Matthew comprendía el asunto mejor que ella y quedó intrigado. Le parecía algo muy moderno. Él aún creía en el matrimonio tradicional, en la estructura de padres y madres, si bien era muy consciente de que la vida no siempre iba por aquellos derroteros. Pero por lo general, era un buen punto de partida. Se preguntó de nuevo qué sucedería con el padre de Pip, pero tenía la sensación de que no vivía con él, y lo cierto era que le daba miedo preguntárselo. No quería trastornarla de forma innecesaria ni inmiscuirse en sus asuntos. Su amistad en ciernes parecía basarse en cierta discreción o delicadeza que casaba con el carácter de ambos.
– ¿Te apetece dibujar? -le preguntó mientras la observaba.
Era como un duendecillo tan esbelto y liviano que a veces daba la impresión de que sus pies flotaban sobre la arena de la playa.
– Sí, por favor -asintió con su cortesía habitual.
Matthew le alargó cuaderno y lápiz.
– ¿Qué vas a dibujar hoy? ¿Otra vez a Mousse? Ahora que ya sabes dibujar las patas traseras, te resultará más fácil -comentó Matthew con espíritu práctico.
Pip se quedó mirando el cuadro con aire pensativo.
– ¿Cree que podría dibujar una barca? -preguntó, dubitativa, pues se le antojaba muy osado.
– No veo por qué no. ¿Quieres intentar copiar las mías? ¿O prefieres dibujar un velero? Puedo dibujarte uno si quieres.
– Puedo copiar las barcas de su cuadro, si no le importa.
Como era habitual en ella, no quería ocasionar molestias. Estaba acostumbrada a no remover las cosas ni causar problemas. Siempre había sido cautelosa con su padre, lo cual la había beneficiado, porque nunca se enfadaba con ella tanto como con Chad. Aunque a decir verdad, en la mayoría de los casos, sobre todo cuando se mudaron a una casa más grande, apenas le prestaba atención. Por aquel entonces trabajaba en un despacho, volvía a casa tarde y viajaba mucho. Incluso había aprendido a pilotar un avión. La había llevado a dar una vuelta en su avioneta varias veces en los primeros tiempos e incluso le había permitido llevarse al perro con el permiso de Chad. Mousse siempre se había portado muy bien.
– ¿Ves bien desde ahí? -le preguntó Matthew.
Pip asintió desde donde estaba sentada, cerca de sus pies. Matthew llevaba un bocadillo; ese día había decidido comer en la playa por si Pip se presentaba a la hora del almuerzo, porque quería verla. Sin levantarse del taburete, le ofreció la mitad del bocadillo.
– No, gracias, señor Bowles, y sí, veo bien.
– Llámame Matt -pidió Matthew, sonriendo ante la cortesía que demostraba la pequeña-. ¿Has comido ya?
– No, pero no tengo hambre, gracias.
Al cabo de unos instantes, mientras dibujaba, un dato sorprendente asaltó la mente de Pip. Le resultaba más fácil hablar con él si no lo miraba y se concentraba en dibujar la barca.
– Mi madre nunca come… o muy pocas veces. Ha adelgazado mucho.
A todas luces, Pip estaba preocupada por ella, y Matt se sintió intrigado.
– ¿Cómo es eso? ¿Ha estado enferma?
– No, solo triste.
Siguieron dibujando un rato en silencio, pues Matt se negaba a insistir. Imaginaba que la niña le contaría lo que quisiera cuando estuviera preparada y no tenía intención alguna de presionarla. Su amistad parecía flotar en el espacio, ajena al tiempo, y se sentía como si la conociera desde hacía mucho. Por fin se le ocurrió formular la pregunta evidente.
– ¿Tú también has estado triste?
Pip asintió sin decir nada y sin alzar la mirada del dibujo. Esta vez, Matt renunció adrede a preguntarle la razón. Percibía que la atormentaban recuerdos dolorosos y tuvo que contener el impulso de alargar la mano para tocarle el cabello o la mano. No quería asustarla ni dar la impresión de que se tomaba libertades inapropiadas.
– Y ahora ¿cómo estás? -inquinó en cambio, pues le parecía la alternativa más inocua.
Esta vez, Pip sí levantó la mirada hacia él.
– Mejor. Se está bien aquí en la playa, y creo que mi madre también está mejor.
– Me alegro. Puede que pronto vuelva a comer.
– Es lo que dice mi madrina. También está muy preocupada por mi madre.
– ¿Tienes hermanos, Pip? -le preguntó Matt.
Parecía una pregunta inofensiva, por lo que no estaba preparado para la expresión que se dibujó en el rostro de Pip cuando lo miró. La pena reflejada en aquellos ojos se le clavó en el alma y estuvo a punto de derribarlo del taburete.
– Esto… sí… -balbuceó ella.
Se interrumpió, incapaz de articular palabra por unos instantes, y luego siguió hablando mientras lo miraba con aquellos ojos ambarinos y tristes que parecían arrastrarlo hacia su mundo.
– No… bueno, más o menos… en fin, es difícil de explicar. Mi hermano se llamaba Chad. Tiene quince años… bueno… los tenía… tuvo un accidente en octubre…
Dios mío, Matt se odiaba por haber preguntado, y ahora comprendía por qué su madre estaba tan destrozada y no comía. No alcanzaba a imaginarlo siquiera, pero no podía haber nada peor que perder a un hijo.
– Lo siento muchísimo, Pip… -musitó sin saber qué otra cosa decir.
– No pasa nada. Era muy inteligente, como mi padre.
Lo que dijo a continuación estuvo a punto de acabar con Matt y lo explicaba todo.
– El avión de mi padre se estrelló, y los dos… los dos murieron. Explotó -murmuró con un nudo en la garganta, aunque se alegraba de habérselo contado, porque quería que lo supiera.
Matt se la quedó mirando durante un momento interminable antes de poder seguir hablando.
– Qué tragedia tan espantosa para todos vosotros. Lo siento muchísimo. Tu madre es muy afortunada al tenerte.
– Supongo que sí… -repuso Pip sin convicción-, pero está muy triste y apenas sale de su habitación.
En ocasiones, Pip se había preguntado si su madre estaba aún más triste porque era Chad y no Pip quien había muerto. No había forma de saberlo, pero era inevitable que la asaltara la duda. Su madre se llevaba muy bien con Chad y ahora estaba destrozada por su muerte.
– Yo también estaría muy triste.
Su propia pérdida había estado a punto de asfixiarlo, pero no podía compararse con la de ella. Su situación era mucho más corriente, la clase de circunstancia con la que uno tiene que aprender a vivir. Perder a un marido y a un hijo era un desafío mucho mayor que cualquiera de los que él había afrontado, y no podía imaginar el golpe que habría representado para Pip, sobre todo si su madre estaba deprimida y distante, lo que parecía ser el caso a juzgar por lo que contaba la niña.
– Va a un grupo en la ciudad para hablar de ello, pero no estoy segura de que le sirva de nada. Dice que todos están muy tristes.
A Matt se le antojaba una actividad morbosa, pero sabía que estaba muy en boga eso de acudir a terapias de grupo para superar los problemas. En cualquier caso, la idea de un grupo de personas inmersas en el duelo le resultaba espeluznante, algo que difícilmente podía contribuir a animarte.
– Mi padre era una especie de inventor, hacía cosas con energía. No sé exactamente qué, pero era muy bueno. Al principio éramos pobres, pero cuando yo tenía seis años nos mudamos a una casa muy grande, y él se compró un avión.
Era un resumen conciso e informativo, aunque no daba pistas sobre la profesión de su padre.
– Chad era muy inteligente, como él. Yo me parezco más a mi madre.
– ¿Qué quieres decir con eso? -exclamó Matt, escandalizado por lo que implicaban aquellas palabras, pues Pip era una niña excepcionalmente lista y madura-. Tú también eres inteligente, Pip, y mucho. Seguro que lo has heredado tanto de tu padre como de tu madre.
Daba la impresión de que la niña había quedado relegada a segundo término por un hermano mayor, inteligente y quizá más interesado en la profesión de su padre, fuera la que fuese. Le parecía una actitud clasista y no le gustaba la huella que a todas luces había dejado en ella, la convicción de ser una persona de segunda clase.