Y de La puerta en el suelo había otra primera frase que no estaba nada maclass="underline" "Había un niño que no sabía si quería nacer". Después del verano de 1958, Eddie O'Hare comprendería por fin cómo se sentía ese niño. Y estaba aquella otra frase: "Su mamá tampoco sabía si quería que naciera". Sólo después de haber conocido a Marion, Eddie comprendió cómo se sentía aquella mamá
Aquel viernes, en la tienda de marcos de Southampton, Eddie O'Hare comprendió una de esas cosas que le cambian a uno la vida: si el ayudante de escritor se había convertido en escritor, era Marion quien le había dado la voz. Si cuando había estado entre sus brazos, en su cama, dentro de ella, sintió por primera vez que era casi un hombre, perderla era lo que le proporcionaba algo que decir. La idea de vivir sin Marion era lo que le daba a Eddie O'Hare la autoridad para escribir
"¿Tiene usted en su mente una imagen de Marion Cole? -escribió Eddie-. "Quiero decir si, mentalmente, puede ver con exactitud su aspecto." Eddie mostró estas dos frases a Penny Pierce
– Sí, claro…, es muy guapa -dijo la dueña
Eddie asintió. Entonces siguió escribiendo: "Muy bien. Aunque soy el ayudante del señor Cole, este verano me he acostado con la señora Cole. Calculo que Marion y yo hemos hecho el amor unas sesenta veces"
– ¿Sesenta? -dijo la señora Pierce
Había salido de detrás del mostrador a fin de poder leer por encima del hombro de Eddie lo que éste escribía
"Lo hemos hecho durante seis, casi siete semanas, y normalmente lo hacíamos dos veces al día…, a menudo más de dos veces. Pero hubo una época en la que tuvo una infección y no pudimos hacerlo, y si tiene usted en cuenta la regla…"
– Comprendo… Así pues, unas sesenta veces -dijo Penny Pierce-. Continúa
"Bien -escribió Eddie-. Mientras Marion y yo hemos sido amantes, el señor Cole, Ted de nombre, ha tenido una querida. La verdad es que era su modelo. ¿Conoce a la señora Vaughn?"
– ¿Los Vaughn de Gin Lane? Tienen una magnífica… colección -dijo la dueña de la tienda de marcos. (¡Ese encargo, el de enmarcar los cuadros de los Vaughn, sí que le habría gustado!)
"Exacto, ésa es la señora Vaughn -escribió Eddie-. Tiene un hijo, un niño pequeño."
– Sí, sí, ¡lo sé! -dijo la señora Pierce-. Sigue, por favor
"De acuerdo. Esta mañana, Ted, es decir, el señor Cole, ha roto con la señora Vaughn. Imagino que el final de su relación no ha sido muy agradable. La señora Vaughn parecía habérselo tomado muy a pecho. Y, entretanto, Marion está haciendo las maletas…, se marcha. Ted no sabe que se marcha, pero ésa es la verdad. Y Ruth…, ésta es Ruth. Tiene cuatro años."
– Sí, sí -asintió Penny Pierce
"Ruth tampoco sabe que su madre se marcha -escribió Eddie-. Tanto Ruth como su padre volverán a su casa en Sagaponack y comprobarán que Marion se ha ido. Y también todas las fotografías, todas esas fotos que usted enmarcó, todas excepto la que usted tiene aquí, en la tienda."
– Sí, sí… Dios mío, ¿qué dices? -dijo la señora Pierce.
Ruth la miró con el ceño fruncido y la mujer sonrió niña
Eddie siguió escribiendo:
"Marion se lleva las fotos. Cuando Ruth vuelva a casa, la madre y las fotos habrán desaparecido. Sus hermanos muertos y su madre se habrán marchado. Y lo bueno de esas fotos es que cada una de ellas cuenta una historia. Hay cientos de historias, y Ruth se las sabe todas de memoria"
– ¿Qué quieres que haga? -exclamó la señora Pierce
– Sólo la fotografía de la madre de Ruth -replicó Eddie-. Está en una habitación de hotel, en París…
– Sí, conozco la foto -dijo Penny Pierce-. ¡Claro que puedes llevártela!
– Pues eso es todo -concluyó Eddie, y escribió: "He pensado que probablemente esta noche la niña necesitará algo que poner al lado de su cama. No habrá ninguna otra foto, ninguna de esas imágenes a las que se ha acostumbrado. He pensado que si tuviera una de su madre, en especial…"
– Pero no es una buena foto de los chicos -le interrumpió la señora Pierce-, sólo se ven los pies…
– Sí, lo sé. A Ruth le gustan sobre todo los pies.
– ¿Están listos los pies? -inquirió la niña
– Sí que lo están, cielo -le dijo solícita Penny Pierce.
– ¿Quiere ver mis puntos? -preguntó la niña a la dueña de la tienda-. ¿Y… mi costra?
– El sobre está en el coche, Ruth, en la guantera -le explicó Eddie
– Ah -dijo Ruth-. ¿Qué es la guantera?
– Iré a comprobar si la fotografía está preparada -anunció Penny Pierce-. Casi está lista, estoy segura
La mujer recogió nerviosamente las hojas que estaban encima del mostrador, aunque Eddie seguía con la pluma en la mano. Antes de que se alejara, el muchacho la tomó del brazo.
– Perdone -le dijo, dándole la pluma-. Esto es suyo, pero ¿sería tan amable de darme lo que he escrito?
– ¡Sí, claro! -respondió la dueña, y le entregó los papeles, incluso las hojas en blanco
– ¿Qué has hecho? -le preguntó Ruth a Eddie
– Le he contado un cuento a la señora -le explicó el muchacho
– Cuéntamelo -le pidió la niña
– En el coche te contaré otro cuento -le prometió Eddie-. Después de que nos dé la foto de tu mamá
– ¡Y los pies! -insistió la pequeña.
– Sí, los pies también
– ¿Qué cuento vas a contarme? -le preguntó Ruth.
– No lo sé -admitió el muchacho
Tendría que inventarse uno, pero, sorprendentemente, eso no le preocupaba lo más mínimo. Algo se le ocurriría, estaba seguro. Tampoco le preocupaba ya lo que tendría que decirle a Ted. Le diría todo lo que Marion le había pedido que le dijera… y cualquier otra cosa que le pasara por la cabeza. Creía poder hacerlo, tenía la autoridad necesaria para ello
Penny Pierce también lo sabía. Cuando salió de la trastienda, llevaba consigo algo más que la foto enmarcada. Aunque la señora Pierce no se había cambiado de ropa, de alguna manera había sufrido una transformación, tenía un aire distinto… No era tan sólo un aroma fresco (un nuevo perfume), sino un cambio de actitud que la hacía casi atractiva. Para Eddie, estaba casi seductora. Hasta entonces no había reparado en ella como mujer
Se había soltado el cabello, que antes llevaba recogido, y también había introducido ciertos cambios en su maquillaje. A Eddie no le resultó difícil descubrir qué era exactamente lo que la señora Pierce se había hecho. Tenía los ojos más oscuros y perfilados. El rojo de labios también era más oscuro, y su rostro, si no más juvenil, tenía más color. Se había desabrochado la chaqueta del traje y subido un poco las mangas, y los dos botones superiores de la blusa también estaban desabrochados. (Antes sólo lo había estado el botón de arriba.)
Al agacharse para mostrar a Ruth la fotografía, la señora Pierce reveló un espacio entre los senos que Eddie nunca habría imaginado. Al levantarse, le susurró al muchacho:
– No voy a cobrarte nada por este trabajo, naturalmente. Eddie asintió, sonriente, pero Penny Pierce no había terminado con él. Le indicó una hoja de papel. Tenía una pregunta que hacerle, por escrito, porque era una pregunta que la señora Pierce nunca habría formulado de viva voz delante de la niña. "¿También te abandona a ti la señora Cole?, había escrito Penny Pierce