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– ¿A quién oyó hablar de esto?

Sacudió la cabeza.

– No sabría decirle. Fue hace mucho tiempo, y no reparé en ello en aquel momento. Los hombres de negocios a menudo intercambian información de manera informal. Siento mucho no haber prestado más atención.

– Yo también lo siento.

– Si me enterase de algo más, no dudaré en ponerme en contacto con usted. Sólo puedo recomendarle que si realmente cree que su padre fue asesinado, entonces habrá usted de descubrir qué podría haber hecho para enfadar a los hombres de la Compañía de los Mares del Sur. Entonces deberá determinar qué medidas tomaría la Compañía en ese caso.

– ¿Qué podría haber hecho un hombre para enfadar a la Compañía?

Bloathwait extendió las manos en un gesto de ignorancia.

– No puedo decirle cómo piensan los directores de la Mares del Sur, señor. Si un hombre llegase a amenazar sus ganancias, ¿le atacarían? No lo sé. Pero sí creo que su padre no tenía ningún enemigo más poderoso cuando murió.

– ¿Cree usted, señor, que la Compañía mantendría a matones para asesinar a quienes amenazasen sus ganancias?

– Nunca he dicho eso -respondió Bloathwait fríamente-. Sólo afirmo que los directores de la Mares del Sur son hombres ambiciosos. No sería capaz de adivinar hasta qué extremos podrían llegar para proteger sus ambiciones.

No podía fiarme del aire de desinterés con que estaba sugiriendo la vileza de la Compañía. De niño, Bloathwait me había dado muestras de ser un conspirador ambicioso, y no se había convertido en un hombre de tanta importancia sin aprender a ser sutil. Su cautela a la hora de hablar de la Compañía escondía sin duda hasta qué punto deseaba que yo creyese lo que estaba sugiriendo.

– Estas ambiciones -le dije, utilizando el mismo tono despreocupado- amenazan al Banco de Inglaterra, ¿no es cierto? La Compañía de los Mares del Sur es su rival más peligroso. Supongo que usted se beneficiaría enormemente en caso de que yo descubriese cualquier práctica incorrecta por parte de la Compañía.

El rostro de Bloathwait se ensombreció, y en un instante vi al hombre de mi infancia: enorme, decidido y temible por su intensidad.

– Creo que va usted demasiado lejos -su voz era un susurro profundo y hostil-. ¿Está usted sugiriendo que yo amenazaría los negocios de otros por un motivo banal? Usted vino aquí para solicitar mi ayuda, y yo le he contado lo que sé. Encuentro sus insultos tan inexplicables como descorteses.

– No pretendía ser descortés -procuré que mi tono fuera conciliador, aunque lo que salió de mi boca fue una réplica airada.

Sacudió la cabeza para mostrar su desprecio por mis torpes esfuerzos de reconciliación. Nuestro discurso se asemejaba ahora a los parlamentos de una obra de teatro más que a una conversación: ninguno de los dos decía nada parecido a la verdad, pero no nos atrevíamos a apartarnos demasiado del papel.

– Puede usted encontrar la salida por sí solo -dijo con voz queda, esperando transmitirme más las exigencias de su trabajo que la ofensa de mis acusaciones-. No tengo más tiempo para usted. Le deseo buena suerte en su investigación, y si me tropiezo con información que pueda resultarle útil, se la haré llegar.

Me puse en pie y me incliné ante él. Acababa de volverme cuando me llamó por mi nombre.

– No soy capaz de adivinar qué descubrirá en sus pesquisas, Weaver, pero en caso de que se enterase de algo acerca de la Compañía de los Mares del Sur que parezca ser de naturaleza… -hizo una pausa para elegir las palabras- incriminatoria, le ruego que venga a mí con la información antes de ir a ningún otro sitio. Le prometo que el Banco recompensará generosamente su consideración.

Hice otra reverencia y abandoné el despacho.

Sentí cierto alivio al marcharme, ya que creí que siempre procuraría mantenerme a cierta distancia de Bloathwait. Por ahora, sin embargo, sabía que no iba a poder disfrutar de tanta distancia como me hubiese gustado mantener. Me había confirmado lo que ya sabía: que mi padre había convertido a la Compañía de los Mares del Sur en su enemigo. La mera existencia de esta enemistad no probaba el asesinato, pero me daba un lugar hacia el que dirigir mis investigaciones. Y, lo que era más relevante, Bloathwait se había mostrado dispuesto a colaborar conmigo, siempre y cuando fuera a hacer sufrir a la Compañía de los Mares del Sur. Me resultaba reconfortante la idea de que, de convencerme de la culpabilidad de la Compañía o de sus agentes, iba a tener un aliado poderoso, aunque también peligroso.

Al avanzar hacia la puerta, me detuve y le pregunté a un hombre encorvado de mediana edad si conocía el paradero de Bessie, pero el buen hombre me despidió con cajas destempladas.

– Largo de aquí -me espetó, mostrando los dientes como una cabra-. Bastante boba es Bessie ya como para que la despiste todavía más alguien como usted.

Hice una reverencia obediente y me alejé de la casa. Pero se me había metido en la cabeza que regresaría, y la próxima vez no utilizaría los caminos de la formalidad.

Diecisiete

A la tarde siguiente Elias vino a visitarme, hinchado de felicidad y bastante dispuesto a abrazarse a sí mismo. Apenas si había entrado por la puerta cuando le brotó la noticia de la boca.

– Le ha ocurrido una desgracia terrible a un compañero dramaturgo -dijo con evidente placer-. Un zopenco llamado Croger, que iba a tener una obra terminada para Cibber, ha ido y se ha muerto sin acabarla. Requetemuerto. Han aceptado mi obra y la van a representar la semana que viene.

Le di la enhorabuena cálidamente a mi amigo por su buena suerte. Me dirigí a coger una botella para tomar una copa de celebración, pero Elias había logrado alcanzarla antes de que yo terminara de darme la vuelta, y me alargó un vaso. Brindamos por su éxito, y se desplomó en uno de mis sillones.

– ¿No es algo fuera de lo común que una obra se represente con tantas prisas? -le pregunté.

– Increíblemente extraordinario -me aseguró-, pero Cibber es la clase de empresario teatral que siempre se obstina en tener algo nuevo para el principio de la temporada, y cuando escuchó mi Amante confiado le sedujo inmediatamente. Y no es una razón menor, me parece, el hecho de que yo haya diseñado el personaje del Conde de Malamoda a la medida del propio Cibber. Al leerle la obra, y te puedo asegurar que leer toda una obra uno solo, intentando conseguir que todas las inflexiones suenen ajustadas, no es tarea fácil, no paraba de interrumpirme cuando leía a Malamoda para exclamar «creo que es posible que esta pieza tenga algo», o «eso es muy ingenioso». La clave está, no en escribir obras que sean buenas, sino más bien en escribir obras que contengan papeles para el director del teatro. Estoy tan orgulloso de mí mismo que voy a estallar.

Le escuché hablar bastante rato sobre el señor Cibber, sobre el Teatro Real de Drury Lane, sobre las actrices que le gustaban de allí, y demás. Luego Elias me explicó que iba a estar excepcionalmente ocupado con los ensayos apresurados, pero que de todas formas aún deseaba ayudarme como pudiera en la investigación. Le conté pues mi entrevista con Bloathwait, y le pregunté si había oído hablar alguna vez de Martin Rochester, el hombre para quien ahora trabajaba el que acabó con mi padre, pero Elias sacudió la cabeza.

– No se me ocurre cómo seguirle la pista -me quejé-. Un hombre a quien nadie puede encontrar y que trabaja para otro a quien nadie conoce. A lo mejor si me convierto en habitual del Jonathan's podré enterarme de algo que me sea útil.

Elias sonrió.

– ¿Puedes estar seguro de que estarás haciendo uso sabio de tu tiempo?