Выбрать главу

Un triste cipres

Sobrecubierta

None

Tags: Unknown

Unknown

UN TRISTE CIPRÉS

Agatha Christie

DRAMATIS PERSONAE

LAURA WELMAN: Anciana y acaudalada dama; enferma.

ELINOR KATHERINE CARLISLE: Linda joven, sobrina de la anterior.

RODDY WELMAN: Sobrino también de Laura y prometido de Elinor.

EILEEN O'BRIEN: Enfermera de la señora Welman.

JESSIE HOPKINS: Compañera de la anterior y a su vez al cuidado de la citada señora.

PETER LORD: Médico de Laura Welman.

EFRAIM GERRARD: Portero de la finca de la señora Welman.

MARY GERRARD: Hija del anterior y protegida de la mencionada dama.

EMMA BISHOP: Ama de llaves de Laura.

HORLICK: Jardinero de la mansión Welman.

TED BIGLAND: Granjero, pretendiente de Mary Gerrard.

HERCULES POIROT: Famoso detective belga, eje de esta novela.

EDMUND SEDDON: Abogado de Laura Welman.

SIR EDWIN BULMER: Hábil abogado, defensor de Elinor Carlisle.

SIR SAMUEL ATTENBURY: Fiscal.

MARDENS: Inspector jefe de Scotland Yard.

ALFRED JAMES WARGRAVE: Cultivador de rosas.

JAMES ARTHUR LITTLEDALE: Perito químico.

EDWARD JOHN MARSHALL: Antiguo conocido de la enfermera Hopkins.

MARY RILEY: Tía de Mary Gerrard, domiciliada en Nueva Zelanda.

SIR LEWIS RYCROFT: Antiguo amor de Laura Welman.

EL MAYOR SOMERVELL: Comprador de la finca Welman.

A

PETER Y PEGGY McLEOD

UN TRISTE CIPRÉS

Ven acá, ven acá, muerte, y que me entierren bajo un triste ciprés. Échate a volar, échate a volar, aliento; me ha matado una niña cruel y hermosa. Haced de follaje mi sudario blanco. ¡Oh, preparadlo!

Mi figura de muerte, nadie tan fielmente representará.

shakespeare.

PRÓLOGO

¿CULPABLE O INOCENTE?

—Elinor Katherine Carlisle: está usted acusada de haber asesinado a Mary Gerrard el veintisiete de julio pasado. ¿Se confiesa usted culpable o inocente?

Elinor Carlisle estaba de pie, con la cabeza erguida. Tenía una cabecita graciosa; el rostro algo anguloso, pero bien definido y agradable. Sus ojos eran de un azul profundo, y el cabello, negrísimo. Las cejas las llevaba depiladas y formaban una línea estrecha, casi imperceptible.

Hubo un silencio expectante.

Sir Edwin Bulmer, el abogado defensor, tuvo una sensación de desánimo.

Pensó: «¡Dios mío! Va a declararse culpable... Ha perdido la serenidad...»

Los labios de Elinor Carlisle se entreabrieron. Dijo:

—¡Inocente!

El abogado defensor se desplomó en su asiento. Sacó un pañuelo y se enjugó el sudor que le corría por la frente.

Sir Samuel Attenbury se levantó y se dispuso a pronunciar su discurso. Era el Ministerio fiscal. Comenzó:

—Con la venia de sus señorías, señores del Jurado... el veintisiete de julio próximo pasado, a las tres y media de la tarde, Mary Gerrard falleció en Hunterbury, Maidensford...

Su voz prosiguió, sonora y agradable, adormeciendo a Elinor y poniéndola en un estado casi inconsciente. De la narración, simple y concisa, sólo frases sueltas impresionaban el cerebro de la acusada.

«...Un caso simple y clarísimo...» «...es un deber de este Ministerio... demostrar el motivo y la oportunidad...» «...nadie, que se sepa, tenía motivo para asesinar a la infortunada Mary Gerrard, excepto la acusada. Una joven encantadora, afable, amada por todo el mundo, a quien no se le conocía un enemigo, o, por lo menos, no se creía que lo tuviese...»

¡Mary, Mary Gerrard! ¡Cuan lejos estaba todo aquello!... ¡No parecía real!

«...suplico a vuestras señorías que presten atención a las siguientes consideraciones: Primera: ¿Qué oportunidad y medios tuvo la acusada para administrar el veneno? Segunda: ¿Qué motivos la indujeron a hacerlo? Mi deber es presentarles algunos testigos que los ayudarán con sus deposiciones al pronunciamiento justo de su fallo... En cuanto al acto de envenenamiento de Mary Gerrard, voy a intentar demostrar que nadie, absolutamente nadie, tuvo la menor oportunidad de cometer este crimen, excepto la acusada...»

Elinor tenía la sensación de encontrarse rodeada por una niebla espesísima. A través de ella le llegaban las palabras «...emparedados...», «...pasta de pescado...», «...la casa vacía...»

Las palabras horadaban la densa capa que cubría los pensamientos de Elinor... Eran como alfilerazos a través de un velo de algodón grueso.

El tribunal. Rostros. Filas y filas de rostros. Una faz, en particular, con gran bigote negro y ojos sagaces. Hércules Poirot, con su cabeza un tanto reclinada y los ojos semicerrados en actitud meditativa, la contemplaba.

Ella pensó: «Quiere adivinar por qué lo hice... Intenta leer en mi cerebro para ver lo que pensé... Lo que sentí. ¿Sentí...? Como si el cielo se hubiese desplomado sobre mí...»

Cerró los ojos, para volver a abrirlos un segundo después.

«...El rostro de Roddy —pensó ahora —. Su rostro querido, con su larga nariz..., su boca sensitiva...» ¡Roddy! Siempre Roddy, siempre, desde que ella podía recordar..., desde aquellos días en Hunterbury entre las frambuesas..., y allá arriba, en los viveros..., y abajo, junto al puente, Roddy... Roddy... Roddy...

¡Otros rostros! La enfermera O'Brien con su boca ligeramente abierta, su rostro fresco y pecoso proyectado hacia adelante. La enfermera Hopkins, presumida e implacable. El rostro de Peter Lord... ¡Peter Lord, tan bondadoso, tan sensible..., tan confortante! ¡Y parecía terriblemente preocupado por ella!... Ella, sin embargo, la figura principal de esta escena horrible, no parecía interesarse por su suerte.

Héla aquí, calmosa y fría, apoyada en la barra, sentada en el banquillo, con una tremenda acusación de asesinato. Se hallaba ante el tribunal.

Algo se agitó; el velo que oscurecía su cerebro se iba disipando poco a poco. ¡Ante el tribunal!... ¡La gente!

La gente se inclinaba hacia adelante, con los labios entreabiertos, la mirada ávida, los ojos fijos en ella. Elinor, con la fruición horrible del vampiro..., escuchando con una especie de delectación cruel lo que aquel individuo alto, de nariz hebrea, estaba diciendo de ella.

—Los hechos, en este caso, son facilísimos de seguir, y no existen contradicciones de ninguna clase. Desde el mismo principio.

Elinor pensaba, entre tanto: «¿El principio..., el principio...? El día en que recibí aquella carta anónima... ¡Aquél fue el principio de todo!»

PARTE PRIMERA

1

LA CARTA ANÓNIMA

I

¡Una carta anónima! Elinor Carlisle contempló estupefacta la hoja de papel que tenía en sus manos. Era la primera vez que recibía una cosa semejante. Le producía una sensación desagradable. Mal escrita, con pésima ortografía y en un papel rosado de ínfima calidad, la carta decía así:

«Lapre Senté es p'arbertirle c'ai arguien questá yenando darrumacos aSu tía isusté no tié cuidado norre Cibirá niun séntimo kuando estie la Pata. Usté Ha save que las Biejas se deRiten kuando las Jóbenes le dan coba con arte ila ketié a su lado es más fina kel koral. Benga a berlo usté misma. Eso es lo mejón. Sino loace asín usté i el Joben cavayero perderán todos sus Derechos y Ha berá como toes paella.

Uno ke la quiere vien.»