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Aparte de que no entendía a la mujer, Ruth no encontraba sus ropas, y tampoco Per podía oír el tono cada vez más alto de su madre por encima del sonido de la ducha

Entonces el padre del muchacho entró en el dormitorio. A pesar de la decepción de Per por lo poco que Ruth había sangrado, ella vio que había manchado la toalla extendida sobre la cama. (Previamente había tomado todas las precauciones posibles para no manchar las sábanas.) Ahora, mientras procuraba cubrirse a toda prisa con la toalla manchada de sangre, era consciente de que los padres de Per habían visto no sólo su desnudez sino también su sangre

El padre del joven, un hombre de semblante severo, no chistó, pero miraba a Ruth con una fijeza tan implacable como la creciente histeria de su esposa

Fue Hannah quien ayudó a Ruth a encontrar sus prendas de vestir, y también tuvo la presencia de ánimo necesaria para abrir la puerta del baño y gritarle a Per que saliera de la ducha

– ¡Dile a tu madre que deje de gritar a mi amiga! -le dijo a voz en cuello, y entonces gritó también a la madre de Per ¡Grítale a tu hijo, no a ella, pendejo de mierda!

Pero la madre de Per no podía dejar de gritarle a Ruth, y Per era demasiado cobarde, o estaba demasiado fácilmente convencido de que Ruth y él habían hecho algo reprobable, para oponerse a su madre

En cuanto a Ruth, era tan incapaz de efectuar un movimiento decisivo como de decir algo coherente. Permaneció muda mientras dejaba que Hannah la vistiera, como si fuese una niña

– Pobrecilla -le dijo Hannah-. Qué desgracia de polvo para ser el primero. Normalmente acaba mejor

– El sexo ha estado bien -musitó Ruth

– ¿Solamente "bien"? -replicó Hannah-. ¿Has oído eso, picha floja? -le gritó a Per-. Dice que sólo has estado "bien". Entonces Hannah observó que el padre de Per seguía mirando fijamente a su amiga, y le gritó:

– ¡Eh, tú, capullo! ¿Te gusta mirar como un bobo o qué?

– ¿Quieren que les pida un taxi para usted y su compañera? -le preguntó el padre de Per en un inglés mejor que el de su hijo

– Si me comprendes -replicó Hannah-, dile a la zorra insultante de tu mujer que deje de gritar a mi amiga, ¡que abronque al pajillero de tu hijo!

– Mire, señorita -le dijo el padre de Per-, desde hace años mis palabras no surten ningún efecto discernible en mi esposa

Ruth recordaría siempre la majestuosa tristeza del caballero sueco mejor de lo que recordaría al cobarde Per. Y mientras la contemplaba desnuda, no fue lujuria lo que Ruth vio en sus ojos, sino la paralizante envidia que le tenía a su afortunado hijo

En el taxi, de regreso a Estocolmo, Hannah le preguntó a Ruth:

– ¿No era sueco el padre de Hamlet? Y también la zorra de su madre… y el tío malvado, supongo, por no mencionar a la chica idiota que se ahoga. ¿No eran todos ellos suecos?

– No, eran daneses -replicó Ruth

Experimentaba una sombría satisfacción porque seguía sangrando, aunque sólo fuese un poco

– Suecos, daneses…, ¿qué más da? -dijo Hannah-. Todos son unos gilipollas

Siguieron hablando en esta vena, y al cabo de un rato Hannah dijo a su amiga:

– Siento que tu revolcón sólo haya estado "bien"… El mío ha sido estupendo. Tenía la minga más grande que he visto hasta ahora -añadió

– ¿Por qué cuanto más grande mejor? -le preguntó Ruth-. No he mirado la de Per -admitió-. ¿Tenía que haberlo hecho?

– Pobre criatura, pero no te preocupes. La próxima vez no te olvides de mirarla. En fin, lo importante es lo que te hace sentir

– Supongo que me ha hecho sentir bien -dijo Ruth-. Sólo que no es lo que había esperado

– ¿Esperabas que fuese mejor o peor?

– Creo que esperaba las dos cosas

– Eso ya te ocurrirá -replicó Hannah-. No te quepa la menor duda. Será peor y mejor

Al menos en ese aspecto, Hannah había tenido razón. Por fin Ruth logró dormirse de nuevo

Ted a los setenta y siete años

Desde luego, no parecía tener más de cincuenta y siete. No era tan sólo porque la práctica del squash le mantenía en forma, aunque a Ruth le preocupaba que el cuerpo musculoso y macizo de su padre, que era el prototipo de su propio cuerpo, hubiera llegado a ser inevitablemente para ella el modelo de la figura masculina. Ted había conservado unas proporciones más bien pequeñas. (Alían, además del hábito de meter la mano en los platos ajenos, tenía el problema de su talla y su volumen: era mucho más alto y algo más pesado que los hombres a los que Ruth prefería en general.)

Pero la teoría de Ruth sobre el éxito con que su padre mantenía a raya a la vejez no tenía nada que ver con su buena forma física y su talla. La frente de Ted carecía de arrugas y no tenía bolsas bajo los ojos. Las patas de gallo de Ruth eran casi tan marcadas como las de él. La piel de la cara de su padre era tan suave y estaba tan limpia que podría ser la cara de un muchacho que hubiera empezado a afeitarse o que sólo necesitara hacerlo un par de veces a la semana

Desde que Marion le abandonara y, mientras vomitaba tinta de calamar en el water, se jurase a sí mismo que no tomaría más licores fuertes (sólo bebía cerveza y vino), Ted dormía tan profundamente como un niño. Y a pesar de lo mucho que había sufrido por la pérdida de sus hijos y, más adelante, por la de sus fotografías, el sufrimiento parecía haberse mitigado. ¡Tal vez el don más irritante de aquel hombre era su capacidad de dormir bien y durante largo tiempo!

En opinión de Ruth, su padre era una persona sin conciencia y sin las inquietudes habituales; un ser humano que desconocía la tensión. Como Marion había observado, Ted no hacía casi nada; en calidad de autor e ilustrador de libros infantiles, había triunfado mucho tiempo atrás, nada menos que en 1942, superando sus pequeñas ambiciones. Llevaba años sin escribir nada, pero no tenía necesidad de hacerlo. Ruth se preguntaba si alguna vez había querido realmente hacerlo

El ratón que se arrastra entre las paredes, La puerta del suelo, Un ruido como el de alguien que no quiere hacer ruido…, no había ninguna librería del mundo (con una sección infantil aceptable) que no tuviera en existencia los libros de Ted Cole. Había también videos, que consistían en la animación de los dibujos de Ted. Lo único que hacía ahora era dibujar

Y si su celebridad había disminuido en los Hamptons, lo cierto era que le solicitaban en otras partes. Cada verano seducía por lo menos a una madre durante una conferencia de escritores celebrada en California, a otra en una conferencia en Colorado y a una tercera en Vermont. También era popular en los campus universitarios, sobre todo en universidades estatales de estados lejanos. Con pocas excepciones, las estudiantes actuales eran demasiado jóvenes para que las sedujera incluso un hombre tan atemporal como Ted, pero la soledad de las desatendidas esposas de profesores cuyos hijos, ya adultos, habían emprendido el vuelo, seguía intacta. Aquellas mujeres todavía eran jóvenes para Ted

Entre las conferencias de escritores y los campus universitarios, resultaba sorprendente que, en treinta y dos años, Ted Cole nunca hubiera coincidido con Eddie O'Hare, pero lo cierto era que Eddie había hecho todo lo posible por evitar el encuentro. No era difícil, a decir verdad. Sólo tenía que preguntar quiénes formaban el cuerpo de profesores y quiénes eran los conferenciantes invitados. Cada vez que Eddie oía el nombre de Ted Cole, rechazaba la invitación

Y si las patas de gallo eran una indicación, Ruth temía que se le notara la edad más de lo que se le notaba a su padre. Peor todavía, le preocupaba en grado sumo que la mala opinión que su padre tenía del matrimonio pudiera haber ejercido una impresión perdurable en ella

Cuando cumplió los treinta años, acontecimiento que celebró con su padre y Hannah en Nueva York, Ruth hizo una observación desenfadada, muy rara en ella, sobre el tema de sus escasas y siempre fracasadas relaciones con los hombres