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Hacía mucho que no tocaba a un hombre como estaba tocando a Nick. En el pasado, las caricias habían sido siempre un acto mecánico necesario para llegar al punto al que era esperable llegar. Quizás siempre lo había realizado con la certeza de que no disfrutaría tanto como se suponía que debía disfrutar.

Sin embargo, con aquel juego accidental de caricias todo su cuerpo parecía estar despertando. Un sinfín de sensaciones inesperadas encendían su deseo dormido.

Suavemente, comenzó a masajearle el cuello.

– Eso es muy agradable-reconoció él.

Jillian se preguntó qué debía hacer a continuación. Quizás pudiera deslizar los dedos por su espalda hasta su cintura, alcanzando finalmente sus glúteos tentadores. Jamás antes había seducido a un hombre, nunca se había sentido capaz de ello. Tal vez, debería besarlo, debería rozar suavemente el tierno lóbulo de su oreja. Cerró los ojos y comenzó a inclinarse lentamente. Pero antes de que pudiera alcanzar su objetivo, la voz de él la sacó de su ensimismamiento.

– ¿Ya has terminado?-preguntó él.

Jillian abrió los ojos y se apartó rápidamente, retirando las manos como si de pronto su piel la estuviera abrasando.

– Sí, claro.

Él se volvió y la miró con una extraña intensidad. Ella pensó que, tal vez, estuviera enfadado.

Se levantó.

– Me voy al agua-anunció, envolviéndose la toalla a la cintura.

Al llegar a la orilla, soltó la toalla y ella vio con sorpresa lo que tan celosamente trataba de ocultar: su masculinidad erecta.

Cielo santo, ¿había sido ella la causa de aquello?

Jamás habría supuesto ni por lo más remoto que su tacto pudiera tener un efecto tal. No se consideraba, precisamente, una maga de las artes amatorias. Claro que los hombres a veces tenían respuestas inesperadas a ciertos estímulos, fueran intencionales o no.

Avergonzada por el incidente, estuvo tentada de salir huyendo. Pero no podía. Los niños estaban sentados a sólo unos metros de ella y eran su responsabilidad. Tendría que quedarse y enfrentarse a él lo quisiera o no.

Quizás, si fingía que no se había dado cuenta todo iría bien.

De cualquier forma, debía recordar mantener sus manos apartadas de él en adelante. No quería que Nick pensara que, además de un auténtico desastre, era una solterona hambrienta de sexo.

En lugar de entrar en la casa, Nick decidió que sería conveniente que comieran algo en la cabaña en la que se hospedaba.

Después del extraño suceso acontecido en el lago, se había creado entre ellos un difícil silencio. Su reacción le había sorprendido a él tanto como a ella. Se tenía por un hombre capaz de controlar sus impulsos. Pero desde el instante en que ella había posado las manos en sus hombros, había sobrevenido el desastre. Por suerte, había podido ocultar las evidencias de su estado con la toalla.

– Pasa-le murmuró Nick a una tímida Jillian-. Perdona el jaleo-le dijo, apartando unos proyectos que tenía sobre la mesa.

– ¿Qué es todo esto?-preguntó Jillian, entrando a la pata coja.

Nick no se había atrevido a tomarla en brazos para llegar hasta allí.

– Planos.

Jillian observó con detenimiento uno en el que había dibujada la fachada de una casa. Había estado pensando en hacerse una nueva casa, en desterrar de su vida aquella que había compartido con Claire.

– Me gusta dibujar casas.

– Pues eres muy bueno. Quizás debieras plantearte lo de convertirte en un arquitecto. Podrías volver a la universidad, hacer una carrera…

Nick le quitó el cuaderno de bocetos y lo puso bajo un taco de planos.

– Creo que ya he estudiado bastante.

Nick sabía que era el momento de decir la verdad. Engañarla respecto a lo que era y quién era realmente no haría sino crear problemas en el futuro. Ella había sido totalmente clara y él no le había pagado con la misma sinceridad.

Aunque, realmente, ¿qué futuro tenían juntos?

Lo había pasado muy mal después de lo de Claire y no quería volver a sufrir de aquel modo. Enamorarse sería un grave error.

– Siéntate-le dijo, retirando el resto de los proyectos de la mesa.

Ella se sentó y apoyó los brazos sobre la mesa.

A Nick le resultaba extraño tenerla allí, en su pequeño refugio. Se la había imaginado tantas veces sentada en aquella mesa, frente a él, en una cena íntima, o en la cama, con su cuerpo desnudo cerca del suyo.

Nick decidió centrarse en preparar la comida.

¿Por qué no podía dejar de fantasear sobre ella? Su sentido común le decía que Jillian no era su tipo. Y dado que Claire supuestamente lo era y, a pesar de todo, la relación había acabado en desastre, lo más probable era que con Jillian el desastre acabara siendo aún mayor.

– ¿Puedo ayudar en algo?-preguntó ella.

– No hace falta. ¿Qué preferís: sopa de sobre o perritos calientes?

– ¿Sopa de sobre?

– Es la solución de todo soltero que se precie-dijo Nick con una gran sonrisa.

– ¡Cielo santo! Creo que necesitas una esposa.

– ¿Te prestas voluntaria?-le preguntó él, sabiendo el efecto que aquella provocación causaría en Jillian.

Una vez más, ella se ruborizó.

– No creo que me quisieras como esposa. Soy terrible con las cosas de la casa, pongo mi trabajo por delante de todo y tú mismo has sido testigo de lo mal que se me dan los niños.

Todo aquello debería haber sido motivo suficiente para desanimarlo. Pero su sinceridad y sencillez le resultaron adorables.

– Pues yo creo que cualquier hombre que pudiera tenerte por esposa sería muy afortunado.

Ella sonrió nerviosamente y miró de un lado a otro del pequeño salón-cocina.

– ¿No crees que está todo demasiado silencioso?-se levantó sin dejar que él la ayudara-. Iré a ver qué hacen los niños. No quiero otro desastre aquí.

Se fue saltando hasta la puerta que daba al dormitorio.

Momentos después los pequeños salieron del cuarto, oliendo fuertemente a la colonia de Nick.

Jillian apareció detrás de ello con la botella vacía.

– Me temo que ni siquiera aquí saben comportarse. Han vaciado todo el bote sobre tu cama. Te va a ser difícil dormir ahí.

– No pasa nada-dijo él-. Últimamente, he dormido muchos días en la hamaca del porche. Me gusta escuchar el sonido del agua y los pájaros nocturnos.

Jillian se sentó ante la mesa, sin dejar de mirar a los pequeños.

– ¿Qué tal tienes el tobillo?-le preguntó.

Ella lo estiró y lo movió de un lado a otro.

– Lo tengo mejor, aunque sigue algo hinchado. Pero no me duele demasiado. Yo creo que mañana ya estará bien.

Él se tomó un momento para admirar la suave curva de su pantorrilla y su fino pie. Luego, centró su atención de nuevo en la sopa de sobre.

Nick recapacitó sobre sus sentimientos hacia ella. Le gustaba estar a su lado y buscaba cualquier excusa para que pasaran tiempo juntos. Pero, ¿qué sucedería cuando volvieran Roxy y Greg?

No sabía si ella albergaba los mismos sentimientos hacia él. Siempre respondía con un desconcertante silencio a cuantas pruebas le daba de su interés.

Cada vez deseaba más besarla y tenerla en sus brazos, pero le resultaba realmente difícil acercarse a ella. No sabía cómo podía reaccionar.

¿Por qué se sentía de aquel modo tan extraño? ¿Tenía miedo? No sabía ya ni lo que quería. No podría soportar que lo rechazara, pero darse por vencido era aún más impensable.

Quizás lo más razonable fuera tratar de apartar de su mente a Jillian Marshall.

En cuanto terminó de hacer la comida, les puso a los niños los platos delante y Jillian y él se sentaron en el porche con unos sándwiches y té frío.

– Si tuvieras el pie mejor para mañana, podríamos ir a la ciudad. Los voluntarios del cuerpo de bomberos van a celebrar una fiesta este fin de semana y habrá ponys, payasos y algodón de azúcar.