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Al cabo de un segundo, se encogió de hombros.

– Lo siento, Piet. Hice lo que pude. Pude seguir discutiendo para disuadirle, pero no hubiera servido de nada.

En esto tenía razón.

Sy era segundo de a bordo cuando Hank Weston, el antiguo director de la oficina, me había contratado como investigador. Había sido pura amabilidad por parte de Hank. En aquel momento, yo necesitaba de mala manera que alguien me contratase y hubiera aceptado un trabajo de botones si alguien me lo hubiera ofrecido. La cosa de la investigación no habría durado mucho. Si uno sabe escribir simplemente, escribir para el World Reporter es una técnica fácil de aprender. Al cabo del primer mes, Hank me admitió como fijo con un contrato por un año.

Los problemas empezaron poco después, cuando Hank se fue a Washington con un empleo en la U.S.I.A. y Sy se hizo cargo de la oficina.

De vez en cuando y con cierta frecuencia, el World Reporter toma conciencia del mundo y se alborota moralmente. El enemigo es siempre calificado de "enfermedad espiritual de nuestro tiempo" y el método seguido por el World Reporter para librar la batalla en favor del bien consiste en echar una mirada atenta, curiosa y autosuficiente a cualquier fenómeno social considerado como sintomático de dicha enfermedad. La delincuencia juvenil de uno u otro tipo siempre ofrece material abundante, naturalmente; pero tiende a hacerse monótona. Con la idea de variar un poco mediante la presentación de alguna depravación de adultos, una depravación europea especialmente, Sy me envió a explorar los Nachtlokale de Hamburgo.

Encontré mucha depravación del tipo normal, triste y deprimente; pero, por desgracia, también descubrí algo que me divirtió.

El lugar era un club nocturno de travestí, con un espectáculo a base de hombres vestidos de mujer. Hubiera sido una cosa corriente, a no ser por un detalle: el artista principal del espectáculo resultaba extraordinariamente convincente.

Habitualmente, en estos casos suele notarse que se trata de hombres: los falsos pechos están colocados demasiado altos, el abultamiento de las pantorrillas no está en su sitio, la barba asoma azuladamente a través de la capa de maquillaje. Aquel hombre, sin embargo, parecía una mujer y una mujer muy atractiva, divertida y dotada de talento para el espectáculo. El oficial de un barco, bastante borracho y simplemente heterosexual, que había entrado por equivocación en aquel lugar, se entusiasmó tanto que, cuando al fin un camarero se creyó obligado a decirle que la estrella no era una mujer, le replicó gritando:

– Me importa un bledo lo que sea… ¡quiero ir a la cama con eso!

Yo cometí la equivocación de comentar el incidente, añadiendo que el individuo contaba con mi simpatía. Pensé que esto divertiría al personal de la oficina, y así fue; por lo tanto, en vez de cortarlo, lo dejaron pasar para que divirtiese a la gente de Nueva York. Pero ocurrió que Mr. Cust lo leyó y no le hizo ninguna gracia.

Decidió abrir una investigación en torno a mi persona.

Lo que Mr. Cust esperaba, y probablemente deseaba, era sin duda descubrir que yo era homosexual. La homosexualidad le pone furioso. En vez de eso, se enteró que yo había sido director y copropietario de Ethos, una revista experimental de noticias internacionales que había terminado en bancarrota, y que yo había pasado varios meses en un sanatorio mental francés tras un intento de suicidio. Los investigadores, una casa francesa de detectives privados, habían conseguido sonsacar a las autoridades del sanatorio el hecho de que yo había recibido un tratamiento a base de electrochoques.

Ocurre que Mr. Cust se pone tan furioso cuando oye hablar de bancarrota y de enfermedades mentales como cuando oye hablar de homosexualidad. Yo había terminado. Si Hank Weston no hubiera aceptado el empleo de Washington, probablemente hubiera terminado también, por haber contratado a un hombre con mi historial.

Pronto llegaron aquí las noticias de lo que ocurría conmigo y entonces le dije a Sy que deseaba irme. Pero en el World Reporter las cosas no son tan sencillas. Mr. Cust es un dios orgulloso y, en aquel momento, a mi contrato aún le faltaban cinco meses para expirar. En el seno de aquella organización, si uno tiene un contrato en firme, no puede romperlo, sean cuales sean las circunstancias. Si uno se va antes de que el contrato expire, se ha de ir, no porque así lo desee, sino porque Mr. Cust lo ha despedido por incompetencia; y si la incompetencia no es real, entonces hay que inventarla.

Sy sabía esto tan bien como yo.

– ¿Qué ocurriría si me niego? -pregunté yo.

– Si haces eso, Piet, quedas suspendido de empleo y sueldo. Y además no puedes trabajar para otro semanario hasta que expire tu contrato con nosotros. Naturalmente, si quieres tomarte unas vacaciones de cinco meses sin cobrar, adelante.

Yo no podría vivir cinco semanas sin sueldo y mucho menos cinco meses. Esto también lo sabía Sy.

– Lo siento, Piet -repitió-. Naturalmente, recibirás toda la ayuda que pueda darte.

Naturalmente. Mi fallo desacreditaría a la oficina hasta cierto punto. Además, se le había dicho que procurase que no fallara. Siempre era posible que también él recibiera un correctivo; tal vez por no haber advertido antes a Nueva York de mi incompetencia. Desde luego no lo despedirían por culpa de mis errores, pero podían ponerle una marca negra junto al nombre.

– Supongo que esa información confidencial que nos envía no tiene absolutamente ningún valor, ¿no crees? -dije yo.

– No necesariamente.

– Pero es probable.

Sy suspiró.

– El viejo no es tonto del todo.

– Empiezo a ponerlo en duda.

Ya sé que lo piensas. Supervaloras tu propia importancia, Piet. Todo el mundo sabe que no ganarías un concurso de popularidad de estar el viejo en el jurado, y todo el mundo sabe también que el muy cretino puede ser vengativo, pero sigue siendo un profesional. A sus oídos llegan multitud de rumores de alto nivel, procedentes de personas que consideran que vale la pena hacerle favores. Si dice que sabe dónde se oculta la chica, lo más probable es que tenga algo. Puede que no sea bastante, pero será algo. Le gusta jugar a las corazonadas. Además, siempre hay una remota posibilidad, ya sabes.

– Ya sé, ya. No apostarías nada por dicha posibilidad, a no ser ese billete roto de diez francos del que de todos modos estabas decidido a deshacerte.

Sy se encogió de hombros.

– No te hagas mala sangre, Piet. Ya oíste lo que te dije. Y también oíste lo que él me dijo a mí.

Y continuó hablando rápidamente antes de que yo tuviera tiempo de contestarle; ya que estaba cansado de mí por aquella noche.

– Te diré lo que debes hacer. Aquí tenemos todo un dossier sobre el caso, con recortes, fotos y el reportaje de la Reuter. Llévatelo a casa y duerme un poco. Luego, léelo y ven a verme aquí a las doce y media. A esa hora ya tendremos aquí el correo de Nueva York. Cuando sepamos de qué se trata, podremos trazar un plan de acción. ¿De acuerdo?

3

Regresé al apartamento de la Rue Malesherbes y me tomé dos pastillas para dormir. Pero no me hicieron efecto.

Al cabo de una hora, me levanté y tiré por el lavabo el resto de las pastillas. Era una simple precaución. Ahora nunca compraba más de veinte cada vez, aun cuando las adquiría en el mercado negro, y en el frasco sólo había una docena o así; no eran suficientes realmente. Se necesitan treinta por lo menos para que la cosa vaya bien; si no es así, el estómago se deshace de la mayoría de ellas. Y luego viene el largo y repugnante retorno a la vida y la tutela del psiquiatra. No quiero volver a pasarlo otra vez; pero me conozco y prefiero no correr el riesgo. En las horas grises de la madrugada de un mal día, podría ser lo bastante estúpido para cometer el mismo error por segunda vez.