– No, ya veo que eres todo un experto.
– ¿Qué fue de ese ratón que Selina nos regaló?
– Me temo que Sasha le tomó cariño. Nadie le explicó que no era un ratón de verdad y…
– No se te ocurriría encerrar al gato aquí por casualidad, ¿no?
– No, pero le di una buena sardina de cena al día siguiente como recompensa -reconoció Donna.
Ambos rieron. El corazón de Donna estaba henchido de alegría. Rinaldo apagó la luz de la lamparita.
– Gracias -dijo ella-. Estaba un poco cansada.
– ¿Estás cansada ahora? -preguntó tocándole la cara.
– No -susurró, con el corazón acelerado-. Ahora no -le devolvió la caricia en la cara.
Rinaldo la rodeó y le dio un beso suave, como pidiendo permiso. Permanecieron juntos un segundo, compartiendo el calor de sus cuerpos.
– Hueles a polvos de talco -murmuró Donna.
– Y tú hueles a sueño.
Nada estaba siendo como ella había temido. En vez de forzarla para acostarse con ella, Rinaldo se mantuvo prudente hasta que Donna le agarró la mano.
Segundos después, su camisón había caído al suelo, descubriendo una figura aún voluptuosa. Rinaldo recorrió su cuerpo de caricias delicadas y Donna lo invitó a que siguiera seduciéndola.
Después de quitarle el pijama de seda, Donna deslizó los dedos por el pecho de Rinaldo y, poco a poco, ambos fueron avivando la chispa de sus pasiones.
De los dos, ella era la que más urgencia tenía. Todo su cuerpo se derretía por fundirse con Rinaldo. Habían pasado cuatro meses desde el parto, y Donna había recobrado todas sus fuerzas. Su realización como madre le había dado un brillo en los ojos, y ahora quería realizarse como mujer. Amaba a ese hombre y esa noche no estaba dispuesta a aceptar una negativa.
Se abandonó gozosa a sus caricias, disfrutando con el olor de su cuerpo y de su excitación en los preliminares del amor. Estaba lista para recibirlo mucho antes de que Rinaldo la poseyera y, cuando por fin la penetró, Donna exhalo completamente satisfecha.
El dolor y la soledad habían desaparecido. Estaba haciendo lo que era naturaclass="underline" mostrarle amor a su marido. Ya tendrían tiempo de discutir problemas pendientes, los cuales, seguro, se resolverían mucho más fácilmente después de aquella experiencia tan gloriosa.
Lo miró a la cara y se preguntó si Rinaldo era consciente de la expresión de asombro que tenía. Pero en seguida olvidó su pregunta, abandonada a los placeres de la carne. La estaba haciendo gozar como jamás se había atrevido a soñar y después de culminar su unión, Donna se amansó entre sus brazos… y se durmió.
Al despertar, Rinaldo estaba junto a la ventana, su cuerpo iluminado por los albores del amanecer.
– Ven -dijo Donna, extendiendo una mano.
Pero, aunque se acercó, Rinaldo no se metió con ella en la cama, sino que se quedó sujetándole la mano, como inseguro de qué debía hacer.
– ¿Qué pasa? -preguntó Donna, desconcertada.
– Nada… o sea… tenernos que hablar, Donna… de muchas cosas. Quería haber hablado contigo antes de esto… Lo de anoche me pilló por sorpresa.
– A mí también, pero, ¿qué importa?
– Será mejor que hablemos primero -dijo. Le dio un beso fugaz y salió de la habitación.
¿Qué sexto sentido avisó a Selina para que ésta los visitara ese día? Quizá fuera el instinto de un gato que araña cuando huele el peligro.
Donna estaba en el jardín cuando María le comunicó disgustada que Selina estaba en casa y había subido a la habitación del niño «como si fuera la patrona».
Donna subió a toda prisa. Se detuvo en el vano de la puerta, sorprendida por lo que estaba viendo. Selina estaba de pie con Toni en sus brazos. Estaba sonriendo al bebé de una manera que perturbó a Donna. No había ternura, sino sentimiento de posesión. Toni parecía intuir que algo iba mal, porque se movía nervioso y ponía gestos de desagrado.
– Yo lo sujetaré -dijo Donna extendiendo los brazos.
– Si sólo estamos conociéndonos, ¿verdad, pequeñín? -respondió Selina sin soltar a Toni.
– He dicho que yo lo sujetaré -repitió Donna.
– No deberías ser tan posesiva, Donna. El no es sólo hijo tuyo, ya sabes.
– Por lo que a ti respecta, sí -dijo Donna con voz severa-. Dámelo.
– No creo que quiera ir contigo -Selina se rió-. Creo que prefiere seguir con su otra mamma, ¿a que sí, precioso? Sí, claro que sí. Tenernos que conocernos mejor.
– Dámelo de una vez -repitió Donna con una voz tan serena como intimidante.
Selina miró fijamente a los ojos de Donna, se encogió de hombros y le devolvió a Toni, que se relajó en cuanto sintió los brazos de su madre a su alrededor. Le colocó la cabeza sobre el hombro al tiempo que le daba palmaditas en la espalda para calmarlo.
– No vuelvas a hablar de él como si fueras su madre. Jamás -le ordenó Donna.
– ¡Qué barbaridad! ¡Sí que eres posesiva! -Exclamó Selina entre risas-. Sabía que las madres de ahora tenían un carácter protector, pero lo tuyo es ridículo. Deberías ir al psiquiatra, chica.
– Tú no tienes nada que ver con Toni y nunca serás su madre, ni su madrina, ni nada parecido.
– Bueno, yo que tú no estaría tan segura de eso.
– ¿ Y eso qué significa?
– Vamos, Donna, ¿es que no lo sabes? Rinaldo sólo se casó contigo para asegurar el bienestar del hijo de su hermano. Para él fue un sacrificio, porque él y yo somos amantes. Lo sabías desde el principio y no creo que seas tan estúpida como para haberlo olvidado.
El corazón de Donna latía con una especie de temor, pero se obligó a ocultarlo, clavó la mirada en los ojos de Selina y le devolvió el insulto:
– Sé que quieres casarte con Rinaldo desde que tu carrera como actriz se convirtió en una mediocridad -arrancó Donna-. La verdad es que nunca llegaste demasiado lejos, ¿verdad, Selina? Sólo algún papelucho en el que hacías de florero, una lástima. Claro que hay muchas actrices bonitas y los directores las prefieren adolescentes, en vez de treintañeras.
– Tengo veintisiete años -espetó Selina.
– Sí, claro. Llevas teniendo veintisiete desde hace cinco años. No te culpo por intentar mantener tu juventud, ya que eso es lo único que has tenido que merezca la pena. Pero eso pasó hace mucho tiempo, ¿verdad, pequeña? Y ahora intentas recuperar a un hombre que desechaste hace trece años. ¿De verdad crees que Rinaldo no lo sabe? Te estás engañando, Selina.
– No, me parece que eres tú la que se está engañando -respondió Selina después de sofocar su indignación-. Rinaldo y yo nos entendemos. Yo volví a su lado porque él me lo suplicó, y tuve que renunciar a un montón de papeles para complacerlo. El pobrecito seguía tan enamorado de mí que habría aceptado cualquier cosa con tal de retenerme.
– No te creo -la interrumpió Donna, luchando por mantenerse firme.
– ¿No sabes cuántas veces ha compartido mi cama después de casarse contigo? No, supongo que has preferido meter la cabeza debajo de la arena. Pero mientras tú te estabas hinchando como una foca, Rinaldo y yo hacíamos el amor en cualquier sitio y a cualquier hora. A veces venía a mi apartamento y a veces iba yo a su despacho. Tiene una habitación donde trabaja, ¿sabías? -Selina intentaba humillar a Donna-. Y no siempre lo hacíamos en la cama. Rinaldo es un hombre al que le gusta experimentar con el sexo, aunque supongo que tú no has tenido oportunidad de descubrirlo. ¿O me equivoco? ¿Ha sido amable contigo alguna vez? En realidad me da igual. Le dije que hiciera lo que fuera necesario para que estuvieras tranquila.
– ¡Estupideces! -Exclamó Donna-. Si Rinaldo hubiera querido, se habría casado contigo antes de conocerme.
– Cara, él me suplicaba que nos casáramos y que tuviéramos un hijo, y era yo la que se negaba. Te ríes de mi belleza perdida. Pues bien, yo no quería estropear mi figura con un embarazo. Gracias a ti, ese problema se ha solucionado. En cuanto Rinaldo me comentó que estabas embarazada, le dije que se casara contigo. Costó un poco convencerlo, pero…