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Elinor estaba mirando con fijeza la extraña misiva, con las depiladas cejas enarcadas, mostrando su profundo desprecio por el contenido de la misma, cuando la puerta se abrió y la doncella anunció:

—Mister Welman.

Y Roddy hizo su aparición.

¡Roddy! Como siempre que lo veía, Elinor tuvo conciencia de un sentimiento ligeramente frívolo, una palpitación de placer repentino, una sensación extraña en ella que pretendía ser positiva y poco emotiva.

Era indudable que, aunque Roddy la amaba, no era aquella pasión la que ella parecía experimentar. Cuando le vio aparecer, su corazón empezó a latir con tanta fuerza, que casi le hacía daño. Era absurdo que un hombre ordinario..., sí, sí, un joven completamente ordinario y vulgar, fuese capaz de producirle un sentimiento así. El amor era, indudablemente, una emoción agradable...; no aquello que dolía por su intensidad.

Una cosa era cierta: había que tener mucho cuidado con exteriorizar sus sentimientos. A los hombres no les gustan la devoción ni la adoración. Por lo menos, a Roddy...

Elinor exclamó con indiferencia:

—¡Hola, Roddy!

Roddy repuso con el mismo tono:

—¡Hola, Elinor!... Estás trágica, querida. ¿Es una factura?

Elinor movió la cabeza negativamente.

Roddy dijo:

—Pensé que tal vez... Ya sabes que a mediados del verano es cuando empiezan los bailes y las fiestas y... hay que liquidar las cuentas con las modistas...

Elinor le interrumpió en sus divagaciones:

—Es algo horrible, Roddy. Una carta anónima.

Las cejas de Roddy salieron disparadas hacia arriba. Su rostro indiferente se tornó duro. Repuso con una exclamación de disgusto:

—¡No!

—Es algo horrible... —repitió Elinor, y se aproximó a su mesita de escritorio—. Es preferible que la rompa.

Debía haberlo hecho... Estuvo a punto de hacerlo, porque Roddy y las cartas anónimas eran dos cosas que no debían reunirse... Él, por su parte, no lo habría evitado. El aburrimiento era en él mucho más fuerte que la curiosidad.

Pero, impulsivamente, Elinor decidió lo contrario. Dijo:

—Será mejor que la leas antes. Luego la quemaremos. Se trata de tía Laura.

Roddy abrió los ojos, sorprendido.

—¿De tía Laura?

Cogió la carta, la leyó frunciendo el entrecejo con expresión de disgusto, y se la devolvió.

—Sí —dijo—. Hay que quemarla. ¡Qué gente más extraordinaria!

Elinor sugirió:

—Debe de haber sido uno de los criados. ¿No te parece?

—Así lo supongo —titubeó un instante—. Me estoy preguntando quién será esa joven tan fina como el coral de que hablan en la carta.

Elinor replicó, pensativa:

—Creo que debe de ser Mary Gerrard.

Roddy contrajo la frente en un esfuerzo mental para recordar.

—¿Mary Gerrard?... ¿Quién es?

—La hija del guarda. ¿No te acuerdas de cuando era una chiquilla? La tía le tomó cariño y se interesó extraordinariamente por ella. Le pagó el colegio y varías enseñanzas fuera del programa: piano, francés y...

Roddy la interrumpió:

—Sí, sí, ahora me acuerdo. Una chiquilla flaca, que no era más que piernas y brazos y un mechón de cabellos rubios y enmarañados.

Elinor asintió:

—Sí, pero se ve que no has estado allí desde aquellas vacaciones de estío en que papá y mamá estuvieron en el extranjero. Si hubieses estado allí tan frecuentemente como yo, te habrías enterado de que ella ha estado estudiando en Alemania recientemente y que...

—¿Qué aspecto tiene ahora? —inquirió Roddy, distraído.

Elinor repuso:

—Ahora está bastante guapa; además, tiene modales encantadores, como resultado de su excelente educación, y nadie diría que es hija del viejo Gerrard.

—En resumen, que es toda una señorita en la actualidad, ¿verdad?

—En efecto, y, naturalmente, ahora no se encuentra a gusto en el pabellón del guarda. Mistress Gerrard murió hace algunos años, y Mary no congenia con su padre. Él se burla continuamente de su cuidada pronunciación y de sus maneras delicadas.

Roddy estalló, irritado:

—La gente no quiere darse cuenta del daño que causan con la «educación». A veces, eso no tiene nada de bondadoso; es realmente una crueldad.

Elinor prosiguió:

—Creo que se pasa casi todo el día arriba, en la casa. Ella es la que lee en voz alta los periódicos a tía Laura, desde que tuvo el primer ataque.

Roddy preguntó:

—¿Por qué no se los lee la enfermera?

Elinor respondió, con una sonrisa:

—Miss O'Brien, la enfermera, tiene un acento que haría necesario un intérprete para comprenderla. No me extraña que tía Laura prefiera a Mary.

Roddy paseó nerviosamente a lo largo de la habitación durante varios minutos. Luego exclamó:

—¡Tenemos que ir allí, Elinor!

—¿Por eso...?

—No, no, ¡qué va!... Pero, después de todo, debemos ser sinceros. ¡Sí! A pesar de lo inmundo de esa comunicación, puede ser que haya algo de verdad en ella. Tal vez la vieja esté gravemente enferma...

—Está bien, Roddy.

Él la miró y entreabrió los labios en su atractiva sonrisa, admitiendo la falibilidad de la naturaleza humana.

—Y el dinero nos interesa a ti y a mí, Elinor —dijo.

La muchacha asintió rápidamente:

—¡Oh, es natural!

Roddy añadió, con repentina ansiedad:

—No es que yo sea un mercenario; pero tú sabes que tía Laura ha dicho innumerables veces que tú y yo somos sus únicos familiares. Tú eres su sobrina carnal, la hija de su hermano, y yo soy sobrino de su esposo. Siempre nos ha dado a entender que, a su fallecimiento, todo lo que tiene iría a parar a uno de nosotros o a los dos a la vez. Y es una herencia que vale la pena, Elinor.

—Sí —respondió Elinor pensativamente—; debe de tener bastante dinero.

—El sostenimiento de Hunterbury, por ejemplo, no es ninguna bicoca... El tío Henry estaba casi arruinado cuando tropezó con tía Laura. Pero ella estaba a punto de heredar. Ella y tu padre recibieron una fortuna importante a la muerte de sus viejos. ¡Lástima que tu padre se dedicara a especular y perder casi todo lo que le correspondió!

Elinor suspiró:

—El pobre papá no era un águila para los negocios. Dejó sus asuntos bastante enredados cuando murió.

—Sí, tía Laura tenía más cabeza que tu padre. Cuando se casó con tío Henry compró Hunterbury y, no hace mucho, me dijo que ha tenido siempre mucha suerte en las inversiones de dinero que ha hecho. Prácticamente, no ha fracasado jamás.

—El tío Henry le dejó, al morir, todo lo que tenía, ¿verdad?

Roddy asintió:

—Sí. Fue una tragedia que muriera tan pronto. Y ella no ha querido volver a casarse. Ha sido fiel como un mastín. Y excesivamente buena para nosotros. Siempre me ha tratado como si hubiera sido su sobrino carnal. Me ha ayudado cada vez que me he encontrado en un apuro. Felizmente, estas situaciones no han sido muy frecuentes.

—Para mí también ha sido muy generosa —dijo Elinor, reconocida.

Roddy asintió:

—Tía Laura es la simpatía personificada. ¿Sabes, Elinor, que vivimos con bastante extravagancia, teniendo en cuenta cuáles son nuestros bienes de fortuna?

Ella respondió tristemente:

—Creo que tienes razón. ¡Todo esto cuesta tan caro!... Los vestidos..., el peinado, el maquillaje... y todas las tonterías, como el cine, los combinados... y los discos de gramófono.

Roddy repuso:

—Querida, eres como las lilas del campo. Ni trabajas ni te mueves.

Elinor dijo, mirándole de reojo:

—¿Crees que debería hacerlo?

Él movió la cabeza.

—Me gustas tal como eres: delicada, inaccesible e irónica. Me fastidiaría verte formal. Quiero decir que si no hubiese sido por tía Laura, ahora estarías empleada en alguna oficina lóbrega o en cualquier taller desapacible —se interrumpió y prosiguió inmediatamente—: Lo mismo que yo. Tengo un empleo de suerte. En casa de Lewis y Hume no se trabaja demasiado y me va perfectamente. Con mi empleo pongo a salvo mi honorabilidad; pero ten en cuenta que si no me preocupo por el futuro, se debe a que tengo mis esperanzas puestas en tía Laura.