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Afuera hacía un fresco muy agradable, una brisa que aliviaba la tensión de la cena. En lo alto, oteando la Tierra sobre las villas de Via Veneto, la luna iluminaba todo con sus rayos de plata. Donna se acercó a la fuente y se sentó a un lado, escuchando el caer del agua con la vista perdida en el horizonte.

De pronto, Donna percibió algo en el aire que la hizo salir de su embelesamiento. Rinaldo la estaba observando, oculto su rostro por las sombras. Donna se preguntó qué tiempo llevaría allí vigilándola.

Se aproximó a ella con una copa de coñac en cada mano y le ofreció una a Donna.

– No, gracias -rechazó al instante.

– Es coñac del bueno -Rinaldo se sentó junto a ella -. El mejor. No se lo ofrezco a todo el mundo.

– Agradezco el honor, pero nunca tomo licores -afirmó con determinación.

– Eres una mujer de lo más sorprendente. Reconozco que me has asombrado.

– ¿Pero aún no crees que me vaya a casar con Toni por amor?

– Ahora desconfío más que nunca. Sé lo bien que lo has planeado todo para introducirte en esta familia.

– Pero si yo no… ¿Para qué molestarme? ¿Qué más me da lo que diga si no me vas a creer?

– Exacto, ¿para qué molestarse? Y ya de paso, ¿qué hace una mujer como tú con un crío como Toni?

– Estoy con él porque es dulce y bueno -lo miró a los ojos-. Y porque me quiere.

– ¿ Y tú? ¿Tú qué quieres?

– Yo quiero… -la voz le tembló de repente- Quiero formar parte de esta familia.

¿Por qué había dicho eso? No sabía por qué, pero sí que Rinaldo tenía algo que la obligaba a decir la verdad.

– ¿De verdad crees que puedes llegar a pertenecer a esta familia?

– Con tu permiso…

– Denegado. Tú no te convertirás en la esposa de Toni. No te engañes. Ni engañes a mi hermano -de repente le agarró la mano-. Escúchame: si lo que buscas es seguridad, yo te la daré. Puedo pagarte un piso en la zona más lujosa de Roma, joyas, ropa, cualquier cosa que quieras. Tengo amigos que te ofrecerán algún trabajo si quieres ocupar el tiempo libre. Lo único que te pido a cambio es que siempre estés lista para mí.

– Debo de haber oído mal -lo miró horrorizada.

– Yo tampoco termino de creerme lo que estoy diciendo; pero haré cualquier cosa por evitar la tragedia que estás maquinando.

– ¿Y qué pasa con los sentimientos de Toni?, ¿es que no te importan? -Donna liberó su mano.

– Precisamente porque me importan es por lo que voy a impedir este matrimonio.

– Toni y yo somos inseparables -sentenció ella.

– ¡Ni en sueños te lo creas! -Repuso con fiereza-. Y lo sabes. Lo sabes desde el momento que nos encontrarnos por primera vez.

– ¡Serás arrogante!

– No pierdas el tiempo insultándome por algo que no podemos evitar ninguno de los dos.

– Estás equivocado -dijo con firmeza.

– ¿Seguro? -Rinaldo la miró intensamente a los ojos y, acto seguido, le acarició los labios con un dedo.

La sensación la estremeció. Su roce era como la caricia de una pluma, y la hacía temblar de una manera que nunca hasta entonces había experimentado. El mundo entero parecía estar dando vueltas.

– Toni es un niño -dijo Rinaldo con suavidad-. Y tú no eres una niña, sino una mujer. Lo que tú necesitas s un hombre.

– Pero no a ti -respondió con dificultad-. A ti desde luego que no te necesito.

– ¿Por qué no? ¿Por qué rechazar a un hombre que le puede apreciar, para quedarte con un niñito que sólo quiere que le hagas de madre? A Toni se le pasará. Pero nosotros… nosotros jamás podremos olvidarlo.

En medio de tanta confusión, Donna se aferró a un pensamiento: estaba frente a un hombre sin escrúpulos, capaz de hacer cualquier cosa con tal de separarla de su hermano. Aunque para ello tuviera que seducirla él mismo… sin desearla de veras.

Intentó retirar los labios de aquella caricia que tanto la atormentaba y tanto placer le producía, pero Rinaldo empezó a deslizar las yemas de los dedos por el contorno de sus labios, haciéndola experimentar sensaciones desconocidas para ella, obligándola a reconocer que, aparte de su recíproca hostilidad, había un sentimiento más peligroso que los unía.

Su boca ardía con el deseo de sentir la boca de Rinaldo. No podía respirar. No quería acabar con eso. Quería prolongar esa sensación eternamente.

– Tú di sí -susurró él con suavidad- y yo haré todo lo que haga falta. Te sacaré esta noche de aquí y nunca más tendrás que ver a Toni.

Donna respiró profundamente para intentar calmar el ritmo enloquecedor de su corazón. Oír el nombre de Toni la despertó de aquel trance: Toni la amaba. Se quedaría destrozado si se enterase de lo que su hermano estaba intentando.

– Aparta tu mano de mí -le ordenó ella. Rinaldo, desconcertado, se enfureció al comprobar que Donna no se había rendido todavía-. ¿Qué dirá Toni si llegara a saber la verdad?

– ¿Y cuál es, en tu opinión la verdad?

– Que eres el tipo de hombre que intenta seducir a la mujer de su hermano.

– Prueba a ver si se lo cree -respondió con cruel serenidad.

– Lo negarías, claro.

– Por supuesto que lo negaría. Haría cualquier cosa para proteger a mi familia. Cualquier cosa -repitió Rinaldo -. Estás advertida. Todo habría sido distinto si hubieras sido sensata. Habrías tenido tu apartamento y todo lo demás; pero has decidido hacerte la lista; así que, de acuerdo, ya veremos quién gana.

Se levantó de golpe y regresó al interior. Donna permaneció quieta, estremecida. Por un momento, la intensidad de su mirada y un cierto tono de voz la habían hipnotizado. Tembló aterrorizada por lo que podría haber sucedido.

– ¿Estás bien? -Le preguntó Toni con ansiedad, que acababa de ir al encuentro de Donna-. ¿Te ha estado molestando mi hermano?

– Estoy bien -respondió ella-. Pero me gustaría irme a la cama. Estoy muy cansada.

Toni la acompañó a casa, Piero le dio un beso de buenas noches y hasta Sasha se restregó cariñosamente contra los tobillos de Donna. No había ni rastro de Rinaldo.

Cerró con fuerza la puerta de su dormitorio, Las contraventanas estaban abiertas y la luna iluminaba algo que había sobre la cama. Era un sobre grande, repleto de dinero. Aturdida, Donna cantó hasta un millón y medio de pesetas en billetes de cinco mil. También había una nota que decía:

Toma el dinero y haz el favor de largarte. Rinaldo.

Capítulo 3

El calor resultaba sofocante incluso de noche. Donna no lograba dormir, vehementemente resentida con Rinaldo por destruir su tranquilidad.

Un hombre cruel y rastrero había arruinado sus ilusiones y esperanzas, y Donna lo odiaba por ello.

Entonces recordó aquel instante en el jardín en el que Rinaldo la había acariciado, y se quedó sin saliva. La mera presencia de Rinaldo, su indiscutible masculinidad, la habían hecho ser consciente de que Toni era un chiquillo que aún no había madurado, y que quizá no maduraría nunca.

Se incorporó para intentar no pensar más en aquella caricia perturbadora. No podía permitirlo: ella amaba a Toni. Y, fuera como fuera, era demasiado tarde para cambiar las cosas: él era el padre de su hijo. Se esforzó por recordar su amabilidad, su ternura, lo orgulloso que Toni estaba de ella; pero, ¿por qué no le había dicho a la familia nada del niño todavía?

Pensó que estaba guardando silencio por temor a Rinaldo. Donna se sintió incómoda. Toni temía a su hermano, de la misma manera que un niño pequeño podía temer a un padre severo.

Se levantó de la cama, abrió las contraventanas y respiró un poco de aire fresco. Apenas quedaba una hora para que despuntara el alba.

Se puso el pijama y salió de su habitación. Tenía que pasear por el jardín un rato para intentar serenarse. No se orientaba bien en medio de la oscuridad, de modo que empezó a dar vueltas por la casa hasta que vio una franja de luz de luna bajo una puerta. Al abrirla, descubrió aliviada que estaba en unas escaleras que bajaban al patio. Descendió unos escalones y cerró los ojos, dejando que una suave brisa le acariciara la cara. Era una delicia.