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– ¿Crees que es cierto?

– ¿Rinaldo? -Toni emitió una sonora carcajada-. En absoluto. La única enseñanza que él sacó de su desengaño con Selina es que no se puede confiar en ninguna mujer y que la mayoría están en venta. Ha tenido a muchas mujeres, pero ninguna le ha llegado al corazón. Rinaldo nunca comete dos veces un mismo error, y jamás perdona.

– Pero sí parece que la ha perdonado.

– Yo no estaría tan seguro…

– Insinúas que se acuesta con ella y que disfruta ¿viendo a Selina intentar atraparlo?

– No me extrañaría. Puede que hasta acabe casándose con ella -comentó Toni.

Cuando Donna se vistió para la cena, se esforzó por estar guapa. No pretendía lograr un milagro, pero sí podría estar elegante. Sonrió al recordar su preocupación por el vestido que se había comprado con sus últimos ahorros. Había pensado que tal vez fuera demasiado vistoso, pero al lado de una actriz de cine, por desconocida que fuera, seguro que no desentonaría.

Le gustó el resultado de sus esfuerzos. El vestido tenía un escote no muy pronunciado y en el cuello lucía un collar de perlas que Toni le había regalado. Se hizo un moño, pero aunque no le disgustaba, no quería resaltar que era mayor que Toni.

– Estás preciosa -le dijo éste cuando fue a buscarla de nuevo a su dormitorio, mientras atravesaban un pasillo-. Pero mañana te compraré un vestido verde oliva.

– ¿Por qué verde oliva? -preguntó sonriente.

– Porque el color te sentara bien. No discutas. Nunca me equivoco con los colores. Y también te compraré unos rubís a juego.

– ¡Tú sueñas!

– No, en serio: un collar de rubís y unos pendientes. Estarás fabulosa.

Antes de que pudiera contestar, Rinaldo apareció, bajó la cabeza con educación y los pasó sin decir palabra; pero Donna se dio cuenta de que había oído las palabras de Toni, y éstas confirmarían las sospechas de Rinaldo.

– Esperemos fuera, en el jardín de mi madre -propuso Toni cuando hubieron bajado las escaleras.

– ¿Loretta era tu madre?

– Sí. El jardín estaba totalmente desangelado antes de que ella se ocupara de él. Era escultora, pero lo dejó al casarse con mi papá. No quería que ella trabajara fuera de casa.

– ¡No hay derecho! -protestó Donna.

– El caso es que este jardín, con todas sus estatuas, es obra de mamá.

– Ésta de aquí me encanta -comentó Donna, deteniéndose frente a la de los dos niños.

– ¿Sabes quiénes son?

– ¿Tu hermano y tú?

– Exacto. Rinaldo tenía diez años y yo uno cuando mamá la esculpió.

– Es preciosa. Se nota que está hecha con amor. Seguro que tu madre fue una mujer maravillosa.

– Lo era. Yo sólo tenía cinco años cuando murió, pero la recuerdo muy bien. Era muy guapa y me quería mucho. Siempre supe que yo era su favorito. Papá siempre estaba enfadado, pero mamá no le dejaba echarme la bronca. Una vez robé unos panecillos de la cocina y mi madre le dijo que se los había comido ella para que no me castigara -Toni sonrió al rememorar aquella anécdota y, un segundo después, su rostro ensombreció-. Luego murió y yo me quedé sin su calor. Pero ahora te rengo a ti, carissima, y nunca me faltará tu calor.

Donna lo contempló con ternura. ¿Era ésa la razón por la que se sentía atraída hacia él?, ¿el ser mayor que él y haberlo conocido siendo Toni su paciente? Recordaba muy bien las muchas veces que la había comparado con una Madonna, así como su alegría al enterarse de que se había quedado embarazada.

Y si así sucedía y ésa era la respuesta, ¿acaso importaba? Cada uno estaba llenando las necesidades del otro, y ésa podía ser la base para un matrimonio feliz. Se juró en silencio amarlo y protegerlo durante toda la vida.

La sobresaltó un pequeño cuerpo que pasó rozándole la pierna.

– Hola, Sasha – Toni saludó al gato-. Es del abuelo. Mira, le gustas -comentó al ver que Sasha se restregaba contra la pierna de Donna y ronroneaba.

– Pues claro que le gusta -intervino Piero, sumándose a la pareja-. ¿A quién no le va a gustar Donna? ¿Me permites que entre contigo del brazo a la cena? A Toni no le importará. Es uno de los privilegios de ser anciano: que puedes robarle una chica bonita a un hombre joven.

Donna rió y tomó el brazo que el abuelo ahuecaba, contenta de contar con el favor de Piero.

Rinaldo estaba en el salón que daba al patio. Llevaba una chaqueta negra, con una camisa blanca y una pajarita. Su rostro imperativo se alzaba por encima del resto de las cabezas y llamó la atención de Donna. Ni siquiera el porte de Toni podía compararse con la grandeza de su hermano. Aquél era su territorio y él, una pantera defendiendo su cueva.

Al lado de Rinaldo se sentaba una mujer alta, de larga y rubia melena, con un vestido negro ajustado. El escote era muy atrevido, la cintura ceñida y la falda dejaba al descubierto un par de firmes y preciosas piernas, bajo las medias negras. Lucía un collar con un diamante y tenía más joyas en las muñecas. Se levantó y se dirigió hacia ellos dejando la estela de su perfume tras de sí.

– Toni, querido -le dio un abrazo-, ¡cuánto me alegro de que estés aquí! No podemos dejar que vuelvas a escaparte, ¿verdad que no, Rinaldo?

– Toni nunca hace caso de lo que le digo -respondió el hermano, encogiéndose de hombros.

– Te presento a Donna, mi prometida -dijo Toni desembarazarse del abrazo de Selina-. Donna, ésta es Selina, una vieja amiga de la familia.

Un destello en los ojos de Selina reveló que no le había agradado que la presentaran en esos términos. Pero reacciono en seguida y abrazó a Donna con gran efusividad.

– Es un encanto, Toni -exclamó hablando sobre el hombro de Donna, como si ésta no existiera-. ¡Pareces tan serena! Y no eres extravagante vistiendo. Es bueno que las personas sepan cuál es su estilo, ¿no crees? añadió dirigiéndose a Donna.

– ¿Quieres decir saber el lugar que le corresponde? – replicó ésta en voz baja, aunque no lo suficiente para que Rinaldo, que se había acercado al grupo, no la oyera. La expresión de su cara pareció quebrarse por un segundo, pero recuperó el control inmediatamente. Se miraron y, a pesar de su antagonismo, Donna tuvo la impresión de que Rinaldo había estado de su parte en aquel segundo de duda.

– Es la más guapa del mundo -intervino Toni con desenfado-. Y tiene cabeza. Mucha más que yo.

– Cualquiera tiene más cabeza que tú -apuntilló Rinaldo.

– Ahora mismo renunciaría a mi supuesta gran cabeza por estar tan guapa como tú -le dijo Donna a Selina.

– La presencia no es tan importante -replicó Selina falsamente, aunque muy complacida por el halago-. Además, es el efecto de los diamantes. Le tengo dicho a Rinaldo que no me compre más, pero él sigue en sus trece -luego se puso a hablar con el abuelo, Piero.

– Como ves, prefiero los hechos a las palabras -le comentó Rinaldo a Donna aparte-. Sé cómo ser generoso.

– Bueno, hay hombres que se expresan con dinero y hombres que saben emplear otros medios.

– Y supongo que tú sabes mucho de eso.

– Su hermano es diferente, signore. El me entrega su corazón.

– ¿,Su hermano?, ¿signore? -Repitió con retintín-. Si piensas formar parte de esta familia, ¿no crees que deberías llamarme por mi nombre?

– No sé si tú y yo podremos formar parte de la misma familia… afectivamente hablando. Toni y su abuelo, sí. Pero nosotros, no.

– ¿Así que sacando las uñas?

– Fuiste tú el primero en declararme la guerra -afirmó con suavidad y enojo-. Al menos, eres sincero. Es bueno saber dónde está el enemigo, signore.

– ¿Así que ahora te enfrentas a mí? Muy valiente, pero más inútil todavía.

– Quizá no tan inútil como piensas, ¿Quién te dice te dice que no tengo un arma secreta?

– Tiemblo de miedo.