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– ¿Por qué no vas al dormitorio por la otra puerta y tratas de dormir un poco? -sugirió ella señalándole la puerta de la izquierda-. Hablaremos luego.

– De acuerdo.

– No llames a nadie -ordenó ella.

– No lo haré.

Eve cerró la puerta. Miró a Roarke y éste le devolvió la mirada. Sabía que él estaba pensando lo mismo que ella, que algunas personas -como ella- no tenían posibilidad de escapar de los contratiempos.

– Manos a la obra -dijo.

2

El médico se llamaba Wang y era un anciano, como la mayoría de los médicos que colaboraban en proyectos fuera del planeta. Podría haberse retirado a los noventa, pero como otros tantos como él, había optado por dar tumbos de emplazamiento en emplazamiento, atendiendo arañazos y magulladuras, recetando medicamentos para el mareo espacial o la pérdida del equilibrio a causa de la gravedad, trayendo a un niño al mundo de vez en cuando y proveyendo los diagnósticos pertinentes.

Pero éste reconocía un cadáver en cuanto lo veía.

– Está muerto. -Hablaba de forma cortante, ligeramente exótica. Tenía la piel amarillo pergamino y tan arrugada como un mapa antiguo, y los ojos negros y almendrados. Su cabello brillante y lacio le daba el aspecto de una vieja y algo abollada bola de billar.

– Sí, hasta ahí he llegado. -Eve se frotó los ojos. Nunca había tratado con un médico espacial, pero había oído hablar de ellos. Les traía sin cuidado que les interrumpieran su cómoda rutina-. Dígame la causa y la hora.

– Estrangulamiento. -Wang dio unos golpecitos con un dedo en las desagradables marcas del cuello de Mathias-. Autoprovocado. En cuanto a la hora de la muerte, diría que entre las diez y las once de la noche del día de hoy, del mes corriente y del año corriente.

Ella le dedicó una débil sonrisa.

– Gracias, doctor. No hay otras señales de violencia en el cuerpo, así que me inclino hacia su diagnóstico de suicidio. Pero quiero los resultados del análisis de drogas. Veamos si lo hizo bajo el efecto de sustancias. ¿Trató al fallecido en alguna ocasión?

– No me suena. Tendré su historial, desde luego. Debió de venir a verme a su llegada para el diagnóstico de rigor.

– Quiero verlo también.

– Haré lo posible por complacerla, señora Roarke. -Ella entornó los ojos.

– Dallas. Teniente Dallas. Dése prisa, Wang.

Volvió a bajar la vista hacia el cadáver y pensó: Hombre menudo, delgado y pálido, muerto. Apretó los labios y le examinó el rostro. Había visto las malas pasadas que podía hacer en los rostros la muerte, y más concretamente la muerte violenta. Pero nunca había visto nada parecido a esa amplia sonrisa de ojos desorbitados.

El despilfarro, el patético despilfarro de una vida tan joven truncada le provocó una aguda tristeza.

– Lléveselo, Wang. Y entrégueme su informe y la información de la que dispone. Puede enviármelo a mi habitación por telenexo. Necesito el nombre del pariente más próximo.

– Desde luego. -El médico le sonrió al añadir-: Teniente Roarke.

Ella le devolvió la sonrisa enseñándole los dientes y decidió no entrar en ese juego de nombres. Permaneció de pie con los brazos en jarra mientras Wang daba instrucciones a sus dos ayudantes para que retiraran el cadáver.

– ¿Te parece divertido? -murmuró a Roarke.

Él parpadeó, inocente.

– ¿Que?

– Teniente Roarke.

Roarke le acarició el rostro porque necesitaba hacerlo.

– ¿Por qué no? A ninguno de los dos nos sentarían mal unas risas.

– Sí, tu doctor Wang es para partirse de la risa. -Observó al médico pasar por delante del joven tendido en una camilla de ruedas-. Me cabrea. Y no sabes cómo.

– No está tan mal el nombre.

Eve casi rió mientras se frotaba la cara.

– No me refiero a eso, sino al muchacho. Un crío como él tirando sus próximos cien años de vida. Me cabrea.

– Lo sé. -Él la sujetó por los hombros-. ¿Estás segura de que fue un suicidio?

– No hay señales de lucha, ni rastro de otras sevicias en el cuerpo. -Se encogió de hombros-. Interrogaré a Carter y hablaré con los demás, pero por lo que veo, Drew Mathias llegó a casa, encendió las luces y puso la música a tope. Se bebió un par de cervezas, tal vez hizo un viaje de realidad virtual, y se comió unas galletas saladas. Luego entró en el dormitorio, arrancó las sábanas de la cama e hizo con ellas una soga de profesional.

Le volvió la espalda y examinó la habitación grabando la escena en su cabeza.

– Luego se quitó la ropa y la arrojó al suelo, y se subió a la mesa. Puedes ver las marcas de los pies. Ató la cuerda a la lámpara y probablemente le dio un buen tirón para asegurarse de que estaba bien sujeta. Luego se deslizó la soga por la cabeza, utilizó el mando a distancia, para encender la luz al máximo y se ahorcó.

Levantó el mando a distancia que ya había guardado en una de las bolsas de pruebas.

– No tuvo por qué ser rápido. Fue un ascenso lento, lo bastante para no partirle limpiamente el cuello, pero no opuso resistencia, no cambió de parecer. De haberlo hecho le habrías visto en el cuello marcas de uñas por haber tratado de soltarse.

Roarke frunció el entrecejo.

– Pero ¿no habría sido instintivo e involuntario hacer algo así?

– No lo sé. Diría que depende de lo firme que era su voluntad, de las ganas que tenía de morir. Y de por qué. Tal vez estuviera bajo el efecto de alguna droga. Pronto lo sabremos. Con la debida mezcla de sustancias químicas la mente no registra el dolor. Podría incluso haber disfrutado.

– No niego que corra alguna que otra sustancia prohibida por aquí. Es imposible regular y supervisar las costumbres y gustos de toda la gente contratada. -Roarke se encogió de hombros y levantó la vista hacia la magnífica araña de cristal azul-. Mathias no me parece el prototipo de consumidor habitual, ni siquiera ocasional.

– La gente nunca deja de sorprendernos, y es increíble lo que algunos son capaces de meterse en las venas. -Eve se encogió también de hombros-. Tendré que hacer el habitual registro en busca de sustancias prohibidas para ver si puedo averiguar algo de Carter. -Se apartó el cabello con una mano-. ¿Por qué no vuelves y tratas de dormir un poco?

– No; prefiero quedarme. -Y antes de que ella pudiera replicar, añadió-: Me has nombrado segundo, ¿recuerdas?

Esas palabras la hicieron sonreír.

– Un buen ayudante sabría que necesito un café para continuar.

– Entonces te traeré uno. -Roarke le sujetó el rostro entre las manos-. Pretendía que te mantuvieras un tiempo alejada de esto. -La soltó y se dirigió a la cocina.

Eve entró en el dormitorio. Las luces estaban bajas y Carter se hallaba sentado en un lado de la cama, con la cabeza oculta entre las manos. Se enderezó de golpe al oírla entrar.

– Tranquilo, Carter, todavía no estás detenido. -Al verlo palidecer, se sentó a su lado y añadió-: Lo siento, es el pésimo humor de los polis. Estoy grabando, ¿de acuerdo?

– Sí. -El joven tragó saliva.

– Teniente Dallas, Eve, interrogando a Carter. ¿Cuál es tu nombre completo, Carter?

– Esto… Jack. Jack Carter.

– Carter, Jack, en relación con la muerte no investigada de Mathias, Drew. Carter, compartías la habitación 1036 con el fallecido.

– Sí, durante los pasados cinco meses. Éramos amigos.

– Háblame de esta noche. ¿A qué hora llegaste a casa?

– No lo sé. Cerca de las doce y media, supongo. Tenía una cita. Estoy saliendo con Lisa Cardeaux, una de las diseñadoras de jardines. Queríamos ver qué tal era el complejo de recreo. Pasaban un nuevo vídeo. Después fuimos al club Athena. Está abierto para los empleados del complejo. Tomamos un par de copas y escuchamos un poco de música. Ella tenía que madrugar al día siguiente, así que no nos quedamos hasta muy tarde. La acompañé a casa. -Esbozó una sonrisa-. Traté de persuadirla para que me dejara subir, pero me dijo que ni hablar.

– Muy bien, no te comiste nada con Lisa. ¿Volviste directo a casa?

– Sí. Ella está instalada en el bungalow del personal. Le gusta vivir allí. No quiere encerrarse en una habitación de hotel, o eso es lo que dice. Hay un par de minutos en aerodeslizador hasta aquí. Subí. -Suspiró y se masajeó el corazón como si tratara de calmar los latidos-. Drew había cerrado la puerta. Era quisquilloso con eso. Algunos compañeros dejan la puerta abierta, pero Drew tenía todo ese equipo y estaba paranoico con que alguien lo tocara.

– ¿La placa de la entrada está codificada únicamente para vosotros dos?

– No.

– ¿Y qué ocurrió entonces?