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– Quiero agua

En realidad no quería agua, pero le intrigaba el que su padre siempre dejara correr el agua hasta que salía fría. Su madre le servía el agua que empezaba a salir del grifo; estaba caliente y sabía como el interior de la cañería

"No bebas mucho o tendrás que hacer pipí", le decía el padre, pero la madre dejaba que bebiera cuanto le apeteciera, y a veces ni siquiera la miraba beber

– Háblame de Thomas y Timothy -le dijo Ruth a su padre al tiempo que le devolvía el vaso

Ted suspiró. En los últimos seis meses Ruth había mostrado un interés inagotable por el tema de la muerte, y no era difícil adivinar el motivo. Gracias a las fotografías, Ruth sabía distinguir a Thomas de Timothy desde los tres años. Sólo sus fotos de cuando eran pequeños la confundían alguna vez. Y sus padres le habían contado las circunstancias que rodeaban a cada imagen: si mamá o papá habían tomado esta foto, si Thomas o Timothy habían llorado. Pero que los chicos estuvieran muertos era un concepto que Ruth trataba de comprender desde hacía poco

– Dime -repitió a su padre-. ¿Están muertos?

– Sí, Ruthie

– ¿Y muertos significa que están deshechos? -inquirió Ruth.

– Bueno…, sí, sus cuerpos están deshechos -respondió Ted

– ¿Y están debajo de la tierra?

– Sí, sus cuerpos están bajo tierra.

– Pero ¿no se han ido del todo?

– Pues… no, mientras nosotros los recordemos -dijo su padre-. No se han ido de nuestros corazones ni de nuestras mentes

– ¿Es como si estuvieran dentro de nosotros?

– Algo así

Ésa fue toda la explicación que le dio su padre, pero era una respuesta más amplia que cualquiera de las de su madre, la cual jamás pronunciaba la palabra "muerto". Y ni Ted ni Marion Cole eran religiosos. Aportar los detalles necesarios para el concepto del cielo no era una opción en su caso, aunque cada uno de ellos, en otras conversaciones con Ruth sobre el mismo tema, se habían referido misteriosamente al firmamento y las estrellas, dando a entender que algo de los muchachos vivía en algún lugar que no era bajo el suelo en el que estaban sus cuerpos deshechos

– Entonces… -dijo Ruth

– Escúchame, Ruthie…

– Vale

– Cuando miras a Thomas y Timothy en las fotografías, ¿recuerdas las explicaciones de lo que estaban haciendo? -le preguntó su padre-. Quiero decir en las fotos. ¿Recuerdas lo que estaban haciendo en las fotos?

– Sí -respondió Ruth, aunque no estaba segura de recordar lo que hacían en cada una de ellas

– Bueno, pues… Thomas y Timothy están vivos en tu imaginación -le dijo su padre-. Cuando alguien se muere, cuando su cuerpo se ha deshecho, eso sólo significa que ya no podemos verlo. El cuerpo ha desaparecido

– Está debajo de la tierra -le corrigió Ruth

– No podemos ver más a Thomas y Timothy -insistió su padre-, pero no han abandonado nuestras mentes. Cuando pensamos en ellos, los vemos ahí

– Sólo se han ido de este mundo -dijo Ruth. (En general, repetía lo que había oído antes)-. ¿Están en otro mundo?

– Sí, Ruthie

– ¿Voy a morirme? -preguntó la niña de cuatro años-. ¿Estaré toda deshecha?

– ¡No hasta dentro de mucho, muchísimo tiempo! -respondió su padre-. Yo estaré deshecho antes que tú, e incluso yo tardaré muchísimo tiempo en deshacerme

– ¿Muchísimo tiempo? -repitió la niña.

– Te lo prometo, Ruthie

– De acuerdo -dijo Ruth

Tenían esta clase de conversaciones casi a diario. Ruth mantenía conversaciones similares con su madre, pero eran más breves. En cierta ocasión, cuando Ruth le comentó a su padre que pensar en Thomas y Timothy ponía triste a su madre, Ted admitió que también a él le ponía triste

– Pero mamá está más triste -añadió Ruth.

– Bueno…, sí -admitió Ted

Y así Ruth permaneció despierta en la casa con "algo" que se arrastraba entre las paredes, algo más grande que un ratón, y escuchaba el único sonido que siempre la consolaba y, al mismo tiempo, le hacía sentirse melancólica. Esto sucedía antes incluso de que conociera el significado de la palabra "melancólica". Ese sonido era el tecleo de una máquina de escribir, el sonido que se produce al escribir una historia. Cuando fuese novelista, Ruth jamás utilizaría el ordenador; o escribiría a mano, o con una máquina que produjera el ruido más anticuado de todas las máquinas de escribir que pudiera encontrar

Entonces, aquella noche de verano de 1958, no sabía que su padre había dado comienzo al que sería su relato favorito. Trabajaría en él durante todo el verano, y sería la única obra en la que le "ayudaría" Eddie O'Hare, el asistente de Ted Cole que no tardaría en llegar. Y aunque ninguno de los libros infantiles de Ted Cole alcanzaría jamás el éxito comercial o el renombre internacional de El ratón que se arrastra entre las paredes, el libro que Ted comenzó aquella noche era el que más le gustaba a Ruth. Se titulaba, naturalmente, Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido, y para Ruth siempre sería especial, porque ella lo había inspirado

Los libros de relatos infantiles que escribía Ted Cole no podían clasificarse con respecto a la edad del público al que iban destinados. El ratón que se arrastra entre las paredes se anunciaba como un libro para leerlo en voz alta a niños de edades comprendidas entre cuatro y seis años; el relato tuvo éxito en esa franja del mercado, al igual que las obras posteriores de Ted. Pero, por ejemplo, a menudo chicos de doce años volvían a sentirse atraídos por los relatos de Ted Cole. Estos lectores más sutiles escribían con frecuencia al autor y le contaban que, antes de descubrir los niveles de significado más profundo de sus libros, le habían considerado un escritor para niños. Tales cartas, que revelaban toda una gama de competencia e incompetencia en estilo y ortografía, llegaron a convertirse casi por completo en el papel que cubría las paredes del cuarto de trabajo de Ted

Él lo llamaba su "cuarto de trabajo", y más adelante Ruth se preguntaría si esto no definía la opinión que su padre tenía de sí mismo, y más agudamente de lo que ella lo había percibido de pequeña. Nunca llamaron "estudio" a la habitación, porque hacía mucho tiempo que su padre había dejado de considerar sus libros como obras de arte; sin embargo, "cuarto de trabajo" era una expresión más pretenciosa que "despacho", nombre que tampoco le daban jamás, porque su padre parecía enorgullecerse en extremo de su creatividad. Le afectaba la creencia ampliamente difundida de que sus libros no eran más que un negocio. Más adelante Ruth comprendería que su padre valoraba más su habilidad para dibujar que su escritura, aunque nadie hubiera dicho que El ratón que se arrastra entre las paredes o los demás libros de Ted Cole tuvieron éxito o se distinguieron gracias a las ilustraciones

En comparación con el hechizo que tenían los relatos -que siempre daban miedo, eran breves y estaban escritos con lucidez-, las ilustraciones eran rudimentarias y, según opinaban todos los editores, demasiado escasas. No obstante, el público de Ted, aquellos millones de niños de edades comprendidas entre cuatro y catorce años, y a veces algo mayores, por no mencionar los millones de jóvenes madres que eran las principales compradoras de los libros de Ted Cole, jamás se quejaron. Aquellos lectores nunca podrían haber adivinado que el padre de Ruth se pasaba mucho más tiempo dibujando que escribiendo y que había cientos de dibujos por cada ilustración que aparecía en sus libros. En cuanto a los relatos por los que era famoso…, en fin, Ruth estaba acostumbrada a oír el tecleo de la máquina de escribir sólo por la noche