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– Es que me cuesta un poco cerrar picaportes -dijo Rebus dejándose caer en la silla de las visitas y levantando las manos para que las viera Templer, que al observarlas cambió radicalmente de actitud.

– ¡Por Dios bendito, John! ¿Qué te ha ocurrido?

– Me escaldé. No es tan grave como parece.

– ¿Te escaldaste? -repitió ella reclinándose en la poltrona y apretando los dedos contra el borde de la mesa.

– Sí, eso es todo -dijo Rebus asintiendo con la cabeza.

– ¿A pesar de lo que yo creo?

– A pesar de lo que creas. Llené el fregadero para lavar los platos y metí las manos sin darme cuenta de que no había echado el agua fría.

– ¿Cuánto tiempo exactamente?

– Lo suficiente para escaldarme, por lo visto -respondió él esbozando una sonrisa y pensando que lo de los platos era una explicación más verosímil que la de la bañera, a pesar de que Templer no parecía muy convencida.

Sonó el teléfono, pero Templer se limitó a levantar el receptor y colgar.

– No eres el único con mala suerte. Martin Fairstone ha muerto en un incendio.

– Eso me ha dicho Siobhan.

– ¿Y?

– Fue un accidente con una freidora. Cosas que pasan -añadió Rebus encogiéndose de hombros.

– Estuvo con él el domingo por la tarde.

– ¿Ah, sí?

– Hay testigos que os vieron juntos en un bar.

– Me tropecé con él de casualidad -dijo Rebus encogiéndose de hombros.

– ¿Y saliste del bar con él?

– No.

– ¿Fuiste con él a su casa?

– ¿Quién lo dice?

– John…

– ¿Quién dice que no ha sido un accidente? -dijo él alzando la voz.

– Hay pendiente una investigación de los bomberos.

– Que tengan suerte -replicó Rebus tratando inútilmente de cruzar los brazos y optando por dejarlos caer otra vez.

– Debe de dolerte -comentó Templer.

– Es soportable.

– ¿Y fue el domingo por la noche?

Rebus asintió con la cabeza.

– Escucha, John… -añadió ella inclinándose hacia delante y apoyando los codos en la mesa-. Sabes que circularán rumores. Siobhan dijo que Fairstone la acosaba. Él lo negó, y además denunció que le habías amenazado.

– Pero retiró la denuncia.

– Y ahora Siobhan me dice que Fairstone la agredió. ¿Tú lo sabías?

Rebus negó con la cabeza.

– Ese incendio es una lamentable coincidencia.

– Pero tienes mal aspecto, ¿no? -añadió ella bajando la vista.

– ¿Desde cuándo tengo yo interés en tener buen aspecto? -replicó Rebus mirándose parsimoniosamente.

Muy a su pesar, Templer apenas pudo reprimir la sonrisa.

– Sólo pretendo estar segura de que esto no tenga repercusiones.

– Ten plena seguridad, Gill.

– En ese caso, ¿te importa dejarlo oficialmente por escrito?

El teléfono volvió a sonar.

– ¿Quiere que conteste yo? -dijo una voz.

Era Siobhan desde la puerta de brazos cruzados. Templer la miró y cogió el teléfono.

– Comisaria Templer al habla.

Siobhan cruzó una mirada con Rebus y le hizo un guiño mientras Gill Templer escuchaba lo que le decían.

– Ya… sí… sí, ¿por qué no? ¿Puede decirme por qué precisamente él?

Rebus comprendió. Era Bobby Hogan. Quizá no era él quien llamaba; a lo mejor había puenteado a Templer, había hablado con el subdirector de la Policía para que hiciera él directamente la petición. Necesitaba que Rebus le hiciera un favor. Hogan tenía ahora cierto poder, dimanante del prestigio que había conseguido por el último caso en que había intervenido. Se preguntaba qué clase de favor querría Bobby de él.

Templer colgó.

– Preséntate en South Queensferry. Por lo visto, el inspector Hogan necesita ayuda -dijo sin levantar la vista de la mesa.

– Gracias -dijo Rebus.

– Lo de Fairstone no termina aquí, John; no lo olvides. En cuanto Hogan termine contigo, eres mío otra vez.

– Entendido.

Templer miró por encima de él a Siobhan, que seguía de pie en la puerta.

– Mientras tanto, tal vez la sargento Clarke pueda aclarar algo…

Rebus carraspeó.

– Hay un problema.

– ¿Cuál?

Rebus alzó de nuevo las manos y giró despacio las muñecas.

– Podré dar la mano a Bobby Hogan, pero necesitaré ayuda para todo lo demás. Así que si pudiera disponer durante cierto tiempo de la sargento Clarke… -añadió volviéndose a medias en la silla.

– Te conseguiré un conductor -replicó Templer.

– Pero para tomar notas, hacer llamadas y contestar al teléfono… necesito alguien del departamento y, ya que ella es la que está aquí… -Hizo una pausa-. Si me das permiso.

– Muy bien, idos los dos -contestó Templer fingiendo revisar unos papeles-. Te diré algo en cuanto haya alguna novedad sobre el incendio.

– Muy encomiable, jefa -dijo Rebus levantándose.

Volvieron al Departamento de Investigación Criminal y Rebus le pidió a Siobhan que le sacara del bolsillo de la chaqueta un frasquito de pastillas.

– Esos cabrones las racionan como si fueran oro. Dame un vaso de agua, haz el favor.

Ella cogió una botella de su mesa y le ayudó a tomarse dos pastillas. Rebus le pidió otra y ella leyó la etiqueta.

– Aquí dice «tomar dos cada cuatro horas».

– Por una más no pasa nada.

– A este ritmo las terminarás enseguida.

– Tengo una receta en el otro bolsillo. Pararemos en una farmacia por el camino.

– Gracias por pedirle a la jefa que te acompañara -dijo ella cerrando el frasquito.

– No hay de qué. ¿Quieres que hablemos de Fairstone? -añadió tras una pausa.

– No tengo mucho interés.

– Muy bien.

– Supongo que ninguno de los dos somos responsables de nada – añadió ella clavando en Rebus la mirada.

– Exacto -dijo él-. Con lo cual podemos concentrarnos en ayudar a Bobby Hogan. Pero antes quiero pedirte una cosa.

– ¿Qué?

– ¿Podrías anudarme bien la corbata? La enfermera no tenía ni idea.

– Estaba esperando la oportunidad de echarte las manos a la garganta -dijo ella sonriente.

– Si sigues por ese camino te mando con la jefa.

Pero no lo hizo, a pesar de que fue incapaz de anudarle la corbata incluso con sus indicaciones. Al final le ayudó la dependienta de la farmacia, mientras el farmacéutico buscaba el analgésico.

– Siempre se lo hacía a mi marido, que en paz descanse -comentó la mujer.

En la acera, Rebus miró la calle de arriba abajo.

– Necesito un cigarrillo -dijo.

– No esperes que yo te los encienda -replicó Siobhan cruzando los brazos. Él la miró-. Lo digo en serio -añadió ella-. Es la mejor oportunidad que vas a tener para dejar de fumar.

– Cómo disfrutas, ¿verdad? -replicó Rebus entrecerrando los ojos.

– Estoy empezando -admitió ella abriéndole la portezuela con una reverencia.

Capítulo 2

No había un itinerario rápido para llegar a South Queensferry. Cruzaron el centro de Edimburgo y enfilaron Queensferry Road y sólo aumentaron la velocidad al entrar en la A 90. La ciudad adonde iban estaba acurrucada entre los dos puentes -el viario y el del ferrocarril- que cruzan el estuario de Forth.

– Hace siglos que no vengo por aquí -dijo Siobhan por romper el silencio dentro del coche.

Rebus no se molestó en contestar. Se sentía como si cuanto le rodeaba estuviera vendado, acolchado. Debía de ser por las pastillas. Dos meses atrás, un fin de semana, había llevado a Jean a South Queensferry, donde comieron en un bar, dieron una vuelta por el paseo marítimo y vieron zarpar la lancha de salvamento sin urgencia, seguramente en un ejercicio de simulacro. Luego habían ido en coche a Hopetoun House y con un cicerone visitaron la lujosa residencia. Sabía por los periódicos que el colegio Port Edgar estaba cerca de Hopetoun House y como recordaba haber pasado en coche por delante de la verja, aunque desde ella no se veía el edificio, dio indicaciones a Siobhan para llegar hasta él, pero acabaron metiéndose en un callejón sin salida. Ella dio media vuelta y encontró Hopetoun Road sin necesidad de la ayuda del copiloto. Ya cerca del colegio tuvieron que sortear camionetas de equipos de televisión y coches de periodistas.