Los bordes de la boca de Wild temblaron ligeramente.
– ¿Por qué cree usted eso?
– Porque no se me ocurre ninguna otra manera de relacionarle con Sir Owen, y porque si Sir Owen hubiera deseado vender y distribuir estas acciones falsas, debió de necesitar su ayuda. Después de todo, en determinados trabajos uno no puede evitar tener tratos con el señor Wild más tarde o más temprano. ¿No es eso cierto?
Miré a Mendes, y me satisfizo bastante su ligerísimo asentimiento.
– Sigue siendo sólo una conjetura -me dijo Wild.
– ¡Ah, pero es tan probable! Usted envió al desgraciado de Quilt Arnold a espiarme cuando puse mi anuncio en el Daily Advertiser. Él me dijo que hubo un tiempo en que usted se fiaba más de él, y que usted quería ver si era capaz de reconocer a cualquiera que viniera a entrevistarse conmigo, y que si no era así, que les describiese. ¿No es probable, pues, que, como el señor Arnold había gozado de su confianza en el pasado, hubiera tenido más conocimiento de sus trapicheos en acciones falsas? Así podría haber reconocido a algún comprador, e incluso si no lo era, usted podría hacerlo, a partir de la descripción de Arnold. Ninguno de estos detalles son condenatorios por sí solos, pero en combinación creo que no ofrecen otra manera de interpretarlos.
Wild asintió.
– Quizá tenga usted más talento del que le atribuía, señor Weaver. Y sí, tiene usted toda la razón. Hace más de un año, Sir Owen vino a verme porque deseaba poner en marcha una trama para producir acciones falsas de la Mares del Sur. En el pasado había estado involucrado con la organización madre de la Mares del Sur, la Compañía Sword Blade, y como resultado de ello conocía bien sus mecanismos internos. Pero deseaba reclutar a aquellos que conocían bien los bajos fondos, y necesitaba contactos para que su plan funcionase, de modo que, sabiamente, recurrió a mí. Me ofreció un porcentaje que me pareció generoso, y pronto llegamos a un acuerdo. Era una operación compleja, como comprenderá. Él deseaba de todo corazón que nadie supiera quién era, porque tenía miedo, con razón, del poder de la Compañía. Así que creó la identidad de Martin Rochester. Con ayuda de mis hombres en la calle, y un agente infiltrado dentro de la Compañía.
– Virgil Cowper -especulé.
– El mismo -reconoció Wild-. Y así, con todas estas piezas en su sitio, teníamos el negocio a punto.
– Pero más tarde usted quiso desentenderse de ese negocio -dije-. Le dijo a Quilt Arnold que estuviera ojo avizor con los hombres de la Mares del Sur. Sabía lo suficiente acerca de su capacidad de decisión como para temerles, ¿verdad?
Asintió.
– Me llevó algún tiempo, pero llegué a darme cuenta de los peligros que esta operación me presentaba, porque me dejaba a merced de otro hombre, una situación a la que no estoy acostumbrado. Cuando por fin comprendí lo que era la Compañía de los Mares del Sur, me di cuenta de que era peligroso tener un enemigo así. Al principio de meterme en la operación, supuse que los directores no eran más que una pandilla de caballeros perezosos e hinchados, pero pronto vi que iba a ser mucho mejor para mí que la Compañía no tuviera na da que ver conmigo, porque si decidían destruirme tenía poca confianza en ser capaz de igualar su poder. Y así tuve que encontrar la forma de liberarme de mis ataduras.
– Sí -reflexioné-. Sir Owen conocía llegados a este punto demasiadas cosas acerca de sus operaciones, y, si le delataba usted, tenía que temer su venganza.
– Precisamente -Wild resplandecía con el placer que le proporcionaba su propia inteligencia-. Necesitaba encontrar el modo de deshacerme de él sin que él sospechara mi implicación. Fue más o menos por las mismas fechas en que Sir Owen y yo separamos nuestros caminos cuando él se dio cuenta de que su padre y el señor Balfour habían descubierto la verdad acerca de las acciones falsas. Por lo que yo he deducido, Balfour descubrió que tenía acciones falsas en su poder, y fue a pedirle consejo a su padre. Cuando Sir Owen supo que su padre deseaba sacar esa información a la luz pública, se revolvió con saña, con excesiva saña para mi gusto, porque en mi negocio, señor, la discreción lo es todo. Sabía que él había organizado el asesinato de su padre, de Balfour, y del librero. Sabía también que Sir Owen llevaba siempre sobre su persona un documento escrito por su padre detallando las pruebas de la falsificación. No sé por qué guardaba esas cartas: quizá pensase que le daría ventaja sobre la Compañía en caso de necesitarla. En cualquier caso, le di instrucciones a Kate Cole de que le robara este documento, sabiendo que sería fácil, ya que su afición por las putas era legendaria. E hice circular algunos rumores que le hiciesen creer que era posible que yo estuviera detrás del robo, sólo posible, como comprenderá. Simultáneamente hice circular rumores de que yo no tenía nada que ver. No podía dejar que él supiera que yo era su enemigo. Me limité a hacer circular información que le hiciera sentirse incómodo con la idea de confiar en mí, pero no lo suficiente como para arriesgarme a que actuase en mi contra. Bien, señor Weaver, si a un hombre se le pierde algo y desea recuperarlo en esta ciudad, en caso de no poder confiar en Jonathan Wild para que se lo devuelva, ¿a quién se dirigirá? Parece que no tenía más que una alternativa.
– Dios mío -balbuceé-, ¿las cartas que me mandó recuperar de manos de Kate Cole eran los papeles de mi padre?
– Efectivamente. También solía llevar encima unas cartas sentimentales a su difunta esposa, pero éstas me importaban mucho menos. Ahora, tras haberle robado este documento incriminador, le obligué a colocarse en una posición en la que necesitaba contratar al hijo de su víctima para recuperar la prueba misma del crimen. No tenía razón para creer que él supiera que usted era el hijo de Samuel Lienzo, así que ahí no había causa para alarmarse, y no podía sino sospechar que para obtener el botín tendría usted que leer lo recuperado, pero las cosas no salieron así.
Todavía no entendía por qué Wild me había puesto tan difícil el conocer la verdadera identidad de Sir Owen y su responsabilidad en la muerte de mi padre.
– ¿Por qué no hizo que su gente abriera el paquete? -pregunté-. ¿Por qué hizo que todo fuera tan endiabladamente complicado?
– Era necesario que no supieran que tenían un papel que representar en este asunto, ya que apenas podía tener confianza en esos villanos. No podía confiar en que mis propios faltreros no me delatarían ante Sir Owen en caso de encontrarse en una posición difícil. Así que tuvo algunos problemas a la hora de recuperar los documentos. La muerte de Jemmy fue un detalle desafortunado, ¿pero qué le vamos a hacer? De todas maneras, debido a que tenía que enfrentarme a la posibilidad de que usted mostrara tantos malditos escrúpulos en sus servicios a Sir Owen, tomé una segunda precaución: le pedí al bobo de Balfour, a cambio de la ridícula, por lo exagerada, cantidad de cincuenta libras, que le involucrase en el asunto. Usted quizá se preguntase por qué perdió todo el interés en encontrar al asesino de su padre, pero era sólo porque desde el principio le importó un comino su padre, y su muerte. Y así, espoleado por la insistencia de Balfour en que la muerte de su padre estaba relacionada con alguna espantosa conspiración, por fin mordió el anzuelo. Intenté dirigirle en la dirección correcta, cosa que era extremadamente difícil, pero ahora comprende por qué tuve que tratarle con tan pocos miramientos públicamente, ya que debía hacer creer a Sir Owen que yo buscaba disuadirle, no animarle, y tenía también que protegerme contra la posibilidad de que algún día usted se viera forzado a desandar el camino recorrido. Sabía que no había podido dejar de descubrir la conexión con la Compañía de los Mares del Sur, así que no había ningún peligro en que yo se lo mencionase.