Выбрать главу

Me llevé la mano a la frente mientras pensaba.

– No puedo ni imaginarme tamañas cantidades. ¿Quién puede desear tanto? ¿Qué opulencia es suficiente para estos hombres?

Mi tío tenía un gesto grave.

– Me temo que nos enfrentamos a un tipo de hombre nuevo además de a un nuevo tipo de riqueza. Cuando las tierras significaban prosperidad, los hombres quizá llegaban a tener suficiente. Tener demasiada tierra hacía difícil gobernarla. Pero con el papel moneda, más es simplemente más. En Francia, donde sufren su propia locura financiera, tienen una palabra, millionnaire, para referirse a los hombres cuya riqueza se mide en millones. Millones. Es inconcebible, pero hay más de un puñado que podrían ostentar este título.

– ¿Y cómo podemos enfrentarnos a hombres de semejante riqueza y ambición?

– Eso está por venir -me informó mi tío con seguridad-. Debemos comenzar por una convicción sencilla: la convicción de que estas dos muertes están conectadas. Nos llevará algún tiempo descubrir el porqué y el cómo. Debemos avanzar dando pasos pequeños, me parece.

– Comprendo -me recliné en el asiento e intenté pensar en cómo hacer una pregunta que yo sabía que mi tío no querría contestar-. Dígame -dije después de una pausa-, ¿qué ocurrió exactamente entre mi padre y Bloathwait?

Sacudió la cabeza.

– Eso pasó hace mucho tiempo, y no tiene relevancia ahora. Tu padre está muerto, y te aseguro que al señor Bloathwait ya no le interesa recordar ese desagradable asunto. No es más que un viejo solterón ahora, sin más pasión que los negocios.

– Pero me gustaría saberlo. Si he de descubrir qué le pasó a mi padre, ¿no tiene sentido saber más acerca de él?

– Sí que lo tiene -dijo mi tío-, Pero debes comprenderle tal y como era en los días antes de su muerte, no cuando eras un niño.

– Me gustaría conocer la verdad -dije solemnemente.

Mi tío asintió.

– Muy bien, pero has de tener en cuenta que tu padre era más joven entonces. Le llevó mucho tiempo establecerse en la calle de la Bolsa y, como muchos hombres, especialmente aquéllos con familias a las que querían hacer prosperar, estaba ansioso por ver que sus esfuerzos daban fruto. Quizá no tuviera entonces tanto cuidado con los beneficios de aquellos para quienes trabajaba como el que tuvo después.

– ¿Engañó a Bloathwait de alguna manera?

Mi tío asintió a medias.

– Le vendió a Bloathwait una gran cantidad de acciones cuyo valor cayó en picado a los pocos días de la venta. Tu padre le había insistido con cierto entusiasmo en que comprara, y cuando el valor se desplomó, Bloathwait le echó la culpa a tu padre.

– ¿Sabía mi padre que el valor caería?

Mi tío se encogió de hombros.

– Nadie sabe nada con certeza en este mundo, Benjamin. Eso ya lo sabes. Pero tenía sus sospechas.

– Y Bloathwait odiaba a mi padre por ello.

– Sí. A Bloathwait le llevó algunos años recuperar sus pérdidas, pero al fin las recuperó, y se enriqueció más que nunca. Pero nunca olvidó a tu padre. Le dio por aparecer en el Jonathan's y ponerse a mirarle fijamente de manera agresiva, por enviarle notas crípticas y vagamente amenazadoras. Preguntaba por Samuel, le daba recuerdos para él a distantes conocidos para que tu padre pensase que Bloathwait siempre le estaba observando. Y más tarde, después de gastar tanto tiempo y energía en seguir a tu padre a todas partes, ocurrió algo bastante inesperado. El propio Bloathwait se convirtió en una especie de corredor de bolsa. Había aprendido bastante después de pasar tanto tiempo en la calle de la Bolsa. Empezó a comprar y vender, a tener éxito, y ahora es uno de los directores del Banco de Inglaterra. Estoy seguro de que más que nadie desea olvidarse del problema con tu padre, porque sólo le hizo dar la impresión de ser necio y débil.

No estaba seguro de creerme aquello. De hecho, estaba seguro de que no me lo creía. El odio no muere tan fácilmente, especialmente un odio que había consumido tanto a Bloathwait.

La mirada de mi tío se perdía por la habitación; no quería seguir hablando de este asunto.

– Quédate con el panfleto -me dijo, alargándomelo-. Deberías leer las palabras de tu padre.

Asentí.

– Me pregunto si no deberíamos considerar publicarlo.

– Nadie sabe que tenemos este panfleto. Mantenerlo en secreto podría protegernos.

Yo estaba de acuerdo, pero pensé que podíamos ocuparnos del asunto de todas formas. Le pregunté con quién había publicado mi padre en el pasado, y mi tío me dio el nombre de Nahum Bryce de Moor Lane, cuyo sello editorial, recordé, ya había visto en el panfleto que había leído en el café.

– Debo irme -dijo mi tío. Se levantó despacio y echó una mirada al panfleto de mi padre, como temeroso de dejarlo en mis manos.

Yo me incorporé también.

– Lo cuidaré bien.

– Estas son las palabras de tu padre desde la tumba, y creo que nos dirán, aunque sea de manera críptica, quién hizo esto.

Y entonces, para mi sorpresa, mi tío me abrazó. Me envolvió en sus brazos y me estrechó contra su pecho, y sentí la humedad sorprendente de sus lágrimas sobre mi mejilla. Rompió el abrazo justo cuando yo empezaba a devolvérselo.

– Eres un buen hombre, Benjamin. Me alegro de que hayas regresado -y con eso, abrió la puerta y se fue apresuradamente, bajando las empinadas escaleras con sorprendente agilidad.

Cerré la puerta y me serví otro vaso de clarete. Con la sensación de que tenía todavía mucho trabajo que hacer, encendí un quinqué sobre mi mesa y me dispuse a examinar el panfleto de mi padre, pero no era capaz de quedarme con sus palabras. Y no podía dejar que la emoción de la despedida de mi tío eclipsara del todo la sensación de que no deseaba que yo hablase con Perceval Bloathwait, un hombre que se había convertido en el gran enemigo de mi padre. Quizá mi tío realmente creía que la enemistad entre estos hombres había sido ya olvidada, y quizá fueran sólo las proporciones míticas que los niños dan a los conflictos la razón que me hacía dudar de que semejante hostilidad pudiera disiparse jamás.

Sería agradable poder sentirnos reconfortados por las decisiones firmes que tomamos, pero no suele ser frecuente. No sabía con certeza cómo comportarme con este hombre. Había tenido relación con hombres tan poderosos como Bloathwait en el pasado, pero siempre habían sido ellos los que me habían visitado a mí. Nunca antes había tenido que llamar a la puerta de un caballero exigiendo respuestas. Mis investigaciones siempre se movían hacia abajo en la escala social. Ahora me encontraba mirando desde abajo hacia arriba, preguntándome qué medios tenía a mi disposición para obtener la información que precisaba. Quizá un miembro de la junta directiva del Banco de Inglaterra encontrara mi visita presuntuosa. Pero si el rango social, como decía Elias, era otro valor destruido por el nuevo mundo financiero, entonces mi presunción se convertía en una bonita ironía.