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– Bueno, si diriges una empresa, tienes que conseguir unos beneficios razonables -apuntó Donna-. ¿No dices que él te pasa dinero todos los meses?

– Si vas a hablar sensatamente, me rindo – Toni se encogió de hombros-. De acuerdo, gracias a los negocios de mi hermano, Rinaldo puede pasarme un sueldo todos los meses. Pero ése no es motivo suficiente para que esté pensando todo el día en trabajar.

– ¿En qué consiste exactamente su empresa? Nunca me has dado muchos detalles.

– Es una empresa de ingeniería. Diseñan y producen máquinas. Una de las fábricas se dedica a aparatos de medicina.

– ¿Fábricas?, ¿Plural? -Donna frunció el ceño.

Hasta entonces había tenido la impresión de que los Mantini eran una familia con una economía modestamente próspera, nada más.

– Hay seis fábricas en total… No, cinco. Rinaldo vendió una porque no estaba produciendo lo que se esperaba de ella.

Donna no sabía por qué, pero la posibilidad de encontrarse con una familia rica la incomodaba. Por primera vez, no estaba segura de encajar. Aunque, bueno, tal vez hasta un propietario de cinco fábricas podía llevar una vida sin lujos excesivos. Probablemente reinvertiría los beneficios en la empresa y viviría modestamente, intentó tranquilizarse.

– ¿Nunca hasta ahora te habías planteado trabajar con tu hermano?

– ¡Dios me libre!, ¡menuda pesadez! Rinaldo siempre me ha dado la lata para que aprenda el negocio, pero a mí no me llama la atención. Se alegrará de que me case contigo. Dice que me hará sentar la cabeza. Además, quiere un sobrino que se encargue del negocio en el futuro.

– ¿Por qué no tiene él su propio hijo?

– Porque para eso tendría que casarse y Rinaldo no se compromete en sus relaciones con las mujeres. Él lo prefiere así. Dice que no se puede confiar en ninguna.

– ¿Pero quiere que tú hagas lo que él no desea para sí mismo?

– Según él -sonrió Toni-, yo haré el tonto de una forma u otra: así que, en mi caso, no es tan mala opción. Dice que de esa manera, al menos, haré algo útil-explicó.

– ¡Qué encanto!

– Bueno, es un poco especial y tiene un genio muy fuerte -reconoció Toni-. Pero no te preocupes: te aseguro que le gustarás.

Estaban llegando al final de una autopista, de la que tendrían que despedirse para pasar a una serie de carreteras y giros, hasta llegar a una avenida ajardinada, flanqueada por cipreses.

– En esta avenida viven muchos actores italianos comentó Toni.

– ¡Qué emocionante! ¿Está muy lejos de tu casa?

– No, nuestra villa es una de ésas de ahí al fondo.

– ¿Quieres decir que tu familia… tiene toda una villa?

– Sí, claro -respondió Toni con naturalidad-. Ya hemos llegado.

El coche atravesó una vasta entrada y Donna se encentró avanzando por unos terrenos enormes que parecían no acabar nunca. Por fin empezó a divisarse un edificio. A primera vista parecía una casa normal, con paredes amarillas y un tejado de tejas rojas. Pero a medida que se acercaban, Donna pudo apreciar lo grande que era en realidad, y las muchas habitaciones de que constaba.

Estaba rodeada de árboles y había macetas con muy diversas flores en los balcones. Los pájaros trinaban y Donna pudo oír un suave chapoteo de agua.

Todo era muy bello, pero el placer de Donna se veía perturbado por una creciente sensación de inquietud. ¿Qué hacía ella en un lugar tan suntuoso?

Toni detuvo el coche frente a la puerta principal. No había señales de vida.

– Entremos a ver quién hay -dijo él, ofreciéndole la mano para ayudarla a descender del coche.

Donna se sintió más desazonada cuando entraron en la casa y vio el suelo y las escaleras de mármol. El recibidor era gigantesco y tenía muchas puertas, que conducirían a muy distintas zonas de la casa. Entre las puertas había pequeñas columnas con estatuillas. A pesar del calor del mediodía, el recibidor daba sensación de frescura y amplitud.

– Voy a ver si encuentro a alguien -dijo Toni-. Espérame aquí.

Desapareció por un pasillo, preguntando al vacío si había alguien allí y dejando a Donna sola, que ya estaba deseando que Toni regresara, no fuera a descubrirla antes algún desconocido.

Entonces notó algo. Un pasillo que había a su izquierda conducía a una puerta abierta, a través de la cual podía ver la luz del sol. Sabía que debía permanecer quieta hasta que Toni regresara, pero algo pareció arrastrarla a través del corredor, víctima de un extraño hipnotismo.

Se encontró en un patio rodeado por un claustro con arcos. El suelo ya no era de mármol, sino de losas rugosas. El patio tenía una fuente en el centro y en los balcones superiores había macetas con flores y alguna que otra paloma.

Donna contempló aquel escenario extasiada. El sitio tenía un encanto rústico, con sabor a antigüedad. Sin duda, aquélla era la Italia de sus sueños.

En una de las paredes había una incisión en la que ponía, simplemente, Il giardino di Loretta.

El jardín de Loretta, tradujo Donna. Fuera quien fuera, Loretta había amado aquel sitio con todo su corazón, y su amor aún podía respirarse al contemplar la belleza de aquel patio ajardinado.

Allá donde mirase, Donna encontraba flores que envolvían el aire con su fragancia. Empezó a caminar, en trance, con la sensación de estar deslizándose por un precioso sueño.

La fuente tenía la elegancia de la sencillez y carecía de ornamentos. Donna agradeció el refresco de unas gotas de agua y, después de mojarse el pelo, siguió explorando otras partes del jardín.

Por todos los lados aparecían pequeñas estatuas, una dio las cuales llamó su atención en especiaclass="underline" tenía un metro de altura y representaba a dos chicos, uno de unos diez años y el otro, casi un bebé. El mayor miraba al frente sobre la cabeza del pequeño y lo rodeaba con un brazo, como si estuviera protegiéndolo de algo. El menor miraba hacia el mundo, con los brazos abiertos, estirando los dedos de las manos para agarrar todas las cosas bonitas de la vida. Sólo que el niño mayor sabía que la vida podía ser peligrosa además de hermosa, razón por la cual adoptaba esa actitud defensiva.

Donna se sentó sobre un banco de piedra, admirando la tranquilidad y el primor de los alrededores.

– Sí -se dijo alegremente-. Este sitio es perfecto. Cerró los ojos y siguió un rato sentada, escuchando el agua de la fuente y el trino de los pájaros. Cuando los reabrió se dio cuenta de que ya no estaba sola. Un hombre la estaba observando al otro lado de la fuente. Al principio, sólo había visto una sombra. El sol la cegaba y era corno si una silueta amenazante y afantasmada se hubiera colado en su sueño.

El hombre rodeó la fuente y se quedó de pie mirándola, con expresión sorprendida, hasta que por fin se dirigió a ella:

– ¿Y bien?, ¿Te parece tan espléndida como esperabas? -preguntó abarcando la villa con un gesto del brazo.

Ahora podía verlo con claridad: era un hombre muy alto y de anchas espaldas. Su cara era una versión más adulta de la de Toni, por lo que debía de tratarse de su hermano Rinaldo. Tenía sus mismos ojos negros, su misma frente grande. En realidad, era como si todas las facciones hubieran salido de un mismo molde, para endurecer luego las del hermano mayor. Toni se reía mucho y aquel hombre parecía no haberse reído jamás. La boca de Toni parecía estar concebida para besar y la de aquel hombre, en cambio, tenía un matiz cruel.

Pero una cosa era evidente: Toni era un chaval, mientras que aquel hombre era ya una persona adulta.

– Soy Rinaldo Mantini -se presentó con un tono de voz frío-. El hermano de Toni.

– Sí, lo había supuesto -respondió tímidamente-, os parecéis mucho.

– Sólo en apariencia, signorina -advirtió Rinaldo-. Nuestro carácter es muy diferente: Toni es un entusiasta y va disfrutando por la vida sin pensar en los riesgos de ésta, motivo por el cual se mete en líos de vez en cuando. Yo soy todo lo contrario: nada ni nadie puede pillarme desprevenido.