Por su parte, tampoco había vuelto a tener quejas de Rinaldo. No había salido más con Selina hasta tarde y, si la había visitado mientras Donna se echaba la siesta, ésta no se había dado cuenta. Siempre estaba en casa a su hora y se comportaba con educación; pero vivía en un mundo aparte al que Donna no tenía acceso.
A medida que el día del parto se acercaba, el servicio fue mimándola más y más, constantemente pendiente de ella. Por primera vez en su vida, se veía rodeada del calor y el cariño de una familia; una enorme familia que incluía a todos los miembros de Villa Mantini.
Se mudó a su nueva habitación, vecina a la del futuro niño, lo cual seguía permitiéndola seguir de cerca los movimientos de Rinaldo, pues el dormitorio de éste se hallaba justo enfrente. Sabía cuándo se acostaba, por lo general muy tarde, y sabía también cuándo se paraba delante de su puerta sin llegar a entrar a hacerle una visita.
La tregua seguía en pie. Cuando Rinaldo se enteró de que a Donna la encantaba ir a la ópera, la llevó a ver una representación en el Caracalla Baths, un enorme teatro al aire libre creado sobre las ruinas de una sauna romana de la antigüedad. Donna tenía mucha imaginación y fue capaz de figurar el aspecto de aquel edificio tal como habría sido dos mil años atrás, con los más insignes miembros del Imperio Romano asándose en la sauna.
El programa describía brevemente la historia del Caracalla y contenía sus correspondientes ilustraciones. En una de ellas aparecía un militar romano de perfil, orgulloso de haber conquistados alguna provincia, con una corona de laureles en la cabeza. Su rostro tenía facciones angulosas y su expresión era de arrogancia y consciencia de superioridad, al más puro estilo romano clásico.
Entonces miró de reojo a su marido y se encontró con un perfil tan semejante que se quedó asombrada. La expresión arrogante y de superioridad se había transmitido genéticamente a lo largo de dos mil años de Historia. Rinaldo descendía de una raza que había dominado el mundo entero, y eso aún se notaba. Puede que fuera una tontería, pero Donna creyó comprender mejor a su marido.
También comprendió otras cosas: la Italia con la que había soñado, colorida, alegre y soleada, sólo era una de las muchas caras de Italia. También estaba la Italia de las pasiones salvajes y oscuras, representada en ese momento en el escenario: Sangue, marte e vendetta, es decir, Sangre, muerte y venganza. Si los italianos revivían tales dramas en las óperas era porque éstos formaban parte de sus raíces más profundas.
Las atormentadas pasiones de la obra destruyeron la calma de Donna, que esa noche tuvo una pesadilla: seguía en el coche y éste se movía descontrolado; ella luchaba por recuperar la dirección del volante, pero Toni estaba a su lado, gritando que no quería volver a casa; él agarraba el volante y había un forcejeo; Donna no podía vencer a Toni y…
– ¡No! -Gritó Donna-. ¡Toni, no!
– Calma -le susurró una voz al oído-. Donna, despierta. No pasa nada.
No podía soportarlo más. Rompió a llorar, sollozando con impotencia, y se dejó abrazar por Rinaldo.
– Tranquila -la serenó él-. Sólo ha sido una pesadilla. Ya pasó.
– No -lloraba Donna-. Nunca pasará.
Rinaldo encendió la lámpara de noche, lo cual dio a la habitación una luz penumbrosa. Luego volvió a abrazar a Donna, a quien no paraban de caerle lágrimas por las mejillas.
– Soñaba con el accidente -susurró ella-. Lo estaba reviviendo.
– Creo que tienes esta pesadilla con frecuencia -comentó Rinaldo.
– Sí, ¿cómo lo sabes? -preguntó sorprendida.
– Te oigo gritar por la noche. Normalmente sólo das uno o dos gritos; pero esta noche estabas muy nerviosa y al final he venido.
– A veces me da miedo dormirme. Toni está ahí… pero cuando lo llamo desaparece y sólo está su tumba.
– ¿Todavía lo echas de menos? -preguntó Rinaldo gravemente.
Donna se sentía demasiado débil para discutir en esos momentos. Sólo podía gimotear como una niña pequeña.
– Siempre fue muy amable conmigo -respondió.
Rinaldo se quedó callado y sólo entonces se dio cuenta Donna de que estaba reposando su cabeza contra su pecho desnudo. Un pecho musculoso de piel suave, que se hinchaba y desinflaba con la respiración. Sólo llevaba los pantalones del pijama, cuyo fino tejido dejaba ver con claridad sus caderas y muslos. Su pecho despedía una fragancia cálida y agradable.
– Sí -dijo por fin-. Era muy amable. Mi hermano nunca pensaba en el mañana, igual que los niños. Pero se reía y cantaba y llenaba la casa de alegría con su vitalidad.
– Todavía creo que va a aparecer en cualquier momento y que no me dejará estar tan sola -confesó Donna con voz rasposa-. Espero, pero no viene, y cada vez me siento más sola.
– Yo me siento exactamente igual -comentó Rinaldo mirándola a la cara estupefacto-. A veces miró a un sitio y pienso que lo estoy viendo, riéndose alegremente como acostumbraba. Pero nunca está y el vacío es terrible. Nunca volverá estar a nuestro lado. Los dos tendremos que vivir con su ausencia… Pero no tienes por qué sentirte sola. Nos tienes a todos para que te cuidemos – añadió, meciéndola entre los brazos.
– Porque soy la madre del hijo de Toni -dijo con suavidad-. No por mí. Y Toni sí me quería por cómo soy. Por eso lo amaba yo.
– ¿Por eso? -repitió Rinaldo sorprendido.
– Sí, sólo por eso. Sé que tú pensabas que lo quería por su dinero, pero no era así. Él me quería muchísimo y nadie me había querido antes jamás.
En otro momento habría sido imposible mantener una conversación así con Rinaldo; pero en ése, mientras él la acunaba cariñosamente, Donna supo de repente que podía abrir su corazón sin temor a que lo usara en su contra.
– Pero habrás tenido una familia, ¿no?
– No realmente. Mi padre se marchó de casa cuando yo tenía siete años. Se divorció y luego se casó con otra mujer. Cuando mi madre murió, yo pensé que él me llevaría a vivir con su nueva familia; pero nunca lo hizo. Puso un sinfín de pretextos, pero el hecho cierto es que yo no tenía cabida en su vida.
– ¿Es posible? -exclamó Rinaldo con suave violencia, reforzando la presión de su abrazo.
– Desde entonces, supe que no pertenecía a ningún sitio, a nadie. Hasta que un día apareció Toni. Él me hizo sentirme bonita y querida. Me hablaba de su familia italiana y a mí me sonaba como la cosa más maravillosa del mundo. Yo soñaba con poder formar parte de una verdadera familia por fin… -se calló, en parte porque Rinaldo había pasado sus dedos por su boca.
– Y yo tengo la culpa de que tu sueño se hiciera añicos -susurró él-. Debería haber sido más comprensivo.
– Y cuando Toni se enteró de que estaba embarazada, se puso loco de contento. Pensé: ahora tendré mi familia, pero…
– Calla -dijo elevando la voz. Donna se sorprendió de lo afectado que se lo veía-. No sigas. No lo soporto. Debería haber sido diferente. Él lo tenía todo y se lo quité… yo lo maté.
– No -denegó Donna con suavidad-. No… Eso no es verdad.
– Sí lo es. Los dos sabemos que lo es. Y siempre estará ahí. ¿Cómo vamos a olvidarlo?
– ¡Ay! -se quejó Donna de pronto.
– ¿Qué te pasa?, ¿ya viene el bebé?
– No, todavía no -lo tranquilizó Donna-. Sólo está dando patadas.
– ¿Niño? -preguntó Rinaldo, con voz muy cariñosa.
– Tiene que serlo -contuvo la respiración-. A juzgar por las patadas, va a salir futbolista.
– ¿Puedo ayudarte en algo?
– A veces me hago un té por la noche…
– Quédate aquí. Yo voy.
– Está delicioso -dijo Donna tras dar un sorbo, después de que Rinaldo regresara con la tetera.
– ¿Podrás dormirte? -Rinaldo vio la mirada de preocupación de Donna-. ¿Qué pasa?, ¿es el sueño?