban por detrás. Cerró los ojos. Era tal como esperaba. Las pisadas se acercaban. Cuando se detuvieron, Myron no se volvió.

– Usted la mató -dijo Myron.

– Sí.

– ¿Se siente mejor ahora?

La voz de Arthur Bradford acarició la nuca de Myron como una mano fría sin sangre.

– La pregunta es, Myron, ¿y usted?

No lo sabía.

– Si significa algo para usted, Mabel Edwards murió lentamente.

No le importó. Mabel Edwards había tenido razón aquella noche: él no era la clase de hombre que disparaba a una mujer a sangre fría. Era peor.

– También decidí abandonar la campaña para senador -dijo Arthur-. Voy a intentar recordar cómo me sentía cuando estaba con Anita. Voy a cambiar.

No lo haría. Pero a Myron no le importaba.

Arthur Bradford se marchó. Myron contempló el túmulo de tierra un instante más. Se tendió a su lado y se preguntó cómo algo tan espléndido y vivo ya no podía existir. Esperó hasta que sonase la campana de final de clases de la escuela, y luego miró a los chicos salir del edificio como abejas de una colmena. Sus gritos no le consolaron.

Las nubes comenzaron a tapar el cielo, y después comenzó a llover. Myron casi sonrió. Sí, la lluvia. Era lo adecuado. Mucho mejor que el anterior cielo despejado. Cerró los ojos y dejó que las gotas le golpeasen: la lluvia sobre los pétalos de una rosa aplastada.

Por fin se levantó y descendió la pendiente hasta su coche. Jessica estaba allí, levantándose ante él como un espectro translúcido. No la había visto ni hablado con ella en dos semanas. Su hermoso rostro estaba empapado aunque no podía saber si era por la lluvia o a causa de las lágrimas.

Se detuvo y la miró. Algo en su interior se rompió como una copa al caer.

– No quiero herirte -dijo Myron.

– Lo sé -asintió Jessica.

Entonces se alejó de ella. Jessica lo miró en silencio. Myron subió al coche y lo puso en marcha. Ella siguió sin moverse. Comenzó a conducir, con un ojo en el espejo retrovisor. El espectro translúcido se fue haciendo cada vez más pequeño. Pero nunca desapareció del todo.

AGRADECIMIENTOS

Escribí este libro solo. Nadie me ayudó. Pero en caso de que se hayan cometido errores, deseo mantenerme fiel a la larga tradición norteamericana de pasar la pelota. Por lo tanto, con ello en mente, el autor quiere darle las gracias a estas extraordinarias personas: Aaron Priest, Lisa Erbach Vance, y a todos los demás integrantes de la Aaron Priest Literary Agency; Carole Baron, Leslie Schnur, Jacob Hoye, Heather Mongelli, y a todos los demás de Dell Publishing; Maureen Coyle de New York Liberty; Karen Ross, médico forense del Dallas County Institute of Forensic Science; Peter Roisman de Advantage International; sargento Jay Vanderbeck del Livingston Police Department; teniente detective Keith Killion del Ridgewood Police Department; Maggie Griffin, James Bradbeer, Chip Hinshaw, y por supuesto, Dave Bolt. Lo repito una vez más: cualquier error, de la clase que sea, es responsabilidad de estas personas. El autor es inocente.

Harlan Coben

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