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»Lo único que hay contra Elinor Carlisle es la circunstancia en la cual ocurrió el envenenamiento.

»El fiscal ha dicho, en efecto:

«Nadie más que Elinor Carlisle puede haber matado a Mary Gerrard»

»Por consiguiente, han tenido que buscar un posible móvil. Pero, como he dicho antes, no han podido encontrar ningún móvil, porque no había ninguno.

»Ahora bien: ¿es cierto que nadie más que Elinor Carlisle pudo haber matado a Mary Gerrard? No, de ninguna manera. Existe la posibilidad de que Mary Gerrard se suicidase. Existe la posibilidad de que alguien pusiese algo en los emparedados mientras Elinor Carlisle estuvo ausente de la casa, en el pabellón. Existe una tercera posibilidad. Es una hipótesis mediante la cual, si puede demostrarse posible y consistentemente con la evidencia, la acusada debe ser absuelta. Yo me propongo demostrarles que hubo otra persona que no sólo tenía igual oportunidad para envenenar a Mary Gerrard, sino que tenía un motivo mejor para hacerlo. Yo me propongo presentar pruebas para demostrarles que existe otra persona que igualmente pudo apoderarse de la morfina y que tenía un buen motivo para matar a Mary Gerrard...; y puedo demostrarles que esa persona tuvo una oportunidad igualmente buena para hacerlo.

»Yo sostengo, señor, que ningún Jurado del mundo puede condenar a esta mujer por asesinato cuando no existen pruebas contra ella, excepto esa de la oportunidad; y cuando pueda demostrar que no sólo hay pruebas de oportunidad contra otra persona, sino un móvil importante, llamaré a algunos testigos para demostrar que ha habido un acto de perjurio deliberado por parte de uno de los testigos de cargo.

»Pero, primeramente, interrogaré a la acusada, para que ella cuente su propia historia y ustedes puedan ver por sí mismos cuan infundados son los cargos que se hacen contra ella.

II

Ella contestaba en voz baja a las preguntas de sir Edwin. El juez se inclinó hacia adelante. Le dijo que hablase en voz más alta. Sir Edwin le hablaba dulcemente, animándola, haciéndole todas las preguntas para las cuales ella había ensayado las respuestas.

—¿Quería usted a Roderick Welman?

—Mucho. Él era como un hermano para mí o como un primo. Siempre pensé en él como en un primo. El compromiso de casamiento... fue llevado a cabo como cosa natural. Era muy agradable casarse con alguien conocido de toda la vida.

—¿No era, quizá, lo que podría llamarse un amor apasionado?

(«¿Apasionado? ¡Oh, Roddy!»)

—No... usted verá: nos conocíamos mutuamente tan bien...

—Después de la muerte de mistress Welman, ¿hubo alguna tensión entre ustedes?

—Sí, la hubo.

—¿Cómo explica eso?

—Creo que fue, en parte, por el dinero.

—¿El dinero?

—Sí, Roderick creía encontrarse en una situación violenta. Él supuso que la gente pensaría que se casaba por el dinero...

—¿El compromiso no se rompió a causa de Mary Gerrard?

—Creo que Roderick estaba algo enamorado de ella, pero no creo que fuese nada serio.

—¿Habría sufrido usted un disgusto si lo hubiese sido?

—¡Oh, no! Habría considerado que era inconveniente; eso es todo.

—Ahora bien, miss Carlisle: ¿cogió usted o no un tubo de morfina de la cartera de la enfermera Hopkins el veintiocho de junio?

—No.

—¿Ha tenido usted alguna vez morfina en su poder?

—Nunca.

—¿Sabía usted que su tía no había hecho testamento?

—No. Fue una gran sorpresa para mí.

—¿Cree usted que ella trataba de darle un mensaje en la noche del veintiocho de junio, cuando murió?

—Adiviné que ella no había tomado ninguna previsión para Mary Gerrard y tenía ansiedad por hacerlo.

—Y con objeto de cumplir sus deseos, ¿usted estaba dispuesta a asignar una cantidad de dinero a la muchacha?

—Sí. Quería cumplimentar los deseos de tía Laura. Y yo estaba agradecida por la bondad que Mary había mostrado a mi tía.

—El veintiséis de julio, ¿bajó usted de Londres a Maindensford y se alojó en el King's Arms?

—Sí.

—¿Con qué propósito bajó usted?

—Tenía una oferta para la casa, y el hombre que la había adquirido quería posesionarse de ella cuanto antes. Tenía que examinar los objetos personales de mi tía y arreglar las cosas.

—¿Compró usted algunas provisiones en el camino de Hall el veintisiete de julio?

—Sí. Pensé que sería más fácil hacer una merienda allí que volver al pueblo.

—¿Fue usted entonces a la casa y clasificó los objetos personales de su tía?

—Sí.

—¿Y después de eso?

—Bajé a la cocina y corté algunos emparedados. Luego bajé al pabellón e invité a la enfermera y a Mary Gerrard a subir a la casa.

—¿Por qué hizo eso?

—Quería ahorrarles una caminata, con tanto calor, al pueblo y luego al pabellón.

—Era, en realidad, una acción natural y bondadosa por su parte. ¿Aceptaron la invitación?

—Sí. Me acompañaron a la casa.

—¿Dónde estaban los emparedados que usted había cortado?

—Los dejé en un plato, en la cocina.

—¿Estaba la ventana abierta?

—Sí.

—¿Cualquiera podía haber entrado en la cocina mientras usted estuvo ausente?

—Ciertamente.

—Si alguien la hubiese observado a usted desde fuera mientras cortaba los emparedados, ¿qué habría pensado?

—Supongo que habría pensado que estaba preparando unos emparedados para una merienda.

—No podían saber que alguien iba a participar de esa merienda, ¿no es cierto?

—No. La idea de invitar a las otras dos se me ocurrió tan sólo cuando vi qué cantidad de comida tenía.

—De forma que si alguien hubiese entrado en la casa durante su ausencia y hubiese puesto morfina en uno de aquellos emparedados, ¿era a usted a quien se proponía envenenar?

—Sí, supongo que sí.

—¿Qué ocurrió cuando ustedes tres llegaron a la casa?

—Entramos en la sala. Yo fui a buscar los emparedados y los ofrecí a las otras dos.

—¿Bebió usted algo con ellos?

—Tomé agua. Había cerveza en una mesa; pero la enfermera y Mary prefirieron tomar té. La enfermera fue a la cocina y lo preparó. Lo trajo en una bandeja y Mary lo sirvió.

—¿Tomó usted algo de él?

—No.

—Pero ¿Mary Gerrard y la enfermera bebieron té?

—Sí.

—¿Qué sucedió después?

—La enfermera apagó el gas.

—¿La dejó a usted sola con Mary Gerrard?

—Sí.

—¿Qué ocurrió después?

—Al cabo de unos minutos cogí la bandeja y el plato de los emparedados y los llevé a la cocina. La enfermera estaba allí, y juntas fregamos las cosas.

—¿La enfermera se quitó los puños en aquella ocasión?

—Sí. Fregaba las cosas, mientras yo las secaba.

—¿Hizo usted alguna observación respecto a un arañazo que ella tenía en una muñeca?

—Le pregunté si se había pinchado.

—¿Qué contestó ella?

—Ella respondió: «Ha sido una espina del rosal que hay fuera del pabellón. Voy a sacármela ahora.»

—¿Observó usted algo en los modales de ella?

—Creo que sentía el calor. Estaba angustiada, sudorosa, y su rostro tenía un color verdoso extraño.

—¿Qué sucedió después?

—Subimos la escalera, y ella me ayudó a examinar los objetos personales de mi tía.