– ¿Hoy no trabajas en la emisora? -preguntó Bird.
Era una ex compañera de estudios de Bird, del departamento de inglés. Después de graduarse había pasado dos años divirtiéndose y, al igual que las demás graduadas, rechazó todas las ofertas de trabajo por considerarlas poca cosa para su capacidad. Luego había aceptado trabajar como productora en una emisora de radio de tercera que sólo emitía a nivel local.
– Mis programas se radian después de medianoche, Bird. Seguro que has oído esos susurros que suenan como si las chicas estuvieran mamándosela a todos los oyentes -dijo ella con voz almibarada.
Bird recordó los diversos escándalos en que ella había metido a la emisora donde trabajaba. Y la repugnancia que sentía por ella en la época de estudiantes. En aquellos años la chica era gorda, y su imagen recordaba a la de un tejón.
– ¿No os parece que el humo pasa de la raya? -preguntó Bird a las dos fumadoras, a la vez que dejaba la cerveza y el salmón sobre el televisor.
Himiko fue a poner en funcionamiento el ventilador de la cocina, pero su amiga encendió despreocupadamente otro pitillo. Tenía dedos robustos y las uñas pintadas en tono plateado. Profundas arrugas le surcaban la frente ancha. Bird adoptó una actitud de cautela.
– ¿No os molesta el calor?
– ¡Y que lo digas! Estoy a punto de desmayarme -exclamó la amiga de Himiko-. Pero peor son las corrientes de aire, y más cuando una está departiendo con un amigo íntimo.
La chica observaba a Himiko en la cocina, que se ocupaba de la cerveza y la comida, y en su mirada había cierta desaprobación. Probablemente esta cretina irá por ahí contando lo nuestro, pensó Bird. No me extrañaría que cualquier noche lo comentara en su maldito programa.
Himiko había fijado a la pared del dormitorio el mapa de Bird. La novela africana también estaba por allí. Seguramente Himiko estaba leyéndola cuando llegó su amiga. En todo ello vio un mal presagio. Supongo que nunca llegaré a ver el cielo de África, pensó. Y que nunca podré ahorrar dinero para el viaje. Acaban de despedirme del trabajo que me permitía ir tirando día a día.
– Me han despedido -le dijo a Himiko-. Lo he perdido todo.
– ¡Cómo! ¿Qué ha ocurrido?
Bird tuvo que referirse a la resaca, al vómito, al soplo del alumno gilipollas y, poco a poco, la historia fue convirtiéndose en algo húmedo, desagradable.
– ¡Podrías haber estado más firme con el director! Si algunos estudiantes estaban de tu parte, ¿qué había de malo en aceptar su ayuda? Bird, ¡cómo te has dejado despedir así! -dijo Himiko exaltada.
– Ésa es la cuestión: ¿por qué me dejé despedir tan fácilmente?
Por primera vez Bird sintió apego por el puesto de profesor que acababa de perder. ¿Y cómo explicárselo a su suegro? ¿Se atrevería a confesar que había bebido hasta perder el conocimiento el mismo día en que su bebé había nacido? ¿Y que por ello había perdido su trabajo? ¿Y, peor todavía, con el Johnny Walker regalo del profesor…?
– Tuve la sensación de que en el mundo no quedaba nada a lo que yo tuviera derecho. Además, estaba ansioso por finalizar la entrevista con el director. Lo acepté todo sin razonar y precipitadamente.
– Bird -interrumpió la productora-, ¿te refieres a que lo has perdido todo por el mero hecho de esperar la muerte de tu hijo?
De modo que lo sabía. Seguro que Himiko se lo había contado con todos los detalles.
– Puede ser -dijo Bird, molesto con ambas mujeres. Incluso consideraba probable verse metido en un escándalo público.
– Las personas que sienten eso… se suicidan. Bird, por favor, no lo hagas -dijo Himiko.
– ¡Pero qué tonterías son ésas! -replicó Bird, aunque un escalofrío le recorrió la espalda.
– Mi marido se mató en cuanto comenzó a sentirse de esa manera. Si tú… Bird, a veces pienso que soy una bruja.
– Jamás he pensado en el suicidio.
– Pero tu padre se suicidó, ¿no es cierto?
– ¿Y tú cómo lo sabes?
– Me lo dijiste cuando murió mi esposo; intentabas consolarme. Según decías, el suicidio era de lo más común, algo de todos los días.
– Supongo que estaría consternado -alegó Bird débilmente.
– Incluso dijiste que tu padre, antes de suicidarse, te había pegado.
– ¿Cómo es eso? -intervino la productora de radio.
Bird se mantuvo en silencio mientras Himiko lo contaba.
Cuando tenía seis años, Bird había preguntado a su padre: «¿Dónde estaba yo cien años antes de nacer? ¿Dónde estaré cien años después de morir? Padre, ¿qué será de mí cuando muera?». Sin pronunciar palabra, su padre le dio un puñetazo en la boca y le llenó la cara de sangre. Bird olvidó su miedo a la muerte. Tres meses más tarde, su padre se disparó en la cabeza con una pistola alemana de la Primera Guerra Mundial.
– Si el bebé muere de desnutrición -dijo Bird recordando a su padre-, al menos tendré un temor menos. No sabría qué hacer si mi hijo me preguntara lo mismo cuando tuviera seis años. Sería incapaz de golpearlo en la boca con la suficiente fuerza para que olvidase por un tiempo el miedo a la muerte.
– No te suicidarás, Bird. ¿De acuerdo?
– Déjalo ya -dijo Bird, apartando la mirada de los ojos de Himiko, inyectados e hinchados.
La productora de radio se dirigió a Bird, como si hubiese estado esperando a que Himiko concluyera.
– Bird, ¿acaso esta agonizante espera no es lo peor que te puede ocurrir? Engañándote a ti mismo, inseguro, ansioso. ¿Y acaso no es por este motivo que te sientes tan deprimido? No sólo tú, incluso Himiko parece demacrada y exhausta.
– ¿Quieres que lo lleve a casa y lo mate con mis manos? -replicó Bird.
– Al menos de ese modo no te engañarías. Admitirías que tienes las manos en el fango. Bird, es demasiado tarde para huir del miserable que llevas dentro. Ese miserable que te obliga a proteger tu hogar de un bebé anormal. Como ves, hay cierta lógica egoísta en todo el asunto. Sin embargo, le dejas el trabajo sucio a un anónimo médico de hospital y te compadeces de ti mismo, te consideras la víctima indefensa de una desgracia repentina. Bird, te engañas.
– ¿Que me engaño? Soy perfectamente consciente de mi responsabilidad en la muerte del bebé.
– No me lo creo -dijo la productora de radio-. Al contrario, cuando el bebé muera te encontrarás con muchas dificultades. Ése será tu castigo por engañarte a ti mismo. Himiko tendrá que vigilarte atentamente para impedir que te suicides. Aunque, desde luego, para entonces es probable que hayas regresado con tu sufrida esposa.
– Mi esposa se divorciará si el bebé muere -dijo Bird como burlándose de sí mismo.
– Cuando alguien es minado por el veneno de la autocompasión, ya no puede tomar decisiones sobre lo que le concierne -dijo Himiko-. No te divorciarás, Bird. Intentarás justificarte y salvar tu matrimonio a expensas de distorsionar la realidad. Al final, ni tu mujer confiará en ti, y un buen día serás consciente de que toda tu vida se levanta a la sombra de un gigantesco engaño. Y acabarás destruyéndote. Bird, los primeros síntomas de la autodestrucción ya se han manifestado.
– Ciertamente me metes en un callejón sin salida -dijo Bird intentando aligerar la conversación. Pero su ex compañera de estudios era lo suficientemente perspicaz para responder a eso.
– Desde luego, ahora mismo estás en un callejón sin salida.
– Si mi esposa ha tenido un bebé anormal, no es culpa nuestra. Sólo ha sido un accidente. Y yo no soy tan malvado como para estrangularlo ni tan bueno como para remover cielo y tierra en pos de que viva. Lo único a mi alcance es dejarlo en un hospital universitario, donde morirá de forma natural. Si cuando todo haya terminado me siento como una rata de alcantarilla, pues bien, así será.
– Te equivocas, Bird. Tendrías que haberte decidido a ser malvado o bueno a fondo, lo uno o lo otro.
Bird percibió un vago tufo alcohólico en el aire. El rostro de la productora de radio estaba crispado y sonrosado, como aquejado de neuritis facial.
– Estás borracha, ¿no?
– Eso no te habilita a zafarte sano y salvo de todo lo que he dicho hasta ahora -dijo la muchacha, exhalando su aliento alcohólico. Y agregó-: Aunque quieras ignorarlo, Bird, después de la muerte del bebé tendrás problemas serios debido a tu autoengaño. ¿Puedes negar que lo que más te preocupa ahora mismo es que el bebé siga vivo y crezca como una mala hierba?
El corazón de Bird dio un vuelco. Volvió a sudar. Permaneció sentado en silencio, sintiéndose como un perro apaleado. Luego fue en busca de cerveza a la nevera. El fondo de la botella estaba congelado, pero el resto aún mantenía la temperatura ambiente, lo que quitó a Bird las ganas de cerveza. No obstante, cogió la botella y tres vasos. Regresó a la habitación. La amiga de Himiko estaba en la sala de estar, arreglándose el cabello y el maquillaje. Bird sirvió un vaso para Himiko y otro para él.