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– ¿Y organización?-dijo él en tono de sorna.

– Sí, eso es lo que creo-respondió firmemente ella-. Los niños necesitan una estructura en su vida. Para cuando Roxy y Greg regresen me he propuesto haber creado un orden en esta casa.

– ¿Y piensa que los pequeños van a cooperar?

– No veo por qué no.

– Creo que sobrestima su capacidad organizativa, profesora Marshall. Me temo que los niños, al contrario que los números, desafían la organización.

Ella se tensó.

– Soy más que capaz de alcanzar cualquier objetivo que me proponga.

– Pues, si es tan «capaz», ¿por qué me ha pedido que viniera a ayudarla?

– Porque se le dan bien los niños y yo necesito ayuda. No soy tan soberbia como para no admitir eso.

Nick se rió.

– Vaya, y yo que creía que me había invitado porque le gustaba cómo me quedaban los vaqueros.

Jillian se ruborizó.

– No se haga la sorprendida. Me he dado cuenta de cómo me mira el trasero.

– ¡Yo no le he mirado el trasero!

– Sí, claro que lo ha hecho.

– ¿Por qué iba a perder mi tiempo en algo semejante? Usted no es el tipo de hombre que a mí me gusta.

Dicho aquello aceleró el paso.

– ¿Y qué tipo de hombre le gusta?-dijo él, agarrando a los niños para poder seguirla.

Ella se volvió.

– Desde luego, ninguno tan engreído ni tan orgulloso de su trasero.

Nada más llegar a la casa se encaminó a la habitación de los pequeños, dispuesta a recoger y a limpiar. Aún estaba furiosa por el impertinente comentario de él.

De pronto, por accidente, vio su imagen reflejada en el espejo. ¡Cielo santo! No le extrañaba que Nick hubiera estado mirándola tan extrañado. Tenía el rostro cubierto de rayas rojas, como un necio payaso expulsado del peor circo.

– ¡Te odio, Nick Callahan! Me vas a pagar el haberme hecho quedar como una necia.

Jillian se lavó con frenetismo la piel tintada. Luego se secó con un gran trozo de papel higiénico que echó en el retrete sin pensar. Pero, al tirar de la cisterna, el agua comenzó a subir hasta desbordarse.

Lanzó al suelo todas las toallas que logró recopilar, sin éxito alguno.

Desesperada, Jillian se asomó a la ventana y comenzó a llamar a Nick.

Una eternidad después, él apareció con los tres niños y miró el espectáculo con gran calma.

– ¡Agua!-gritó Andy, mientras Zach se reía divertido.

Duke, el perro, lamía gustoso el líquido elemento.

– Parece que necesita un fontanero-dijo Nick-. Yo soy carpintero… No podré ayudarla a menos que esté dispuesta a pagar lo que el sindicato exige.

– ¿Cuánto?-preguntó ella rabiosa.-Cincuenta dólares a la hora.

Jillian le lanzó la toalla empapada que tenía en la mano al pecho.-Arréglelo.

Cuando Nick bajó con los tres niños, Jillian estaba sentada delante de una botella de vino, aunque no había copa alguna.

«Debe de sentirse realmente mal para estar bebiendo de la botella», pensó Nick.

– Debería haberme dicho que tenía un aspecto tan idiota.

– Lo intenté-respondió él-. Pero no me dejó. Además, no le di mayor importancia. Creía que lo había hecho a propósito mientras jugaba con los niños.

– ¿Cuál era el problema con el retrete?

– Un atasco-respondió, mostrando en la mano un montón de camiones de juguete.

– ¡Barcos!-dijo Zach.

– Son camiones y no se meten en el retrete. Ahora son míos.

Zach lo miró ceñudo, mientras decidía si ponerse a llorar o no. Finalmente, algo captó su atención y se puso a jugar.

Jillian miró al reloj y suspiró.

– Dos horas a cincuenta dólares, le debo uno de cien-se levantó para buscar el dinero en su bolso.

– Lo cierto es que… bueno el agua ha calado al piso de abajo-se arrepintió de inmediato de haber dicho aquello, pues ella agarró la botella y le dio otro trago-. Pero no se preocupe, que lo dejaré como nuevo. Ni Roxy ni Greg se darán cuenta de lo sucedido.

Jillian apoyó la cabeza en la encimera.

– ¿Ha oído hablar alguna vez de la teoría del caos, señor Callahan?

Nick estaba fascinado con su pelo. Tenía un hermoso color castaño con reflejos rojizos.

– No estoy seguro-respondió él. Recordaba haber estudiado algo en la universidad, pero no tenía en la memoria los detalles.

Ella alzó la cabeza ligeramente.

– Es un área de las modernas matemáticas. Trata de explicar las erráticas e irregulares fluctuaciones de la naturaleza. Cuando un sistema es caótico, su comportamiento sólo es predecible si conocemos todas las infinitas condiciones que le afectan.

– En otras palabras, tienes que saber a priori cuántos camioncitos admite un retrete antes de que se atasque.

La expresión de Jillian se iluminó.

– ¡Exacto! Creo que ahí es donde he fracasado. No se me ha ocurrido aplicar a todo esto la teoría del caos. Lo mío es la teoría numérica, que resulta extremadamente ordenada y predecible, por eso no he pensado en la teoría del caos.

– ¿Y qué significa?

– Significa que no es culpa mía que todo salga mal-dijo ella-. También significa que debo esperar que las cosas se comporten de modo caótico de vez en cuando. Es parte del orden del universo-ella suspiró-. No debería ser tan dura conmigo misma y con mis errores. Y, para acabar, debería pagarle.

El se quedó temporalmente confuso por el cambio radical de tema.

– No soy ese tipo de hombres-bromeó él, fingiendo haber malinterpretado sus palabras.

Ella se ruborizó. Nick no pudo evitar reparar en lo atractiva que era incluso cuando hablaba de matemáticas. No era sólo su cuerpo lo que le resultaba atractivo, sino también su fascinante mente.

– Quiero proponerle algo-dijo ella-. Estoy dispuesta a pagarle bien.

– ¿Qué tipo de propuesta?-preguntó él curioso y precavido al mismo tiempo.

– Me gustaría contratarlo como niñera durante un día, hasta que consiga organizar la casa.

Nick frunció el ceño. ¿Niñera? Había tenido muchas proposiciones de mujeres en su vida, pero ninguna semejante. Que Jillian Marshall lo considerara primo hermano de Mary Poppins no ayudaba a su autoestima.

– ¿Por qué no llama a su madre?-le preguntó-. Se supone que era ella la que se iba a ocupar de los trillizos, ¿no es así?

Jillian esquivó la pregunta con una rotunda afirmación.

– Le pagaré seiscientos dólares por tres días, entrando a las tres y terminando a las ocho. Después podrá seguir con su trabajo de carpintería.

Nick sonrió. Aquello supondría pasar tres días en compañía de la encantadora Jillian Marshall. Tres tardes-que podría tomarse libres por una vez y disfrutar al lado de aquella brillante e intrigante mujer. ¿Por qué no? Necesitaba evadirse un poco. Su vida no había sido un camino de rosas en los últimos meses.

Él silbó levemente.

– ¡Seiscientos dólares por tres días a cuatro horas cada uno son cuarenta dólares la hora! Debe de estar realmente desesperada.

– Le he subido un treinta y tres por ciento su sueldo habitual, pero no por desesperación. Simplemente necesito ayuda hasta que me pueda organizar.

Ella trataba de mantener la calma, pero era evidente hasta qué punto estaba desesperada.

– De acuerdo-dijo él tendiéndole la mano para sellar el trato. Ella se la estrechó dudosa.

De pronto él tendió la otra mano y le tocó la mejillas. Ella parpadeó y se apartó rápidamente.

– Todavía tiene una marca de rotulador en la cara-aclaró él.

– ¡Vaya!-volvió a ruborizarse-. Lo siento.

– No, soy yo el que lo siente por no haberla advertido antes-la tomó de la mano y la sacó de la cocina-. Y ahora, puesto que soy la niñero oficial, creo que no estaría de más que se relajara y se diera un buen baño.