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Veinticinco

Una vez que me hube lavado y vestido, haciendo cuanto pude para evitar llamar excesivamente la atención del servicio de casa de mi tío, le envié un mensaje a Sir Owen pidiéndole que se encontrara conmigo en una taberna próxima. Me envió su respuesta y a las pocas horas estaba sentado frente a él acompañado de una reconfortante jarra de cerveza.

Sir Owen, sin embargo, no parecía reconfortado. Había desaparecido la cercana calidez que marcara nuestros anteriores encuentros. La mueca apretada de sus labios indicaba un estado de ánimo agitado, y echaba varias miradas por minuto hacia la puerta.

– Éste es un asunto muy desagradable -dijo Sir Owen-. Usted me prometió que mantendría mi nombre fuera del caso, Weaver -recorrió distraídamente con el dedo el asa de su jarra.

Yo estaba todavía bastante dolorido, pero procuraba adoptar el aire de un hombre relajado y con todo bajo control. A menudo me había dado cuenta de que, como un actor sobre un escenario, los movimientos de mi cuerpo podían influir en las emociones de mis interlocutores.

– Le prometí hacer todo lo que estuviese en mi mano, y pienso cumplir esa promesa, pero no puedo mentir ante el tribunal, o bien podría enfrentarme a la acusación de asesinato yo mismo. Sir Owen, este asunto ha rebasado las proporciones que ambos habíamos previsto, y creo que lo prudente ahora es prepararse para la posibilidad de que yo me vea obligado a mencionar su nombre ante el tribunal. Estoy seguro de que con la preparación adecuada podremos garantizar que ningún perjuicio serio…

– Su trabajo es proteger a quienes le contratan -gruñó, sin mirarme-. Tiene usted que hacer lo que sea. ¿Lo que quiere es más dinero?

– De verdad, Sir Owen, me escandalizan sus acusaciones. Le he servido lo mejor que he podido en toda circunstancia.

– Me pregunto -dijo distraídamente- ¿cómo explica usted la repentina habilidad de esta mujer para saber su nombre? Usted me contó que no tenía ningún conocimiento de quién era usted ni de dónde encontrarle.

Se irguió en el asiento y le dio un buen trago a su jarra.

– Eso es cierto -contesté-, pero me parece que Wild lo ha descubierto, y no puedo menos de suponer que Wild es quien está detrás de este embrollo.

– Wild -escupió-. Nos va a destruir a todos. Fui necio por confiarle este asunto, Weaver. Es usted, si me disculpa, un judío con mal genio que piensa con los puños. Si no hubiera usted disparado a nadie, nada de esto habría sucedido.

No tenía paciencia para aguantar las repentinas acusaciones y el mal humor de Sir Owen. Bastante contento había estado cuando maté a Jemmy de un disparo en plena calle, siempre y cuando el tiro no llegase nunca a perturbar su tranquilidad.

– Es cierto que si nadie hubiera resultado muerto no habría necesidad de un juicio por asesinato, pero también podría añadir que si usted no hubiese sido tan descuidado con sus papeles tampoco nada de esto habría sucedido.

Mi intención había sido la de enfadarle, ponerle nervioso quizá, pero mis acusaciones sirvieron sólo para hacer que Sir Owen recordase su propia autoridad. Se puso muy tieso y me miró con los ojos fríos.

– Está usted perdiendo los papeles -me dijo con voz queda-. Usted ha atraído demasiados problemas sobre su cabeza, y sobre la mía también, curioseando en lugares donde nadie le llama. ¿Cómo sabemos que no es la Mares del Sur quien está detrás de este repentino cambio de circunstancias en torno a la puta? A la Compañía sin duda le encantaría verle a usted silenciado de la manera que fuera. Todo este curiosear, buscando quién mató a su padre. ¿No podía haber esperado a que se solucionase el asunto de la puta?

Estaba a punto de hablar cuando me detuve y pensé en lo que había dicho Sir Owen.

– ¿Cómo conoce usted ese tema? -le pregunté con la voz tranquila, esperando no revelar nada.

Observé a Sir Owen con cuidado para percibir cualquier señal de confusión, pero no exhibía nada más que exasperación.

– ¿Quién en Londres no sabe que está usted metiendo la nariz en el suicidio de Balfour? No es ningún secreto que está usted creándole problemas a la Compañía de los Mares del Sur, y pienso de todo corazón que me está creando problemas a mí también. ¿Qué clase de hombre es usted, en cualquier caso, para mantener en secreto el nombre de su padre? Estábamos sentados entre hombres inteligentes hablando de Lienzo y usted no dijo ni una palabra. ¿Quería usted dejarme en ridículo en mi propio club, Weaver? ¿Es eso lo que se propone?

– Si se siente usted ridículo -dije con calma-, sólo puede ser culpa suya.

Sir Owen apretó los dientes.

– Es usted un sinvergüenza irresponsable por involucrarme a mí en sus sórdidos asuntos. Ojalá me hubiera mantenido usted al margen, porque sin duda me arrastrarán a mí al arroyo junto a usted.

A medida que Sir Owen se ponía más beligerante, me pareció mejor dejarle explayarse, pasando por alto sus antipáticas observaciones sobre judíos en general y sobre mí en particular hasta que se agotara. Finalmente adoptó una postura más razonable.

– Hablaré con hombres que tienen no poca influencia. Quizá pueda hacer algo para evitar que se le llame a testificar en este juicio. Mientras tanto, ha de darme usted su palabra de que, si llegan a convocarle, no pronunciará mi nombre ni me relacionará en modo alguno con su asesinato de ese hombre.

– Sir Owen -le dije con voz pausada y queda-, hemos de hacer todo lo que podamos para que eso no llegue a ocurrir, pero no puedo prometerle nada. Guardaré silencio mientras sea seguro hacerlo. No sé si llegarán a preguntarme por usted. El tribunal puede no considerar importante de parte de quién buscaba yo a Kate. Pero si me fuerzan a decir en nombre de quién actuaba yo esa noche, no podré negarme. ¿No hay alguna manera de informar a su prometida, la señorita Decker, de su pasado, a grandes rasgos, sólo lo suficiente para ponerla en guardia contra cualquier rumor desagradable con que pueda encontrarse?

No había elegido bien mis palabras. Me miró con incredulidad durante lo que me pareció una eternidad.

– ¿Qué podría usted saber de la sensibilidad de una señorita refinada? -me espetó-. Usted no sabe de nada más que de putas y de la basura del arroyo.

Quizá debiera haber sido más sensible a sus circunstancias, pero no me salía del alma sentir simpatía por el tono acusatorio de Sir Owen. Había hecho de todo y más por servirle. Su expectativa de que me dejara colgar en Tyburn como muestra de lealtad hacia él no era justa en absoluto, y sus acusaciones sobre las mujeres de mi vida eran inapropiadas, por decirlo suavemente.

– ¿No dice su evangelio algo de que sólo los libres de pecado pueden tirar piedras, Sir Owen? -le pregunté con toda calma.

Me miró fijamente.

– No tenemos nada más de qué hablar -me dijo, y se marchó apresuradamente.

El pánico de Sir Owen me dejó confuso, pero no del todo desalentado. Al fin y al cabo estaba al borde de ser abochornado públicamente, hasta el extremo de poner en peligro su próximo matrimonio, y yo sentía que él llevaba razón al considerar que yo tenía no poca culpa en el asunto. Me preocupaba más cómo se había desatado esta desafortunada cadena de acontecimientos y qué podía hacer yo para arreglarlo. Me parecía lógico que hubiera sido Jonathan Wild quien me había involucrado en el asunto de Kate Cole, pero de nuevo la pregunta era por qué. Sir Owen había sugerido que podía ser la propia Compañía la que me había puesto, y a Sir Owen conmigo, en medio del peligro, y ésa era una posibilidad que no podía ignorar.

Creía que había una persona que podía explicarme todo esto satisfactoriamente, así que de nuevo puse rumbo a la cárcel de Newgate para hablar con Kate Cole.