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– Según mi experiencia, ningún sufrimiento es totalmente estéril. Poco después de que mi esposo se quitara la vida, me fui a la cama sin tomar precauciones con un hombre que podría haber tenido la sífilis. Y estuve un tiempo desquiciada pensando en ello, por miedo al contagio. Sufrí mucho, y mientras sufría pensaba que era un sufrimiento infructuoso e improductivo. Pero ¿sabes?, cuando lo superé había ganado algo. A partir de entonces soy capaz de irme a la cama con cualquier cosa, no importa lo letal o enfermizo que sea. Y la sífilis ya casi no me preocupa.

Himiko lo contó como si fuera algo divertido, incluso concluyó con una risita ahogada. Pero Bird notó que todo era fingido: Himiko sólo intentaba levantarle el ánimo. Entonces se permitió un toque de cinismo:

– En pocas palabras, la próxima vez que mi mujer tenga un bebé monstruo no sufriré por mucho tiempo.

– Yo no he dicho tal cosa -dijo Himiko-. Bird, si al menos pudieras convertir ese pozo vertical sin fondo en una cueva con un túnel de salida…

La conversación tocaba a su fin.

– Voy por una cerveza y algunas píldoras para dormir -concluyó Himiko-. ¿Quieres también?

– No -contestó ásperamente-. Odio despertarme por las mañanas con resaca a píldoras de dormir.

«No» hubiese sido suficiente. El resto de palabras sólo habían servido para acallar la necesidad de cerveza y píldoras que ardía en su garganta.

– ¿De veras? -dijo Himiko sin contemplaciones, mientras tragaba las píldoras con un trago de cerveza-. Ahora que lo mencionas, saben a diente roto.

Himiko se durmió pero Bird continuó despierto con el cuerpo rígido, como padeciendo elefantiasis desde los hombros al estómago. Estar acostado en una cama con otra persona le resultaba un gran sacrificio para su cuerpo. Bird intentó recordar cómo había sido durante su primer año de matrimonio, cuando él y su esposa dormían en la misma cama, pero no lo consiguió. Finalmente decidió dormir en el suelo, aunque Himiko, moviéndose en sueños, le abrazó el cuerpo con piernas y brazos y lo inmovilizó. Bird sintió otra vez el vello púbico sobre su muslo. Desde la oscuridad, más allá de los labios de Himiko, le llegaba un olor a metal oxidado.

Inmóvil y dolorido, Bird permaneció despierto sin remedio. Al poco tiempo tuvo una sospecha sofocante: ¿y si el doctor y las enfermeras atiborraban al bebé con leche entera? Bird vio al bebé atragantándose de leche, con dos bocas rojas abiertas, una en cada cabeza roja. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo y se sintió más víctima que nunca: el bebé monstruo le haría la vida imposible. Sudaba, zarandeado por una tempestad de egoísmo. Cortó todos los lazos con el entorno perceptible y sólo se percibió a sí mismo, sudando e inmóvil. Rezumaba una secreción verde, como una oruga de jardín espolvoreada con insecticida.

El doctor y las enfermeras atiborran al bebé con leche entera…

El amanecer estaba cerca, pero Bird sabía que ni siquiera entonces sería capaz de revelarle a Himiko sus temores: los mismos temores vaticinados por la productora de radio en su ataque de celos. Tal vez iría al hospital a echar un vistazo si la agonía de la espera se tornaba insoportable.

Amaneció sin que el teléfono sonara. Cuando la luz de la mañana empezó a filtrarse por las cortinas. Bird seguía sumergido en una tina de alquitrán de angustia, sin dormir, sudando. Y en sus oídos sonaba y sonaba un teléfono inexistente.

En silencio, Bird y el doctor miraron a través del cristal como si examinaran un pulpo en el estanque de un acuario.

Habían trasladado al bebé a una cama normal. Nada indicaba que se tomaran precauciones especiales debido a su anormalidad. Rojo brillante como un langostino hervido, a Bird no le pareció una criatura debilitada y al borde de la muerte. Incluso había aumentado de tamaño. Y la protuberancia de la cabeza parecía haber crecido también. El bebé intentaba tocarse el bulto infructuosamente y mantenía los ojos cerrados con fuerza.

– ¿Cree usted que la protuberancia le da comezón?

– ¿Cómo? -preguntó el doctor, pero enseguida comprendió-. En realidad, no lo sé. La piel del lado inferior de la protuberancia está muy inflamada. Quizá le dé comezón, sí. Le hemos inyectado antibióticos. Con todo, es probable que la protuberancia se abra muy pronto. En ese caso, el bebé tendrá dificultades respiratorias.

Bird observó al médico y se contuvo. Quería verificar si el doctor recordaba que él, el padre, deseaba la muerte del bebé. Tragó saliva.

– La crisis debería producirse entre hoy y mañana -dijo el doctor.

Bird contempló al bebé: se frotaba la cabeza con sus manos grandes y rojas por encima de las orejas. Eran orejas idénticas a las de Bird, pegadas a la cabeza.

– Agradezco su colaboración -susurró Bird, como si temiese que el bebé lo oyera.

Después saludó al doctor con una inclinación y, con las mejillas ardiendo, se marchó de la sala a toda prisa.

En cuanto estuvo fuera, Bird lamentó no haberle reiterado su deseo al doctor. Mientras avanzaba por el corredor se puso las manos detrás de las orejas y comenzó a frotarse la cabeza. Poco a poco fue inclinándose hacia atrás, como si llevara un gran peso sujeto a la cabeza. Momentos más tarde, se detuvo en seco. Estaba imitando los gestos del bebé. Miró a su alrededor con nerviosismo. En una esquina del corredor, de pie ante un surtidor de agua, dos mujeres embarazadas le observaban con caras inexpresivas. Bird sintió náuseas. Giró hacia el ala principal y echó a correr frenéticamente.

El amigo de Bird le vio conducir con lentitud, buscando sitio donde aparcar, y salió del restaurante a su encuentro. Cuando Bird logró aparcar, miró el reloj. Media hora de retraso. La cara de su amigo mostraba signos de aburrimiento e impaciencia, como si estuviera cubierta de moho.

– El coche es de una amiga -dijo Bird para justificar el MG-. Lamento llegar tarde. ¿Ya están todos aquí?

– Sólo nosotros. Los demás fueron a una concentración en Hibiya Park contra la reanudación soviética de las pruebas nucleares.

– Comprendo -dijo Bird.

Recordaba que durante el desayuno Himiko había leído algo en el periódico sobre la nueva bomba soviética. A Bird le importaba poco: en ese momento su única preocupación era el bebé monstruo. Está muy bien que ellos participen en el destino del mundo con sus concentraciones de protesta, pueden hacerlo mientras no les caiga encima un bebé con dos cabezas, pensó.

– Nadie quiere mezclarse en el asunto Delchef, por eso se han ido al parque.

Su amigo le observó como desaprobando que a Bird no le importara la ausencia de los demás.

– ¡Ninguno de los que protestan en Hibiya Park tendrá problemas personales con Jruschov! -dijo irritado.

Bird pensó en cada uno de los miembros del grupo de estudio. No cabía duda de que si se veían involucrados en el caso Delchef tendrían problemas. Varios trabajaban en importantes empresas dedicadas al comercio exterior, otros en el Ministerio de Asuntos Exteriores, o eran profesores auxiliares en la universidad. En caso de que los periódicos montaran un escándalo con el asunto Delchef, se verían en aprietos en sus respectivos trabajos. Ninguno de ellos era tan libre como Bird, profesor de una mediocre academia y con un pie en la calle.

– ¿Qué vamos a hacer? -preguntó Bird.

– Nada. Creo que tendremos que denegar la solicitud de ayuda que ha hecho la legación.

~¿Tú tampoco quieres verte involucrado en el asunto? -preguntó Bird sin otro interés que la curiosidad.

Los ojos de su amigo se encendieron y miró a Bird con evidente enfado. Bird comprendió que su amigo había esperado que él estuviera de acuerdo en denegar la solicitud de ayuda.

– Míralo desde el punto de vista del señor Delchef -intentó explicarse Bird-. Tal vez su última oportunidad es dejarse persuadir por nosotros. ¿No han dicho los de la legación que recurrirían a la policía si nuestro intento fracasaba? Siendo así, no me parece correcto rehusarnos a colaborar.