Al atravesar las terribles puertas de Newgate, y a cambio de unas pocas monedas, el guardia me llevó hasta el Patio de la Prensa, donde se encontraba la celda de Kate. El carcelero me explicó que Kate había pedido que no se dejase pasar a ningún visitante, pero esa petición se solucionaba inmediatamente con unos cuantos chelines.
La celda en sí era sorprendentemente agradable; había una cama de aspecto razonablemente cómodo, unas cuantas sillas, una mesa, un escritorio y un armario. Una pequeña ventana dejaba que se colase un poco de luz, aunque no suficiente como para que el cuarto fuese luminoso, incluso a pleno sol, y un exceso de cirios baratos de sebo dejaban lamparones de hollín negro en las paredes. Dispersos alrededor de la habitación había botellas y aljibes vacíos, trozos de carne a medio comer y cortezas rancias de pan blanco. Kate había estado dándose a la buena vida gracias a mi asignación.
Pero si bien había realizado las adquisiciones propias de una dama, no sabía vivir como tal. Llevaba ropa nueva -procurada sin duda con el dinero que yo le había dejado- pero estaba espantosamente sucia, arrugada como si hubiera dormido con ella puesta, y olía tan mal que me distraía. Los piojos que había cogido en las horas de pesadilla que había pasado en la Zona Común de la prisión se habían instalado en su cuerpo, y se paseaban tranquilamente por su piel como peatones apresurados en una calle concurrida.
Kate no dio pocas muestras de desagrado al verme en la puerta. Me dio la bienvenida con una mueca ceñuda que mostraba sus dientes rotos, e inmediatamente me dio la espalda, evitando mirarme a la cara.
El carcelero apareció en el umbral.
– ¿Va a necesitar alguna cosa, entonces? -preguntó.
– Una botella de vino -susurró Kate-. Paga él -me señaló a mí.
Él cerró la puerta educadamente.
– Bueno, Kate -comencé, cogiendo una de las sillas de madera y colocándola frente a ella-, ¿es ésta manera de tratar a tu benefactor?
Me senté y esperé su respuesta, empujando delicadamente con el pie un orinal destapado.
– No tengo nada que decirle -arrugó el morro como una niña.
– No entiendo por qué estás enfadada conmigo. ¿No te he dejado yo bien acomodada y te he alejado del peligro?
Kate levantó la mirada lentamente.
– No me ha alejado ni de la horca, ni de Wild. Así que si así son las cosas, puede irse al diablo, que yo no tenía elección, ¿entiende?
– ¿Qué es exactamente lo que estás intentando decirme, Kate?
– Que fue Wild, eso es. Fue él quien me obligó a acusarle. Yo no iba a decir nada, pero Wild, primero me dice que usted quería verme ahorcada, pero cuando le dije que no era verdad, entonces me dice que era él quien quería verme ahorcada y que él tenía más influencia con el juez de la que usted tendría nunca. Así que eso fue lo que pasó y usted ya verá lo que hace.
Guardé silencio un momento, intentando verlo todo con perspectiva. Kate respiraba fuerte, como si el discurso hubiese gastado todas sus energías. Supongo que en parte habría sido ensayado; ella tenía que saber que yo le iba a hacer aquella visita.
Significaba al menos un ligero progreso el saber que era Wild quien me había involucrado en el caso de Kate. No quería decir que Wild estuviese detrás de los asesinatos de Balfour y de mi padre, pero sí quería decir que había sido mucho menos que honesto cuando afirmó que estaba dispuesto a tenerme como rival siempre y cuando yo anduviese detrás de la Compañía de los Mares del Sur.
Había sencillamente demasiados fragmentos de información como para descifrarlos, quizá porque mi método de desciframiento era fallido; Elias me había regañado por pensar en cada elemento de la investigación por separado. ¿Cómo, pues, podía analizar las relaciones entre elementos dispares?
Estaba allí para hablar con Kate sobre Wild, pero quizás debiera hablar con ella acerca de otra cosa, ya que había aún un enigma en el centro de mi investigación: Martin Rochester. Supuestamente había sido él quien arrolló a mi padre, y parecía que todos los hombres de la calle de la Bolsa habían oído hablar de él. Pero eran las afirmaciones de Wild sobre Rochester las que más me interesaban, porque el gran apresador de ladrones se había mostrado muy decidido a convencerme de la vileza de Rochester sin ofrecerme al mismo tiempo ninguna información útil. Y bien, ahí estaba Kate; Kate, que sabía al menos algo acerca del negocio de Wild y que no tenía ningún aprecio por su amo. A lo mejor ella podía decirme qué parte de aquellos crímenes podía atribuirse a Rochester.
Vino el carcelero y nos proporcionó la botella de vino. Exigió la escandalosa cantidad de seis chelines, que le pagué porque resultaba más conveniente hacerlo que debatir la cuestión.
Kate me arrancó la botella de las manos, le sacó el corcho y tomó un largo trago. Después de limpiarse la boca con el dorso de la mano me miró, sin duda tratando de decidir si ofrecerme a mí un poco o no. Supongo que consideró que me había hecho demasiado daño como para enmendarlo con pequeños gestos, así que se quedó con el vino.
Le dejé tomar otro trago antes de hablar.
– ¿Conoces a un hombre llamado Martin Rochester?
– ¡Ahhh! -chilló, como una rata atrapada bajo una bota-, ahora resulta que es Martin Rochester quien está en el ajo, ¿eh? Pues a mí no me coge un tipo de su calaña. Ya me ha traído bastantes problemas, el tío.
– ¿Entonces le conoces? -le pregunté con ansia. Sentí que mi corazón iba a estallar de la emoción. ¿Podía ser verdad que hubiera encontrado finalmente a alguien dispuesto a admitir que tenía algo más que una vaga familiaridad con aquel hombre tan enigmático?
– Oh, claro que le conozco, faltaría más -dijo Kate con indolencia-. Es tan hijo de puta como Wild, y el doble de listo también. ¿Qué tiene Rochester que ver con esto?
No podía dar crédito a mi suerte. Estaba asombrado de que Kate hablara de su conocimiento de aquel hombre con tanta tranquilidad.
– No lo sé -dije, fiel a la verdad-. Pero cada vez estoy más convencido de que si lo encuentro, nuestras vidas serán más fáciles. ¿Qué puedes decirme de él?
Kate abrió la boca, incluso empezó a hacer algunos ruidos, pero se retuvo, y sus labios se extendieron en una mueca carnívora.
– Todavía no me ha dicho lo que tiene usted con Rochester.
– ¿Qué es lo que tienes tú con él? -le pregunté-. ¿Qué sabes de él?
– Yo sé mucho sobre él. Muchísimas cosas.
– ¿Entonces le has conocido? -inquirí-. ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
– Oh, pues claro que le he conocido. Pero es imposible encontrarlo si él no quiere, eso sí se lo digo. Se dedica a eso, sí señor. Es un tipo duro.
– ¿Puedes decirme algo que pueda facilitarme su localización?
Sacudió la cabeza.
– Sólo que será mejor que lo encuentre antes de que él lo encuentre a usted.
– ¿Me lo puedes describir?
– Bueno, supongo que sí.
– Entonces, por favor hazlo.
Kate me observó con un brillo en la mirada. Pude ver que se le había ocurrido una idea que le parecía de lo más inteligente.
– ¿Por qué no quedamos en que lo hago después de que me dejen en libertad? -me lanzó una sonrisa manchada de vino.
– Estoy dispuesto a pagar por cualquier información que me ayude a encontrar a Rochester.
– Apuesto a que está dispuesto a pagar, pero mientras usted está dispuesto a pagar, yo me estoy pudriendo en la cárcel, ¿no? No hace más que decirme lo que usted quiere, pero si yo le doy a usted todo lo que quiere, me quedo sin nada, y estoy segura de que acabarán mandándome a Tyburn. Así que de ahora en adelante, usted póngase a pensar en todas las cosas que quiere de mí, y yo estaré encantada de dárselas una vez que haya salido de Newgate.
– Kate -dije, sintiendo cómo mi cuerpo se tensaba de furia-, creo que no te das cuenta de lo importante que es esto.
Pensé en el interés de Wild en mi investigación, y en sus esfuerzos por mezclarme en el juicio de Kate. Tenía que haber alguna conexión entre estos dos datos, pero no sabía cuál podía ser. Rochester era la figura escurridiza detrás de la muerte de mi padre, y tenía algún vínculo con Wild. Creí que sólo si me enteraba de algo más con respecto a ello, comprendería muchos de los misterios que me agobiaban.