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En su mayoría, los miembros de la generación de Eddie (y de media generación anterior a la suya) habían leído El ratón que se arrastra entre las paredes, o lo que era más probable, otras personas se lo habían leído antes de que pudiesen leerlo. Y la mayoría de los profesores y de los alumnos de Exeter, también habían leído otros libros infantiles de Ted Cole. Pero, ciertamente, nadie más en Exeter había leído las tres novelas de Ted. En primer lugar, estaban agotadas, y, además, no eran muy buenas. No obstante, como fiel exoniano, Ted Cole había donado a la biblioteca de Exeter un ejemplar de la primera edición de cada uno de sus libros, así como el original, manuscrito, de cuanto había escrito

Eddie podría haberse enterado de más cosas por los rumores y el chismorreo (cuando menos, en el sentido de que podrían haberle ayudado a prepararse para su empleo veraniego), pero las ansias de lectura del muchacho evidenciaban la seriedad con que se preparaba para ser ayudante de escritor. Y el hecho era que ignoraba que Ted Cole se estaba convirtiendo ya en un ex escritor

Lo cierto es que Ted sentía una atracción crónica hacia las mujeres jóvenes. Marion sólo tenía diecisiete años y ya estaba embarazada de Thomas cuando Ted se casó con ella. Por entonces Ted tenía veintitrés. El problema, conforme Marion se hacía mayor y aunque siempre fuese seis años más joven que Ted, estribaba en que el interés de Ted por las mujeres más jóvenes persistía

La nostalgia de la inocencia que perdura en la mente de un hombre adulto era un tema del que Eddie O'Hare, a sus dieciséis años, sólo tenía conocimiento por las novelas…, y los libros embarazosamente autobiográficos de Ted Cole no eran ni lo primero ni lo mejor que Eddie había leído sobre el particular. No obstante, la valoración crítica que Eddie hacía de la escritura de Ted Cole no disminuía los anhelos del muchacho por convertirse en su ayudante. No dudaba de que podría aprender un arte o un oficio de alguien que no llegaba a la maestría. Al fin y al cabo, en Exeter, Eddie había aprendido mucho de una considerable variedad de maestros, que eran en su mayoría excelentes. Sólo unos pocos profesores de Exeter eran tan aburridos en clase como Minty O'Hare. Incluso su hijo percibía que Minty hubiera destacado por su mediocridad en una mala escuela, y no digamos ya en Exeter

Dado que Eddie O'Hare había crecido en el recinto y en el entorno casi constante de una buena escuela, sabía que es posible aprender mucho de los adultos que trabajan con ahínco y siguen ciertas normas. Pero ignoraba que Ted Cole había dejado de trabajar con ahínco, y que el resto de las discutibles "normas" de Ted empezaban a peligrar a causa del insoportable fracaso de su matrimonio con Marion, todo ello combinado con aquellas muertes inaceptables

Para Eddie, los libros infantiles de Cole tenían más interés intelectual, psicológico e incluso emocional que las novelas. Los relatos aleccionadores para niños se le ocurrían a Ted con naturalidad, y era capaz de imaginar y expresar los temores de los pequeños. Si Thomas y Timothy hubieran llegado a la edad adulta, sin duda su padre les habría decepcionado. Y sólo cuando llegara a la edad adulta, Ruth se sentiría decepcionada con Ted, pues de niña le adoraba

A los dieciséis años, Eddie O'Hare se hallaba en algún punto entre la infancia y la edad adulta. En opinión de Eddie, no había mejor comienzo para un relato que la primera frase de El ratón que se arrastra entre las paredes: "Tom se despertó, pero Tim no". Ruth Cole envidiaría siempre esa frase, a pesar de que sería mejor escritora que su padre, en todos los aspectos, y jamás olvidaría la primera vez que la oyó, mucho antes de que supiera que era la primera frase de un libro famoso

Ocurrió aquel mismo verano de 1958, cuando Ruth tenía cuatro años, poco antes de que Eddie se instalara en su casa. Esta vez no fue el ruido que producen dos personas al hacer el amor lo que la despertó, sino un ruido que había oído en sueños y que recordó al despertar. En el sueño de Ruth, su cama sufría sacudidas, pero al despertar vio que era ella quien temblaba, y por lo tanto la cama también parecía temblar. Y por unos instantes, incluso cuando Ruth estaba despierta del todo, el ruido procedente del sueño persistía. Entonces, bruscamente, se quedó quieta. Era un ruido como el de alguien que quiere pasar desapercibido

– ¡Papá! -susurró Ruth

Había recordado que esa noche le tocaba a su padre quedarse con ella, pero le llamó en voz tan baja que ni siquiera ella misma se oyó. Además, Ted Cole dormía como un tronco. Como les sucede a la mayoría de los grandes bebedores, más que dormirse se caía redondo, por lo menos hasta las cuatro o las cinco de la madrugada; entonces se despertaba y ya no podía volver a conciliar el sueño

Ruth bajó de la cama, cruzó de puntillas el baño y entró en el dormitorio principal, donde su padre estaba acostado. Desprendía un olor a whisky o a ginebra, un olor tan intenso como el de un coche que huele a aceite de motor y gasolina en un garaje cerrado

– ¡Papá! -volvió a llamarle-. He tenido un sueño. He oído un ruido

– ¿Qué clase de ruido era, Ruthie? -le preguntó su padre. No se había movido, pero estaba despierto

– Ha entrado en la casa -dijo Ruth.

– ¿Qué es lo que ha entrado? ¿El ruido?

– Está en la casa, pero intenta estarse quieto -le explicó Ruth.

– Entonces vamos a buscarlo -dijo su padre-. Un ruido que intenta estarse quieto. Tengo que ver eso

La tomó en brazos y recorrió el largo pasillo del piso superior, de cuyas paredes colgaban más fotografías de Thomas y Timothy que en cualquier otra parte de la casa, y, cuando Ted encendió las luces, los hermanos muertos de Ruth parecieron rogarle a la niña que les dispensara toda su atención, como una hilera de príncipes que solicitaran el favor de una princesa.

– ¿Dónde estás, ruido? -preguntó Ted

– Mira en las habitaciones de los invitados -le pidió Ruth. Su padre la llevó al extremo del pasillo, donde había tres dormitorios y dos baños para los invitados…, cada uno con más fotos. Encendieron todas las luces, miraron en los armarios y detrás de las cortinas de las duchas

– ¡Sal, ruido! -ordenó Ted

– ¡Sal, ruido! -repitió Ruth

– Tal vez esté abajo -sugirió su padre

– No, estaba arriba con nosotros -le dijo Ruth

– Entonces creo que se ha ido-concluyó Ted-. ¿Qué clase de ruido era?

– Era como el ruido de alguien que no quiere hacer ruido -le explicó Ruth

Él la depositó en una de las camas para los invitados, y tomó de la mesilla de noche un bloc y un bolígrafo. Le gustaba tanto lo que la niña había dicho que debía anotarlo. Pero no llevaba puesto el pijama y, por lo tanto, carecía de bolsillos para guardar la hoja de papel, de modo que sostuvo la hoja entre los dientes cuando tomó de nuevo a Ruth en brazos. Ella, como de costumbre, sólo mostró un interés pasajero por la desnudez de su padre

– Tu pene es gracioso -le dijo

– Sí, mi pene es gracioso -convino su padre

Era lo que siempre le decía. Esta vez, con la hoja de papel entre los dientes, la naturalidad de esa observación parecía todavía más natural

– ¿Adónde ha ido el ruido? -le preguntó Ruth

Su padre la llevaba a través de los dormitorios y baños de los invitados, apagando las luces al pasar, pero en uno de los baños se detuvo tan en seco que Ruth imaginó que Thomas o Timothy, o tal vez los dos, habían alargado la mano desde una de las fotografías para agarrar a Ted