– ¿Estás sugiriendo que me conduzca en este asunto eligiendo al azar caminos de investigación?
– Al azar no -me corrigió-. Si no sabes nada con certeza pero puedes hacer conjeturas razonables, actuar basándote en esas conjeturas te ofrecerá la mayor probabilidad de saber quién hizo esto, con la menor probabilidad de fracaso. No hacer nada no te ofrece ninguna probabilidad de descubrirlo. Las grandes mentes matemáticas del siglo pasado -Boyle, Wilkins, Glanvill, Gassendi- han elaborado las reglas en función de las cuales tendrás que razonar para encontrar al asesino que buscas. No vas a actuar según lo que te muestren los ojos y los oídos, sino según lo que tu mente considere probable -Elias puso el café sobre la mesa y jugueteó con las manos.
Cuando Elias se creía brillante siempre se ponía a juguetear con las manos. Me preguntaba cómo se atrevía a sangrar a sus pacientes, ya que era tal su fe en los poderes curativos de la flebotomía que me imaginaba que sería incapaz de controlar sus propias manos sólo de pensar en las virtudes de la sangría.
Confieso que ni sospechaba la importancia de lo que Elias me estaba contando. No comprendía que me estaba ayudando a cambiar la naturaleza misma de mi razonamiento.
– ¿Y cómo se supone que debo empezar a hacer conjeturas y a guiarme por las probabilidades?
– No tienes confianza suficiente en tu propio intelecto. A mí me parece que razonas de este modo todo el tiempo, pero como no estás versado en filosofía no eres capaz de reconocer el tipo de pensamiento que practicas. Estaré encantado de prestarte algunos libros.
– Sabes muy bien que no tengo cabeza para tus libros difíciles, Elias. Afortunadamente dependo de ti para que los estudies por mí. ¿Qué nos dice la filosofía del señor Pascal que debemos hacer con el asunto que nos traemos entre manos?
– Déjame que piense -me dijo despacio, y miró hacia arriba estudiando el techo.
Debo decir que nunca me cansaba mi amistad con Elias, porque era un hombre de muchas facetas. De haber entrado por la puerta en aquel momento una ramera atractiva, se hubiera olvidado de que hombres como el tal Pascal pisaron alguna vez la faz de la tierra, pero por el momento tenía a mi disposición todo el poder de su intelecto, y creo que le complacía en grado extremo aplicarlo a mi causa.
– Tenemos un hombre -comenzó lentamente- cuya muerte ha dejado al descubierto su bancarrota. Su hijo piensa que el suicidio es una artimaña y que su bancarrota está relacionada con su muerte; piensa, de hecho, que la muerte es consecuencia del deseo de dejarle en la bancarrota. Sin duda -reflexionó Elias-, el asesino no puede ser un ladrón normal. Uno no puede robar sin más los títulos de otro: hay que llevarlos a la institución emisora para que sean transferidos.
– ¿Qué instituciones emiten bonos?
– El Banco de Inglaterra tiene el monopolio sobre la emisión de Bonos del Estado, pero luego están también las compañías, claro: la Compañía de los Mares del Sur, la Compañía de las Indias Orientales, y demás.
– Sí, últimamente he oído hablar mucho de estas compañías. Especialmente del Banco y de la Mares del Sur. ¿Pero cómo sabes tanto de todo esto?
– No sé si sabes que me he aficionado algo a jugar en bolsa -se hinchó un poco, lanzando una mirada por el Jonathan's como si fuera el dueño del lugar-. Y como podría decirse que soy un habitual de los cafés, no es raro que aprenda alguna cosa sobre el negocio. He adquirido algunos valores que me han reportado gratos beneficios, aunque lo que más me interesa son los proyectos.
Creo que cuando nació Elias los inventores de proyectos y los intrigantes del mundo entero se tomaron unos tragos a su salud y otro más para honrar a sus padres. Desde el comienzo de mi amistad con Elias había invertido, y perdido, dinero en proyectos para la pesca del arenque, la plantación de tabaco en la India, la construcción de un barco que navegase bajo el mar, la desalación del agua marina, la fabricación de una armadura resistente al fuego de mosquete para los soldados, la creación de un motor que se alimentase de vapor, la invención de una especie de madera maleable y la cría de una raza de perro comestible. Una vez me burlé de él sin piedad por invertir cincuenta libras -que pidió prestadas a una serie de ingenuos, incluido yo mismo- en un proyecto «para la producción de enormes cantidades de dinero por medios que, una vez revelados, asombrarán».
De modo que, aunque no creyese que Elias fuera el inversor más cauto del mundo, sí creía que comprendía el funcionamiento del mercado de valores.
– Si un simple ladrón no puede robarle sus valores a alguien -seguí preguntando-, ¿quién puede, y con qué propósito lo haría?
– Bueno -Elias se mordió el labio-, podríamos pensar en la propia entidad emisora.
Eché una carcajada como si encontrase la idea ridícula. Pero no podía olvidar al viejo enemigo de mi padre, Perceval Bloathwait, el director del Banco de Inglaterra.
– ¿Quieres decir que el Banco de Inglaterra, por ejemplo, podría matar a dos hombres para conseguir algo, que el Banco de Inglaterra es responsable de intentar quitarme la vida a mí también?
– ¡Señor Adelman! -gritó el mozo del café al pasar por nuestra mesa-. ¡Hay un coche esperando al señor Adelman!
Observé de lejos cómo el amigo de mi tío se abría paso a través del café, seguido de un grupúsculo de sicofantes que le acosaron incluso mientras trataba de cruzar el umbral. Por un momento me sentí sorprendido, como si fuera una extraña coincidencia que él estuviera en el mismo sitio que había elegido yo para tomarme un pocillo de café. Luego me acordé de que era yo quien había elegido tomar un pocillo de café en su lugar de trabajo. No era él quien me perseguía a mí, sino más bien al contrario.
Me volví de nuevo hacia Elias, quien, mientras yo andaba perdido en mis pensamientos, había estado especulando sobre las intenciones asesinas de la institución financiera más poderosa del país.
– Quizá el Banco se diera cuenta de que le resultaba imposible pagar el interés y tuviera que deshacerse de todos los inversores -propuso-. ¿Qué mejor manera de ordenar las cuentas que hacer que algunos bonos desaparezcan? Quizá u padre y Balfour tenían una cantidad muy grande de participaciones de alguna institución en particular.
Sentí una especie de escalofrío. Elias estaba levantando un espectro que mi tío había despreciado por ridículo.
– Me han dicho que tal cosa es improbable. No creo que el Banco de Inglaterra vaya por ahí asesinando a sus inversores. Si necesitaba incumplir algún préstamo, estoy seguro de que existen formas más eficaces de hacerlo.
Elias gesticuló.
– Por el amor de Dios, Weaver. ¿De qué crees que se trata en el Banco de Inglaterra?
– De asesinatos no, claramente.
– Esa no es su función, pero no hay razón alguna para creer que el asesinato no se encuentra entre sus instrumentos.
– ¿Por qué? -le pregunté-. ¿No es más probable que estos asesinatos hayan sido llevados a cabo por un hombre o un grupo de hombres en lugar de como parte del programa de una compañía?
– Pero si este hombre u hombres actúan para servir a la compañía, entonces no sé si veo la distinción. La compañía sigue siendo el villano. ¿Y qué significa la vida de un hombre o dos a ojos de una institución tan enorme como el Banco de Inglaterra? Si la muerte de un hombre sugiere la probabilidad de un beneficio financiero considerable, ¿qué va a detener al Banco o a alguna de las otras compañías a la hora de hacer una inversión tan sangrienta? Ya ves, el meollo de la cuestión es que este tipo de cálculo de probabilidades, que va a ayudarte a averiguar lo que hay detrás de estas atrocidades, ha permitido la aparición de las mismas instituciones que con mayor probabilidad están involucradas en el asesinato de tu padre. El Banco y las compañías se dedican a la correduría bursátil a gran escala, ¿y qué es jugar en bolsa si no un ejercicio de probabilidades?