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Elinor aseguró:

—¡Somos verdaderas sanguijuelas humanas!

—¡No digas tonterías! Nos han dado a entender que algún día seremos ricos y, naturalmente, eso influye en nuestros actos y en nuestra conducta.

Elinor dijo pensativamente:

—La tía Laura no nos ha dicho jamás la forma en que dejará su fortuna.

Roddy replicó:

—¡No importa! Con toda seguridad la dividirá entre nosotros; pero si no fuese así, si te la cediera toda a ti, por ser tú su sobrina carnal, yo participaría de todas formas, porque pienso casarme contigo. Naturalmente, en el caso en que nuestra querida viejecita quisiera dejarme a mí todo lo que posee, basándose en que yo soy el único representante varón de los Welman..., pues repartiríamos también, porque tú te casarás conmigo. ¡Qué suerte que nos hayamos enamorado el uno del otro!... Porque tú me quieres, ¿verdad, Elinor?

Ella respondió con frialdad, casi forzadamente:

—Sí.

—Sí —repitió Roddy, imitándola—. Eres adorable, Elinor. Te pareces a la Princesse Lontaine..., tan seria, tan fría... Eso es precisamente lo que me hace amarte tanto.

Elinor contuvo el aliento al decir con indiferencia:

—¿Sí?

—Sí —replicó Roddy, frunciendo el entrecejo—. Algunas mujeres son tan dominantes..., no sé cómo explicártelo..., tan poco dueñas de sí mismas, que dejan traslucir continuamente sus sentimientos. ¡No podría resistir eso! Sin embargo, tú eres una esfinge... Nadie podría adivinar qué es lo que piensas, ni si sufres o gozas... Eres una obra de arte, querida... ¡Eres perfecta! —hizo una pausa y continuó—: Haremos un matrimonio modelo... Nos queremos bastante, sin exageraciones. Somos excelentes amigos. Tenemos muchos gustos comunes. Poseemos todas las ventajas del parentesco, sin las desventajas de la identidad de sangre. Nos conocemos perfectamente. Jamás podré cansarme de ti, ya que eres huraña y poco comunicativa. Tú, empero, sí es probable que llegues a cansarte de mí. ¡Soy un hombre tan vulgar!...

Elinor denegó con la cabeza.

—Nunca me cansaré de ti, Roddy... Jamás.

—¡Amor mío! Creo que tía Laura sabe ya lo que hay entre nosotros, aunque hace una enormidad de tiempo que no hemos estado allí. Esto nos da una excelente excusa para ir a verla. ¿Qué te parece?

Elinor asintió:

—Sí. Yo estaba pensando el otro día...

Roddy terminó la frase por ella:

— ...que no hemos ido a verla con la frecuencia necesaria. También lo he pensado yo. Cuando sufrió su primer ataque íbamos casi todos los fines de semana. Y ahora hace ya casi dos meses que no aparecemos por allí.

Elinor dijo:

—Hubiéramos ido si hubiera preguntado por nosotros... alguna vez.

—Sí, claro. Nosotros sabemos que está muy contenta con la enfermera O'Brien, que la cuida muy bien. Por otra parte, tal vez hayamos sido un poco confiados. No me refiero al dinero..., sino a los sentimientos humanos.

Elinor asintió.

—Comprendo.

—Pues bien —continuó el joven—: esa sucia carta nos va a hacer un bien, después de todo. Iremos a defender nuestros intereses y a demostrar a tía Laura que la queremos de verdad.

Encendió una cerilla y prendió fuego a la carta que cogió de la mano de Elinor.

—¿Quién diablos puede haber escrito esto? —exclamó—. No es que me preocupe... Alguien que está de nuestra parte, como decíamos cuando éramos chiquillos. Tal vez quieren jugarnos una trastada. ¿Recuerdas a la madre de Jim Partington?... Se fue a vivir a la Riviera. Allí la asistió un médico italiano, y ella se enamoró de él tan furiosamente que le dejó hasta el último céntimo. Jim y sus hermanas han intentado anular el testamento, pero ha sido imposible.

Elinor aseguró:

—A tía Laura le gusta el doctor que la cuida por recomendación del doctor Ransone, pero no hasta ese extremo. Además, lo que se menciona en esa insidiosa carta es una muchacha... Debe de ser Mary.

Roddy se levantó.

—Eso lo veremos por nuestros propios ojos.

II

La enfermera O'Brien salió del dormitorio de mistress Welman y entró en el cuarto de baño. Por encima del hombro, dijo:

—Voy a calentar agua. Tomará una taza de té antes de nada, ¿verdad, colega?

La enfermera Hopkins dijo sosegadamente:

—Magnífico, querida. Una taza de té viene bien a cualquier hora. Siempre he dicho que no hay nada como una taza de té bien cargadito.

La enfermera O'Brien susurró, mientras llenaba la tetera y encendía el gas:

—Aquí lo tengo todo dispuesto en este armarito... El bote de té, tazas y azúcar... Edna me trae leche fresca dos veces al día... Así no tengo necesidad de estar tocando timbres continuamente... Este aparato de gas es estupendo. Hace hervir el agua en un segundo.

La enfermera O'Brien era una mujer de treinta años, con cabellos rojos, dientes de deslumbradora blancura, cara pecosa, sonrisa atractiva y la estatura de un ganadero. Su vitalidad y simpatía la convertían en la favorita de los enfermos que asistía. Miss Hopkins, la enfermera del distrito, que venía todas las mañanas a ayudar a hacer la cama y la toilette de la enfermera, era una mujer de edad mediana, facciones ordinarias y extraordinariamente vivaracha.

Dijo, con gesto aprobatorio:

—Todo se hace bien en esta casa.

La otra asintió:

—Sí. Es algo antigua, sin calefacción central, pero hay chimeneas en casi todas las habitaciones, y las doncellas son amabilísimas. Mistress Bishop es una inmejorable ama de llaves.

La enfermera Hopkins repuso:

—Estas muchachas modernas... No las puedo soportar... Hay muchas que no sé qué es lo que quieren o qué se creen... Casi ninguna conoce sus obligaciones.

—Mary Gerrard es una muchacha encantadora —aseguró la enfermera O'Brien—. Creo que mistress Welman no podría pasar sin ella. ¿Ha visto usted cómo ha preguntado por ella? Tengo la seguridad de que a esta chica no le faltará nada mientras la señora viva y aun si muriese...

La enfermera Hopkins intervino:

—Me da lástima Mary. Su padre no la quiere en absoluto.

—Es incapaz de decirle una palabra amable ese viejo cicatero —dijo la enfermera O'Brien—. ¡Mire, ya pita la tetera! Voy a echar el té tan pronto como empiece a hervir.

Hecha la infusión, las dos enfermeras se sentaron en la habitación de la O'Brien, junto al dormitorio de mistress Welman.

—Mister Welman y miss Carlisle no tardarán en llegar —aseguró la enfermera O'Brien—. Hemos recibido un telegrama suyo esta mañana.

—¡Ah, sí! —exclamó su colega—. Ahora me explico por qué estaba tan excitada la enferma. Debe de hacer mucho tiempo que no han estado por aquí.

—Más de dos meses. Mister Welman es un caballero arrogantísimo, pero parece muy orgulloso y algo retraído.

La enfermera Hopkins dijo:

—Vi la fotografía de ella el otro día en el Tatles. Estaba acompañada de un amigo... La foto estaba tomada en Newmarket.

—Es conocidísima entre la alta sociedad. ¡Y lleva siempre unos vestidos tan preciosos! ¿No cree usted que es maravillosa?

—Es difícil saber cómo son estas muchachas debajo de su maquillaje. A mi juicio, Mary Gerrard vale mucho más que ella.

La enfermera O'Brien se humedeció los labios e inclinó la leonina cabeza.

—Tal vez tenga usted razón —dijo, y luego añadió con aire triunfal—: Pero Mary carece de estilo.

—Las buenas plumas hacen hermosos pájaros —replicó la otra sentenciosamente.

—¿Quiere otra taza de té, colega?