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– Lo vi, corrí a buscarles.

– Está bien. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste vivo?

– Esta mañana, desayunando. -Carter se frotó los ojos, tratando de recordar la normalidad de aquella escena.

– ¿Cómo estaba él? ¿Preocupado, deprimido?

– No. -Carter concentró la mirada y por primera vez pareció animado-. Eso es lo que no concibo. Estaba bien. Hizo bromas, por lo de Lisa, porque aún no me la había… ya sabe. Nos pinchábamos mutuamente, en plan amistoso. Yo le dije que él hacía tanto que no follaba que no se enteraría si lo hacía., Y que por qué no se buscaba una amiga y salía con nosotros esta noche para ver cómo había quedado todo.

– ¿Salía con alguien?

– No. Siempre hablaba de una tía de la que estaba colgado. No trabajaba en la estación. Nena, la llamaba. Iba a aprovechar su siguiente ciclo libre para hacerle una visita. Decía que lo tenía todo, cerebro, belleza, cuerpo y un apetito sexual insaciable. ¿Por qué iba a jugar con modelos peores cuando tenía lo último?

– ¿No sabes cómo se llamaba?

– No; era sencillamente Nena. Para ser sincero, creo que era una invención. Drew no era de los que tienen una nena, ya sabe. Era tímido con las mujeres y andaba muy metido en sus juegos de fantasía y en su autotrónica. Siempre trabajaba en algo.

– ¿Qué hay de otros amigos?

– No tenía muchos. Era reservado cuando estaba con mucha gente, ya sabe, introvertido.

– ¿Tomaba drogas?

– Los clásicos estimulantes si tenía que trasnochar.

– Me refiero a ilegales.

– ¿Drew? -Carter abrió mucho sus ojos cansados-. De ninguna manera. Era recto como una vara. No estaba mezclado con drogas, teniente. Tenía una mente clara y quería conservarla. Y quería conservar su empleo y ascender. Te echan por esa clase de cosas. Basta con que te cojan una vez.

– ¿Estás seguro de que no había decidido experimentar?

– Llegas a conocer a una persona con quien has convivido cinco meses. -La mirada de Carter volvió a ensombrecerse-. Te acostumbras a ella, a sus costumbres y demás. Como digo, no se relacionaba con mucha gente. Era más feliz solo, jugueteando con su equipo, sumergiéndose en los programas de juegos de rol.

– Entonces era un tipo solitario, introvertido.

– Sí. Pero no estaba preocupado ni deprimido. No paraba de decir que estaba trabajando en algo grande, un nuevo juguete. Siempre estaba trabajando en un nuevo juguete -murmuró Carter-. La semana pasada dijo que esta vez iba a hacer una gran fortuna y le haría sudar tinta china a Roarke.

– ¿A Roarke?

– No hablaba en serio -se apresuró a decir Carter en defensa del fallecido-. Tiene que comprenderlo. Para muchos de nosotros Roarke es, no sé, como un diamante, ¿entiende? Le llueven los créditos, viste ropa elegante, tiene apartamentos de lujo, además de poder, y ahora una nueva esposa sexy… -Se interrumpió, ruborizándose-. Perdone.

– No te preocupes -respondió Eve. Más tarde decidiría si era divertido o asombroso que un chico de apenas veinte años la considerara sexy.

– Sólo que muchos de los técnicos, bueno, un montón de gente en general tiene aspiraciones. Y Roarke es el ejemplo a seguir. Drew sentía una gran admiración por él. Tenía ambiciones, señora… perdón, teniente. Tenía objetivos y planes. ¿Por qué iba a hacer algo así? -De pronto se le llenaron los ojos de lágrimas-. ¿Por qué iba a querer hacer algo así?

– No lo sé, Carter. A veces nunca se sabe el porqué.

Ella le hizo hacer memoria y lo guió hasta que tuvo una imagen lo bastante clara de Drew Mathias. Una hora más tarde no tenía otra cosa que hacer que escribir un informe para quien acudiera a cerrar el caso.

Se apoyó contra el tabique de espejo del ascensor mientras regresaba al ático con Roarke.

– Ha sido un acierto instalarlo en otra habitación y otro piso. Puede que duerma mejor esta noche.

– Dormirá mejor si toma los tranquilizantes. ¿Qué me dices de ti? ¿Crees que dormirás?

– Sí. Le daría menos vueltas si tuviera alguna idea de lo que le preocupaba, de lo que lo empujó a hacer algo así. -Eve salió al pasillo y esperó a que Roarke desconectara el dispositivo de seguridad de su habitación-. La imagen que tengo de tu técnico es de un joven con grandes aspiraciones. Tímido con las mujeres y lleno de fantasías. Y estaba satisfecho con su trabajo. -Alzó los hombros-. No hizo ni recibió llamadas por telenexo, ni recibió o envió nada por correo elecrónico, ni tenía mensajes grabados, y el dispositivo de seguridad de la puerta fue conectado por Mathias a las dieciséis horas, y desconectado a las doce y treinta y tres por Carter. No recibió ninguna visita ni salió. Simplemente se acomodó para pasar la noche y se ahorcó.

– No fue un homicidio.

– No, no lo fue. -¿Mejoraba eso las cosas o las empeoraba?, se preguntó Eve-. No tenemos a nadie a quien culpar. Sólo un muchacho muerto. Una vida desperdiciada. -Eve se volvió hacia él y lo rodeó con sus brazos-. Has cambiado mi vida, Roarke.

Sorprendido, él le alzó el rostro. No tenía los ojos húmedos, sino secos, con una expresión fiera e indignada.

– ¿A qué viene eso?

– Has cambiado mi vida -repitió ella-. Al menos parte de ella. Y empiezo a darme cuenta de que es la mejor parte. Quiero que lo sepas. Quiero que lo recuerdes cuando volvamos y las cosas caigan de nuevo en la rutina, si me olvido de hacerte saber lo que siento o lo que pienso, o lo mucho que significas para mí.

Conmovido, él le besó la frente.

– No dejaré que lo olvides. Vamos a la cama. Estás cansada.

– Sí, lo estoy. -Eve se apartó el cabello y se acercó a la cama.

Les quedaban menos de cuarenta y ocho horas, se recordó. No iba a permitir que una muerte inútil estropeara las últimas horas de su luna de miel.

Ladeó la cabeza y pestañeó.

– ¿Sabes que Carter me encuentra sexy?

Roarke se detuvo y entornó los ojos.

– ¿Cómo dices?

Oh, le encantaba cuando esa melodiosa voz irlandesa se volvía arrogante.

– Y tú eres un diamante -dijo ella, moviendo la cabeza en círculo sobre sus agarrotados hombros mientras se desabrochaba la camisa.

– ¿Lo soy? ¿De verdad?

– Un diamante en bruto que, como diría Mavis, es súper. Y por si te interesa, parte del motivo de que lo seas es porque tienes una nueva esposa sexy.

Desnuda de cintura para arriba, se sentó en la cama y se quitó los zapatos. Él tenía las manos en los bolsillos y sonreía. Ella también sonrió. Sonreír era agradable.

– Así pues, diamante en bruto -continuó, ladeando la cabeza y arqueando un hombro-, ¿qué te propones hacer con tu mujer sexy?

Roarke se pasó la lengua por los labios y dio un paso adelante.

– ¿A qué espero para demostrarlo?

Eve pensaba, respecto al viaje de regreso, que mejor sería ser arrojada al espacio sin más. Se equivocaba.

Discutió, ya que en su opinión eran razones muy lógicas de por qué no debía embarcar en el transporte privado de Roarke.

– No quiero morir.

Él se mofó de ella, lo que la puso furiosa, y se limitó a cogerla en brazos y subirla a bordo.

– ¡No lo consentiré! -gritó ella. El corazón le palpitaba cuando él entró en la cabina de felpa-. Hablo en serio. Tendrás que dejarme inconsciente si quieres que me quede en esta trampa mortal.

– Hummm. -Él escogió una amplia butaca forrada de cuero negro para sentarse, y, sosteniéndola en su regazo, se apresuró a atarla a fin de inmovilizarle los brazos y evitar así posibles represalias.

– Eh, basta.

Presa de pánico, ella forcejeó maldiciéndolo.

– Déjame salir. ¡Suéltame!

El trasero de Eve sacudiéndose en su regazo le dio una idea de en qué emplear las primeras horas del viaje.

– Despega en cuanto te den autorización -ordenó al piloto, luego sonrió a la azafata y añadió-: No la necesitaremos por el momento.

Y en cuanto ella salió discretamente, selló las puertas de la cabina.

– No voy a hacerte daño -prometió a Eve.

Al oír el rumor de los motores preparándose y sentir la débil vibración bajo sus pies anunciando el despegue, consideró seriamente el arrancarse de un mordisco el cinturón de seguridad.

– No pienso pasar por esto -dijo ella-. Dile al piloto que se detenga.

– Demasiado tarde. -Él la rodeó con los brazos y apoyó el rostro en su nuca-. Relájate, cariño. Confía en mí. Estás más segura aquí que conduciendo por el centro de la ciudad.

– Mierda. -Cerró los ojos con fuerza cuando los motores emitieron un fuerte rugido.

Cuando la lanzadera espacial salió disparada hacia el cielo, el estómago de Eve se aplastó, y la fuerza de la gravedad la arrojó a los brazos de Roarke.