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– ¿Entonces por qué esperó a que yo comenzase la investigación? Si estos asesinatos le molestaron tanto, ¿por qué no se encargó usted mismo del asunto?

– Porque hasta que usted no comenzó a investigar, nadie creía que fueran asesinatos. Mientras el público esté contento, yo estoy contento. Pero le aseguro, Weaver, que una vez inquietos los ánimos del público por estas muertes, si ahora no es capaz de resolver el asunto, será malo para los dos.

– ¡Menuda estupidez! -no pude evitar reírme, aunque al hacerlo me dolieran las costillas y la cabeza.

Wild se rió conmigo.

– Tendrá que admitirlo. Mis razones son mis razones. Deseo que triunfe, pero si usted no desea triunfar, entonces no haga caso de mis consejos y mi ayuda. No hay hombre mejor informado en la ciudad, y puedo tener información que le sea útil. Siéntase con libertad de preguntarme lo que quiera, señor. Cualquier cosa.

Consideré su oferta.

– ¿Dónde puedo encontrar a Bertie Fenn, el hombre que arrolló a mi padre?

Wild extendió las manos para hacerme notar su impotencia.

– No sé dónde puede encontrarlo, pero he oído que trabaja para un hombre llamado Martin Rochester, que es una especie de cerebro criminal con todos los honores. No es hombre con quien jugar, por lo que he oído.

– Llevo oyendo ese nombre, Rochester, algún tiempo. Parece que el mundo entero ha oído hablar de él, pero nadie le conoce. Es muy enigmático.

– Sí, usted se ha embarcado en un camino lleno de enigmas, ¿no es cierto?

– Entonces, si lo desea, podría ayudarme a aclarar algunos de los enigmas, en lugar de añadir nuevos. Dígame todo lo que sepa sobre Rochester: a qué se dedica, dónde vive, a quién más tiene a sueldo.

Wild se limitó a encogerse hombros.

– Vaya, Rochester es un hombre de muchos secretos. No sé ni dónde vive ni quién trabaja para él, además de Fenn, claro está. No soy más que un apresador de ladrones, señor, y no soy capaz ni de empezar a comprender el mundo de los corredores de bolsa como Rochester. Estos corredores son el mismo demonio. Todo lo vuelven del revés. No hay forma de organizar el negocio en torno a ellos.

Suspiré. Estas incesantes imprecaciones contra los corredores me frustraban; no porque quisiera defenderles, ni porque estas condenas insultasen la memoria de mi padre, sino porque las mismas palabras estaban en boca de todos los hombres y eran algo peor que meramente vacías e inútiles.

– ¿Entonces realmente no tiene ninguna información que darme? Para un hombre que lo sabe todo, comparte usted notablemente poco -comencé a levantarme, e incluso este mínimo movimiento hizo que Mendes se apoyara en el otro pie.

Wild alzó la mano para detener no sé a cuál de los dos.

– Quizá no tenga exactamente la información que usted precisa. Pero oigo cosas, y me gustaría compartir con usted algunas de las cosas que he oído.

No hice ningún esfuerzo por esconder mi escepticismo.

– Por supuesto -volví a recostarme en la silla.

– Por lo que sé, fue Rochester quien organizó la muerte de su padre y la de Balfour. No sé por qué, pero sí sé que Bertie Fenn trabajaba para él. Y además, señor, sé que Rochester tiene algún vínculo con la Compañía de los Mares del Sur. Creo que tendrá usted que ir a la Compañía para descubrir la verdad acerca de estos asesinatos.

– ¿Cómo es posible que tantos hombres señalen hacia la Compañía de los Mares del Sur y que ninguno sea capaz de decirme nada más? -le pregunté.

Wild me miró con una expresión parecida a la sorpresa.

– No puedo hablar en nombre de otros hombres.

– ¿Qué relación tiene usted con Perceval Bloathwait? -inquirí.

– ¿Bloathwait? -o bien le había sorprendido genuinamente o era un actor consumado-. ¿El director del Banco de Inglaterra? ¿Qué relación podría tener yo con él?

– Eso es precisamente lo que quiero aclarar.

– Ninguna. Y sospecho que nunca la tendré, a no ser que descubra que le han robado en algún momento.

– Entonces dígame cómo sabe estas cosas acerca de la Compañía -le dije.

– A los hombres les destruyen las murmuraciones, ¿sabe? Un faltrero me cuenta una cosa, una puta me cuenta otra. Yo pongo unas cosas en relación con otras. A veces no puedo preguntar más que lo que me cuentan.

Me concentré en ver qué más podía preguntarle. No podía ni empezar a adivinar cuáles podían ser los motivos de Wild, pero si quería ayudarme, por el momento aceptaría su información.

– ¿Qué sabe de un hombre llamado Noah Sarmento? -le pregunté.

Wild podía negar que tuviese negocios con Bloathwait, pero si el contable de mi tío era un villano de algún tipo, entonces era posible que Wild supiese algo acerca de él.

Su cara era una hoja en blanco.

– No puedo decir que le conozca.

– Muy bien. Ha hecho que sus hombres me den una paliza para poder traerme aquí a ofrecerme su amistad y su aliento. ¿Estoy en lo cierto, señor Wild?

– De verdad, Weaver, ya le he pedido perdón por eso. Le he dicho todo lo que sabía sobre Rochester y sobre la relación con la Mares del Sur. Tendrá que poner usted algo de su parte.

– Entonces me pondré a ello -comencé a levantarme-. Gracias por su tiempo, señor Wild -dije amargamente, mientras intentaba no perder el equilibrio. No quería darle a Wild la satisfacción de verme en modo alguno incapacitado-. No puedo decirle qué grado de fe tengo en sus promesas, pero le aseguro que esta reunión ha resultado muy esclarecedora.

– Estoy encantado de oír eso. Sabe, señor Weaver, mi oferta sigue en pie: si desea usted encontrar trabajo conmigo, siempre hay lugar para un hombre con sus cualidades.

– Su oferta me resulta tan tentadora hoy como el primer día que la hizo, señor.

– Ah, bueno. Una cosa más que me gustaría comentarle. Es sobre el asunto de Kate Cole. No pude menos de percibir cierto escrúpulo por su parte cuando mencioné su fecha de ejecución. Supongo que es usted uno de esos infortunados a quienes les puede el sentimiento; una característica tan negativa. Se me ocurre que si la idea de que la ahorquen le inquieta, yo podría decidir librarla de la cuerda.

– ¿Y a cambio? -pregunté.

– A cambio -me dijo-, me debería usted un favor. Un favor que yo eligiese, que yo pueda pedirle cuando quiera.

Sabía que podía disponerlo y salvar su vida. Un hombre como Wild tendría precisamente la influencia necesaria para abortar el juicio, de la misma manera que tendría el poder de verla colgada si decidiese hacerlo. Pero me preguntaba qué precio me exigiría pagar para limpiar mi conciencia. ¿Qué podía significar estar en deuda con Wild, no tener elección a la hora de fijar cómo se saldaba la deuda? Pensé en su oferta en términos de probabilidad, en términos de riesgo y de beneficio, en términos de los esfuerzos de Wild por especular con vidas como si estuviese jugando con personas en una especie de bolsa de felonía. Al final, y es una decisión de la que he llegado a arrepentirme por muchas razones, puse mi miedo del poder de Wild por encima de mi preocupación por la vida de Kate. No dije nada, y vi la imagen de una Kate ahorcada en mi cabeza y me dije que si la vida de Kate terminaba de esa manera, yo sería capaz de soportar la culpa.

Decidí no honrar a Wild con una respuesta a su oferta, así que él siguió hablando.

– Pues muy bien. ¿Quiere que envíe a Mendes a acompañarle de vuelta a sus aposentos?

Miré de refilón a mi viejo conocido.

– Sí -dije, asegurándome de mantener ocultos mis sentimientos-. Creo que eso me gustaría.

Mendes y yo permanecimos sentados en el carruaje en silencio unos momentos. Finalmente se dirigió a mí.

– Comprenderá que no le devuelva las armas hasta que no lleguemos a su casa.