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– Oh, Dios mío -exclamó Eve.

Se levantó tambaleante mientras el cuerpo de Reeanna seguía experimentando estertores, se acercó a William y le sacó del bolsillo el telenexo. Respiraba, pero le traía sin cuidado en ese momento.

Echó a correr.

– ¡Respóndeme, respóndeme! -gritó al telenexo encendiéndolo a tientas-. Roarke, oficina principal -ordenó-. Responde, maldita sea. -Y contuvo un grito cuando le fue negada la transmisión.

LÍNEA EN USO EN ESTOS MOMENTOS. POR FAVOR, ESPERE O VUELVA A INTENTARLO.

– Desbloquéate, hijo de perra. ¿Cómo se desbloquea este trasto? -Apretó el paso y corrió cojeando sin darse cuenta de que estaba llorando.

Oyó el eco de unos pasos que se aproximaban por el pasillo, pero no se detuvo.

– ¡Santo cielo, Dallas!

– Por aquí. -Pasó corriendo por el lado de Feeney y apenas oyó las preguntas de éste, presa del terror-. Peabody, ven conmigo. Deprisa.

Llegó al ascensor y aporreó los botones de llamada. -Deprisa, deprisa.

– Dallas, ¿qué ha ocurrido? -Peabody le tocó el hombro, pero se vio rechazada-. Estás sangrando. ¿Qué está ocurriendo aquí, teniente?

– Es Roarke. ¡Oh, Dios, por favor! -Las lágrimas le corrían por las mejillas, abrasándola, cegándola. Sudaba de pánico por todos los poros del cuerpo-. Lo va a matar. ¡Lo va a matar!

Peabody reaccionó y sacó el arma al entrar corriendo en el ascensor.

– Piso superior, ala este -gritó Eve-. ¡Vamos, vamos! -Lanzó el telenexo a Peabody y ordenó-: Desbloquéalo.

– Está estropeado. Se ha caído al suelo o algo así. ¿Quién tiene a Roarke?

– Reeanna. Está muerta. Muerta como Moisés. Pero va a matarlo. -Eve casi no podía respirar-. Lo detendremos. No importa lo que le haya dicho que haga, lo detendremos. -Volvió su mirada extraviada hacia Peabody-. No lo matará.

– Lo detendremos -respondió Peabody.

Ya habían cruzado las puertas antes de que estás se abrieran del todo. Eve fue aún más rápida pese a estar herida, pues el pánico le dio impulso. Tiró de la puerta, maldijo los dispositivos de seguridad y colocó bruscamente la mano en el lector de palmas. Chocó con Roarke cuando éste apareció en el umbral.

– Roarke. -Se arrojó a sus brazos y se habría fundido en él de haber podido-. Oh, Dios mío. Estás bien. Estás vivo.

– ¿Qué ha ocurrido? -Él la estrechó entre sus brazos mientras ella temblaba.

Pero Eve deshizo el abrazo con brusquedad, le sujetó el rostro entre sus manos y lo miró a los ojos.

– Mírame. ¿La has probado? ¿Has probado la unidad de realidad virtual?

– No. Eve…

– Peabody, túmbalo si da un paso en falso. Y llama a los asistentes sanitarios. Hemos de hacerle un escáner cerebral.

– Y un cuerno. Pero adelante, Peabody, llámalos. Esta vez sí va a ir al centro médico, aunque tenga que dejarla inconsciente.

Eve retrocedió un paso, luchando por respirar mientras lo medía con la mirada. No sentía las piernas y se preguntó cómo podía seguir de pie.

– No lo has probado.

– Ya te he dicho que no. -Roarke se mesó los cabellos-. Esta vez me apuntaba a mí, ¿verdad? Debí imaginarlo. -Le volvió la espalda y vio por encima del hombro a Eve levantar el arma-. Vamos, baja esa maldita arma. No voy a suicidarme. Sólo estoy cabreado. Me he salvado por los pelos. La he encendido hace cinco minutos. «Docmente.» Doctora Mente. Ése es el nombre que utilizaba para jugar. Y sigue haciéndolo. Mathias se puso en contacto con ella docenas de veces el año pasado. Y he estudiado el informe de datos sobre la unidad, la que ella acababa de darme, y las estadísticas de los archivos. No las habían ocultado lo bastante.

– Ella sabía que lo averiguarías. Por eso… -Eve se interrumpió y respiró hondo. La cabeza le daba vueltas-. Por eso preparó una unidad expresamente para ti.

– La habría probado si no me hubieran interrumpido. -Pensó en Mavis y casi sonrió-. Dudo que Ree se esforzara mucho en alterar los datos. Sabía que yo confiaba en ella y en William.

– William no ha hecho nada, al menos de forma voluntaria.

Él se limitó a asentir. Observó la camisa hecha jirones y manchada de sangre de Eve, y preguntó:

– ¿Te ha herido?

– Casi toda la sangre es suya. -O eso creía-. No quería que la encerraran. -Resopló-. Está muerta, Roarke. Se ha suicidado. No pude detenerla. O tal vez no quise hacerlo. Me explicó… lo de la unidad, tu unidad. -Volvió a jadear-. Pensé que no llegaría a tiempo. No conseguía hacer funcionar el telenexo y no podía llegar aquí.

No oyó a Peabody cerrar la puerta para dejarlos a solas. En esos momentos le traía sin cuidado la intimidad. Siguió mirando al vacío y se estremeció.

– No podía -volvió a decir-. La entretuve todo este rato para ganar tiempo y atar cabos, mientras tú podrías haber…

– Eve, no lo he hecho. -Se acercó a ella y la abrazó-. Y has llegado hasta aquí. No voy a dejarte. -Le besó el cabello cuando ella ocultó el rostro en su hombro-. Ya ha pasado todo.

Ella sabía que volvería a revivir un millar de veces en sus sueños esa interminable carrera, el pánico, la sensación de impotencia.

– No; habrá una investigación completa, y no sólo de Reeanna, sino de toda tu compañía, de la gente que colaboró con ella en el proyecto.

– Podré soportarlo. La compañía está limpia, te lo prometo. No te haré avergonzar teniéndome que arrestar, teniente.

Ella aceptó el pañuelo que él le entregó y se sonó.

– Qué desastre para mi carrera, casarme con un estafador.

– No tienes que preocuparte. ¿Por qué lo hizo?

– Porque podía. Eso es lo que dijo. Disfrutaba teniendo el poder, el control. -Se frotó bruscamente las mejillas-. Tenía grandes planes para mí. -Se estremeció brevemente-. Quería convertirme en una especie de animalillo doméstico, supongo. Como William. Su perrito amaestrado. Una vez muerto tú, se figuraba que yo heredaría todas tus propiedades. No vas a hacerme eso, ¿verdad?

– ¿Qué, morir?

– Dejarme todo esto.

Él rió y la besó.

– Sólo tú te enfadarías por eso. -Le apartó el cabello de la cara-. ¿Tenía una unidad preparada para ti?

– Sí, pero no tuvimos tiempo de probarla. Feeney está allí abajo. Será mejor que le explique lo ocurrido.

– Tendremos que bajar entonces. Ella desconectó el telenexo, por eso me disponía a bajar cuando te echaste encima de mí. Me inquieté al no poder hablar contigo. -Eve le acarició el rostro.

– Es duro querer a alguien.

– Me veo capaz de sobrellevarlo. Supongo que querrás ir a la comisaría para aclarar todo el asunto esta misma noche.

– Es lo que procede. Tengo un cadáver… y cuatro casos de asesinato que cerrar.

– Te llevaré después de pasar por el centro médico.

– No pienso ir.

– Desde luego que irás.

Peabody llamó a la puerta y se asomó.

– Disculpad, pero los asistentes sanitarios están aquí. Necesitan autorización para entrar.

– Me encargaré de ello. Haz que se reúnan con nosotros en la oficina de la doctora Ott, ¿quieres, Peabody? Pueden examinar a Eve antes de llevársela al centro para un tratamiento completo.

– He dicho que no voy a someterme a un tratamiento.

– Te he oído. -Roarke apretó un botón de su escritorio-. Autorizar la entrada de los médicos. Peabody, ¿llevas encima las esposas?

– Es la norma.

– ¿Me las prestarías para ver si puedo dominar a tu teniente hasta dejarla en el centro médico más próximo?

– Inténtalo, amigo, y verás quién necesita un médico. -Peabody hizo un esfuerzo por controlarse. Una risita en ese momento no sentaría nada bien a su teniente.

– Comprendo tu problema, Roarke, pero no puedo complacerte. Necesito el empleo.

– No importa, Peabody. -Roarke rodeó a Eve por la cintura y dejó que se apoyara en él mientras se dirigía cojeando a la puerta-. Estoy seguro de que puedo encontrar un sustituto.

– Tengo que presentar un informe y trabajo que terminar, además de un cadáver que trasladar. -Eve lo miró disgustada mientras él llamaba el ascensor-. No tengo tiempo para una revisión.

– Ya te he oído -repitió él, y se limitó a cogerla en brazos e introducirla en el ascensor-. Peabody, dile a los sanitarios que vengan armados. Es muy probable que trate de escapar.

– Déjame en el suelo, idiota. No pienso ir. -Pero Eve se reía cuando las puertas se cerraron.

***