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Por supuesto, Eddie era demasiado tímido para mostrar sus primeros esfuerzos a la clase. Había entregado los relatos, de una manera confidencial, al señor Havelock, quien sólo se los mostró a su esposa. Ésta era aquella mujer cuya pilosidad axilar y ausencia de sujetador fueron los elementos que utilizó Eddie en su primera fase de satisfacción masturbatoria. La señora Havelock se interesaría vivamente por la manera en que Eddie desarrollaba el tema del joven y la mujer madura.

Es comprensible que, para la señora Havelock, este tema fuese más interesante que el estilo de Eddie. Al fin y al cabo, la señora Havelock era una treintañera sin hijos que constituía el único objeto visible de deseo en una comunidad cerrada de casi ochocientos adolescentes. Aunque nunca se había sentido sexualmente tentada por ninguno de ellos, no había dejado de observar que excitaba la libido de los chicos. La mera posibilidad de semejante relación le repugnaba. Estaba felizmente casada y convencida por completo de que los chicos eran…, bueno, nada más que chicos. En consecuencia, la misma naturaleza de una relación sexual entre un muchacho de dieciséis años y una mujer de treinta y nueve, relación que describían una y otra vez los relatos de Eddie, atrajeron poderosamente la curiosidad de la señora Havelock. Ésta era alemana de nacimiento y conoció a su marido durante un intercambio de estudiantes extranjeros en Escocia (el señor Havelock era inglés). Ahora estaba atrapada en uno de los internados masculinos de elite en Estados Unidos, y se sentía continuamente perpleja y deprimida.

A pesar de la opinión que tenía la madre de Eddie sobre el carácter «bohemio» de la señora Havelock, ésta no hacía nada ex profeso para resultar sexualmente atractiva a los muchachos. Como una buena esposa, procuraba estar lo más atractiva posible para su marido. Era el señor Havelock quien prefería que ella no llevara sostén y quien rogaba a su esposa que no se depilara los sobacos: por encima de todo, le atraía la naturalidad. La señora Havelock se consideraba a sí misma poco atractiva y le consternaba su evidente efecto sobre aquellos muchachos rijosos, pues sabía que utilizaban su imagen para cascársela con abandono.

Anna Havelock, Rainer de soltera, no podía salir de su apartamento en la residencia sin que varios muchachos que se habían quedado rezagados en el vestíbulo se sonrojaran, o tropezaran con puertas o paredes, porque no podían quitarle los ojos de encima. Le era imposible servir café y pastas a los estudiantes asesorados por su marido, o a los alumnos de escritura creativa, sin que éstos se quedaran mudos, hasta tal punto les impresionaba la mujer. Ella, muy juiciosamente, detestaba esa situación y rogaba a su marido que volvieran a Gran Bretaña o a Alemania, donde sabía por experiencia que podría vivir sin sentirse el blanco de una infinidad de miradas lujuriosas. Pero a su marido, Arthur Havelock, le encantaba la vida en Exeter, donde era un profesor enérgico que gustaba mucho a los alumnos y a sus colegas del profesorado.

Tal era el matrimonio básicamente bueno, sin puntos de fricción, al que Eddie O'Hare aportó los turbadores relatos de su enredo sexual con Marion Cole. Por supuesto, Eddie había introducido los cambios necesarios para ocultar que los personajes eran él mismo y Marion. El personaje de Eddie no era el ayudante de un famoso autor e ilustrador de libros infantiles. (Puesto que Minty O'Hare había comentado e idealizado hasta hacerse insoportable el primer trabajo veraniego de su hijo, todo el mundo en el departamento de literatura inglesa de Exeter estaba al corriente de que Eddie había trabajado unos meses para Ted Cole.)

En los relatos de Eddie, el muchacho trabajaba en una tienda de marcos de Southampton y el personaje de Marion estaba inspirado en el recuerdo borroso que Eddie conservaba de Penny Pierce. Puesto que Eddie no recordaba el aspecto que tenía la mujer, su descripción física era una combinación imprecisa del hermoso rostro de Marion y el cuerpo maduro y algo corpulento de Penny Pierce, que no tenía punto de comparación con el de Marion.

Al igual que la señora Pierce, el personaje de Marion en los relatos de Eddie estaba cómodamente divorciada. Por su parte, el personaje de Eddie gozaba de los frutos silvestres de su iniciación sexual. Sesenta veces en menos de un verano era una cifra sorprendente para los señores Havelock. El personaje de Eddie también se beneficiaba de la generosa pensión alimentaria acordada en el proceso de divorcio de Penny Pierce, pues, en los relatos de Eddie, el muchacho de dieciséis años vivía en la espléndida casa que la propietaria de la tienda de marcos poseía en Southampton, una lujosa finca que tenía un asombroso parecido con la mansión de la señora Vaughn en Gin Lane.

Mientras que la señora Havelock estaba fascinada y muy desconcertada por la autenticidad de las escenas sexuales en los relatos de Eddie, a su marido, como buen profesor que era, le interesaba más la calidad de la escritura de Eddie, y le comentó algo que el muchacho ya sabía: que ciertos aspectos de sus relatos parecían más auténticos que otros. El detallismo sexual, la sombría presciencia que tenía el joven protagonista de que el verano llegaría a su final y al mismo tiempo terminaría su aventura amorosa con una mujer que lo significaba todo para él (mientras cree que él significa mucho menos para la mujer), y la expectativa implacable del sexo, que es casi tan emocionante como el mismo acto…, bien, esos elementos parecían auténticos en los relatos de Eddie. (El muchacho sabía no sólo que lo parecían, sino que lo eran.)

Pero otros detalles eran menos convincentes. En la descripción del poeta ciego, por ejemplo, el personaje no estaba desarrollado por completo; los poemas pornográficos no eran ni creíbles como poemas ni lo bastante gráficos como pornografía, mientras que la descripción de la cólera del personaje basado en la señora Vaughn, de su reacción contra la pornografía y contra el desventurado ayudante de escritor que le entrega los poemas…, sí, ése era un buen material, y tenía un timbre de veracidad (porque, como Eddie sabía, era verídico).

Eddie había inventado al poeta ciego y los poemas pornográficos, había inventado la descripción física del personaje de Marion, que era aquella mezcla poco convincente del personaje de Marion y Penny Pierce. Tanto el señor como la señora Havelock decían que el personaje de Marion era confuso, que no podían «verla».

Cuando la fuente de su escritura era autobiográfica, Eddie podía escribir con autoridad y verosimilitud, pero cuando trataba de imaginar (inventar, crear) no lo lograba tan bien como cuando se inspiraba en sus recuerdos. ¡Grave limitación para un literato! (En aquel entonces, cuando era todavía un estudiante de Exeter, Eddie no sabía hasta qué punto era eso grave.)

Finalmente, Eddie sólo alcanzaría una pequeña reputación literaria y se convertiría en un escritor poco conocido pero respetado. Nunca provocaría el impacto sobre la psique norteamericana que llegaría a producir Ruth Cole, nunca poseería el dominio del lenguaje de Ruth ni se acercaría a la magnitud y complejidad de los personajes y argumentos de ésta, por no mencionar su fuerza narrativa.

Pero, de todos modos, Eddie se ganaría la vida como novelista. No se le puede negar su existencia como escritor tan sólo porque nunca sería, como Chesterton escribió de Dickens, «una llama de puro genio que brota en un hombre sin cultura, sin tradición, sin la ayuda de las religiones y filosofías históricas o de las grandes escuelas extranjeras».

No, eso no podría decirse de Eddie O'Hare (como también sería excesivamente generoso hacer extensiva a Ruth Cole la alabanza de Chesterton), pero por lo menos las obras de Eddie se publicarían.