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– Lo sé. -Mira dejó la taza a un lado-. Escúchame, ese hombre es como un niño, un sabio emocionalmente atrofiado. Para él su visión y su música son más reales y más importantes que la gente, pero no descarta a la gente. En una palabra, no encuentro pruebas de que pusiera en peligro su libertad para matar.

Eve bebió un sorbo de té.

– ¿Y si tuviera un socio? -especuló, recordando la teoría de Feeney.

– Es posible. No es un hombre que comparta alegremente sus logros, pero siente una gran necesidad de adulación y de éxito financiero. Podría ser que en un punto determinado del diseño necesitara ayuda y se buscara un socio.

– Entonces ¿por qué no lo confesó? -Meneó la cabeza-. Es un cobarde; lo habría delatado. No habría cargado él solo con la culpa. -Volvió a beber un sorbo, dando rienda suelta a sus pensamientos-. ¿Y si estaba genéticamente marcado hacia una conducta sociopatológica? Es inteligente, y lo bastante astuto para enmascararla, pero es sólo parte de su maquillaje.

– ¿Marcado al nacer? -Mira casi resopló-. No suscribo tal hipótesis. La familia, el entorno, la educación, las elecciones tanto morales como inmorales que tomamos nos convierten en lo que somos. No nacemos monstruos o santos.

– Pero hay expertos que creen que sí. -Y tenía una a su disposición, se dijo Eve.

Mira le leyó tan fácilmente el pensamiento que no pudo evitar sentirse herida en su orgullo.

– Si deseas consultar este asunto con la doctora Ott, eres muy libre de hacerlo. Estoy segura de que estará encantada.

Eve no supo si hacer una mueca o sonreír. Mira raras veces hablaba con irritación.

– No era mi intención cuestionar tus aptitudes, doctora. Pero necesito algo con que golpear, y tú no puedes proporcionármelo.

– Déjame decirte lo que pienso acerca de si somos marcados al nacer, teniente. Creo que es un puro y simple escurrir el bulto al problema. Una muleta. No pude evitar prender fuego a ese edificio y quemar a cientos de personas vivas. Conclusión: nací pirómano. No pude evitar matar a palos a esa anciana por un puñado de créditos. Conclusión: mi madre era ladrona.

Le enfurecía pensar que se utilizaba ese ardid para esquivar responsabilidades, además de para dejar marcados a quienes no podían defenderse de los monstruos que los parieron.

– Esa teoría nos exime de humanidad, de moralidad -continuó-, de distinguir el bien del mal. Nos permite decir que fuimos marcados en el útero materno y nunca tuvimos una oportunidad. -Ladeó la cabeza-. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.

Eve dejó la taza con brusquedad.

– No estamos hablando de mí. No hablamos de dónde vengo o en qué me he convertido, sino de cuatro personas que no tuvieron una oportunidad, que yo sepa. Y alguien tiene que responder de ello.

– Una cosa -añadió Mira cuando Eve se puso de pie-. ¿Te has concentrado en ese tipo por los ultrajes que te ha hecho a ti y al hombre que amas, o por los muertos a los que representas?

– Tal vez por ambos -admitió Eve al cabo de un momento.

No habló con Reeanna enseguida. Quería un poco de tiempo para dejarlo reposar en la mente. Y se vio obligada a posponerlo al encontrar a Nadine Furst en su oficina.

– ¿Cómo has pasado los dispositivos de seguridad?

– Oh, tengo mis métodos. -Nadine balanceó la pierna y le dedicó una sonrisa amistosa-. Y la mayoría de los polis de aquí saben que tú y yo nos conocemos desde hace tiempo.

– ¿Qué quieres?

– No diría que no a un café.

De mala gana, Eve se volvió hacia el Autochef y ordenó dos tazas.

– Sé breve, Nadine. El crimen está muy extendido en esta ciudad.

– Y eso nos mantiene a las dos ocupadas. ¿Qué te hizo salir anoche, Dallas?

_¿Qué?

– Vamos, me hallaba en la fiesta. Mavis estuvo increíble, por cierto. Primero tú y Roarke desaparecéis. -Nadine bebió un sorbo con delicadeza-. No es preciso ser una reportera astuta como yo para imaginar de qué se trata. -Juntó las cejas y soltó una risita al ver que Eve la miraba fijamente-. Pero tu vida sexual no es ninguna novedad, al menos para mí.

– Nos estábamos quedando sin croquetas de gambas, de modo que bajamos a la cocina e hicimos más.

– Ya, ya. -Nadine hizo un gesto con la mano y se concentró en el café. Ni en los más altos peldaños del canal 75 raras veces se tenía acceso a tan poderoso brebaje-. Entonces advierto, siendo lo observadora que soy, que te llevas de ahí a Jess Barrow al final del número. Y ya no volvéis. Ninguno de los dos.

– Nos dimos un frenético revolcón -repuso Eve secamente-. Eres muy libre de sacarlo en crónicas de sociedad.

– Y yo me estoy tirando a un androide sexual de un solo brazo.

– Siempre te ha gustado explorar.

– La verdad, lo probé en una ocasión, pero me estoy apartando del tema. Roarke, con su estilo encantador, logra mover de allí a los invitados rezagados y conduce a los parásitos a la sala recreativa, con un gran equipo de holograma, por cierto, y nos comunica tu pesar. ¿La llamada del deber? -Ladeó la cabeza-. Qué raro. En mi escáner policial no consta que hayan hecho salir a esas horas de la noche a nuestra brillante detective de homicidios.

– En tu escáner no sale todo, Nadine. Y yo soy un soldado más. Voy cuando y a donde me mandan.

– Cuéntaselo a otro. Sé lo unida que estás a Mavis. Sólo algo de alto nivel te habría hecho perder su gran momento.- Se inclinó hacia adelante-. ¿Dónde está Jess Barrow, Dallas? ¿Y qué demonio ha hecho?

– No tengo nada que decirte, Nadine.

– Vamos, Dallas, ya me conoces. Lo guardaré para mí hasta que me des luz verde. ¿A quién ha matado?

– Cambia de canal -aconsejó Eve. Luego sacó su comunicador cuando éste sonó-. Sólo visualizar, desconectar audio.

Leyó la transmisión de Peabody, y pidió mediante el teclado que se reunieran, con Feeney incluido, en veinte minutos. Dejó el comunicador en el escritorio y se volvió hacia el Autochef para ver si había patatas de soja. Necesitaba comer algo para contrarrestar la cafeína.

– Tengo trabajo, Nadine -dijo, tras descubrir que no había nada salvo un sándwich de huevo irradiado-. Y nada de aumentar tu índice de audiencia.

– Me estás ocultando algo. Sé que tienes a Jess detenido. Tengo informadores en Detenciones.

Disgustada, Eve se volvió. En Detenciones siempre había filtraciones.

– No puedo ayudarte.

– ¿De qué vas a acusarle?

– Los cargos aún no pueden divulgarse.

– Maldita sea, Dallas.

– Estoy justo en el borde, y podría caer en una u otra dirección -replicó Eve-. No me empujes. Y cuando esté autorizada para hablar sobre el caso con los medios de comunicación, tú serás la primera. Tendrás que conformarte con eso.

– Dirás que tengo que conformarme con nada. -Nadine se puso de pie-. Vas tras algo importante, o no te mostrarías tan altanera. Sólo te pido… -Se interrumpió cuando Mavis irrumpió en la oficina.

– Por Dios, Dallas, ¿cómo has podido detener a Jess? ¿Qué te propones?

– Maldita sea, Mavis. -Eve vio a Nadine aguzar sus oídos de periodista-. Tú, largo de aquí -ordenó.

– Ten compasión, Dallas. -Nadine se aferró a Mavis-. ¿No ves lo alterada que está? Déjame traerte un café, Mavis.

– He dicho largo, y hablo en serio. -Eve se frotó la cara-. Lárgate, Nadine, o te pondré en la lista de bloqueo.

Como amenaza tenía garra. Estar en la lista de bloqueo informativo significaba que no habría un solo policía en la brigada de homicidios que informara a Nadine de la hora correcta, y mucho menos del protagonista de una noticia.

– Está bien. Pero no voy a dejarlo correr. -Había otras formas de indagar, pensó Nadine, y otros métodos.

Cogió el bolso y tras lanzar una última mirada furibunda a Eve, salió.

– ¿Cómo has podido? -preguntó Mavis-. Dallas, ¿cómo has podido hacerme esto?

Para asegurarse cierta privacidad Eve cerró la puerta. El dolor de cabeza había trazado un círculo completo y ahora le palpitaba detrás de los ojos.

– Es mi trabajo.

– ¿Tu trabajo? -Mavis tenía los ojos enrojecidos de llorar. Era conmovedor el modo en que hacían juego con los mechones azul cobalto de su cabello escarlata-. ¿Qué hay de mi carrera? Cuando por fin me llega la oportunidad que estaba esperando, y por la que he trabajado duro, vas y encierras a mi socio. ¿Y por qué? -Le tembló la voz-. Porque se te insinúa y eso cabrea a Roarke.

– ¿Qué? -Eve abrió la boca e hizo un esfuerzo por articular las palabras-: ¿De dónde demonios has sacado esa idea?