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Mucho tiempo después, Serena abrió los ojos y lo primero que vio fue su mano adornada con el diamante de su anillo sobre el hombro de su amante. El rostro de Leo estaba hundido en su cuello y notaba su respiración sobre el pecho.

Contenta de haberse entregado a él, Serena lo besó y sintió que él sonreía.

– ¿Sigues pensando que no ha sido una buena idea'? -bromeó él, alzando la cabeza.

– Bueno… ¡desde luego ha sido mejor que fregar las tazas!

Leo se echó a reír, pero su sonrisa se desdibujó de pronto.

– Todavía luchas contra la pasión que llevas dentro de ti, Serena.

Ella cerró los ojos, pues Leo acariciaba sus senos con intensidad.

– No -murmuró y tomó el rostro de Leo entre sus manos-. Ya no

Al día siguiente, Leo se levantó antes que Serena y le preparó una taza de té. Se la llevó a la cama y la despertó dulcemente para despedirse. Prometieron verse en el banco horas más tarde y Serena se quedó sola en casa de Leo. Poco después, se levantó de muy buen humor y se vistió.

De camino a su casa, se sentía la mujer más feliz del mundo; el recuerdo de aquella noche de amor la hacía ruborizarse cada vez que la revivía en su mente y, cuando llegó a su apartamento, creyó que nada podría enturbiar su felicidad. Sin embargo, se equivocaba.Después de ducharse, se dirigió al salón para escuchar los posibles mensajes del contestador. Lo conectó y escuchó la voz de su hermana que, llorando, le pedía que la llamara urgentemente.

Con manos temblorosas, Serena marcó el número que Madeleine le había dejado en la grabación y, aunque debía ser de madrugada en los Estados Unidos, la voz de su hermana parecía indicar que la situación era extremadamente grave. Madeleine respondió con rapidez a la llamada, ya que debía estar sentada junto al teléfono.

– Estoy en el hospital -dijo con voz cansada y tensa-. Bobby se puso peor de repente, así que tuve que utilizar el dinero que me enviaste para traerle al mejor hospital. Ahora, los médicos dicen que hay que operar, pero que costará mucho dinero. No creo que tenga suficiente y Bobby está tan enfermo…

Madeleine se echó a llorar y Serena trató de tranquilizarla como pudo.

– Mira, creo que sé de dónde sacar el dinero -dijo por fin.

La idea de pedirle el dinero a Leo, después de lo que había pasado entre ellos, no le hacía ninguna gracia, pero no tenía elección. No podía dejar que su sobrino luchara por su vida, sólo porque ella no quería recordarle a Leo que su relación era tan sólo comercial.

– No te preocupes, Madeleine. Lo más importante ahora es que operen a Bobby cuanto antes. Yo consecuiré el dinero de una forma u otra. Diles a los médicos que tendrás el dinero hoy mism última hora.

Madeleine se deshizo en palabras de gratitutud.

– Me siento fatal -dijo llorando-. Ya me m daste mucho, y parece que sólo te llamo para pedirte más, pero es que no sé a quién acudir…

– Para eso está la familia -dijo Serena con firmeza.

– Pero, ¿de dónde estás sacando tanto dinero?

Serena sonrió con tristeza.

– Es una larga historia -explicó-. Ya te la contaré algún día; por el momento, lo único que importa es Bobby.

Leo abrió la puerta de su despacho cuando Lindy le dijo que Serena estaba allí y que quería hablar con él.

– ¡Serena! Creí que te vería más tarde.

– Necesito hablar contigo -dijo ella-. Es muy importante. ¿Tienes unos minutos?

– Por supuesto -señaló él con la puerta abierta todavía-. No me pases llamadas, Lindy.

Serena se colocó junto a una de las ventanas del despacho jugueteando nerviosa con el anillo. Leo se acercó a ella, pero Serena no quería ni mirarlo, por miedo a echarse en sus brazos y llorar. Durante tantos años había cargado sobre sus hombros con la responsabilidad de su hermana y de su madre, que ya no sabía cómo pedir ayuda.

– No pareces la misma mujer que dejé en casa esta mañana -dijo él al observar la alteración de Serena-. ¿Qué pasa?

Explicarlo no iba a ser fácil, así que decidió ir al grano.

– Necesito dinero -dijo directamente. Leo se quedó paralizado.

– ¿Cómo? -preguntó él y se quedó callado sin entender qué estaba pasando o quizás entendiendo demasiado.

– No sé si podrás adelantarme algo del dinero… Leo dio un paso hacia atrás indignado, pero sin perder el control.

– Todavía no he cerrado el trato.

– Sí, pero ha pasado una semana y pensé que… -Que como hemos llegado muy lejos, podrías

pedirme algo más. ¿no?

– ¡No! -exclamó ella con desesperación-. ¡No es eso!

– ¿Ah no? Creo que eres una mujer muy fría. La mayoría de las mujeres habría esperado unos días antes de pedir el dinero; ¡las sábanas están todavía calientes y ya me estás exigiendo que te pague! ¡Eres buena, pero no tanto!

Serena se mantuvo impasible. -No entiendes nada.

– Oh, claro que entiendo. Anoche casi logras engañarme; ahora veo claramente lo que significó para ti. ¡Y pensar que yo creí que tu profesión era la cocina!

– ¿Cómo te atreves? -preguntó ella lívida-. ¡Lo de anoche no tuvo nada que ver con el dinero y lo sabes bien!

– ¿No me digas?

– No entiendes nada, deja que te lo explique…

– ¡No quiero que me expliques nada! -exclamó él muy enérgico.

– Leo, por favor…

– He dicho que no quiero escuchar nada -murmuró entre dientes-. Eres como todas. Anoche dijiste que me deseabas, pero debí darme cuenta de que lo único que querías era mi dinero.

– ¡Pues sí, debiste darte cuenta! -dijo ella, despechada-. ¿Por qué te extraña tanto si me has comprado? Sabías que el dinero era la única razón por la que accedí a hacer el paripé.¿O es que crees que quiero engañar a mis amigos diciéndoles que soy tu novia? ¿Crees que me gusta que me traten como a una mujer objeto, que me gusta que me vistan, que me enjoyen y que luego me tiren a la basura? ¡Por supuesto que lo hago por dinero! Me lo he ganado, ¿o es que crees que tengo que acostarme contigo unas cuantas veces más?

– Ya me pediste un adelanto -señaló él con los labios blancos y un ligero temblor en la comisura de la boca-. El trato era que te pagaría el resto al final.

– Necesito el dinero ahora -insistió ella.

– ¿Porqué?

– No te importa -dijo ella al fin, sin considerarle ya merecedor de contarle la verdad. -¿Y si no te lo doy?

– Le diré a todo el mundo que nuestro compromiso es falso -amenazó ella.

– ¡Vaya, vaya! ¡Ahora me chantajeas!

– No te estoy pidiendo nada que no hayamos pactado -dijo ella-. Yo he cumplido mi parte: Noelle piensa que estamos comprometidos y Bill Redmayne quiere seguir hablando contigo del tema. Todo lo que quiero es que me adelantes el dinero que de todas formas me darás al final. Anoche me dijiste que me estabas agradecido.

– Anoche dije muchas cosas que no quería decir -dijo Leo que caminó hacia su mesa y sacó una chequera-. ¿Cuánto crees que vale una noche contigo, Serena?

Serena calculó lo que podría valer la operación de Bobby.

– Cinco mil libras -dijo ante el asombro de Leo. -Ningún revolcón en la oscuridad vale eso -dijo él con desprecio.

Serena sintió un nudo en la garganta al escuchar aquellas palabras, pero no se dejó atropellar.

– ¿Crees que me acostaría contigo por menos?

– Toma -dijo Leo, después de firmar un cheque-. Esto es un adelanto, no una gratificación. Dado que el sexo no estaba contemplado en nuestro trato, parece como si fuera yo el que ha recibido la gratificación.

– Piensa así si te place, pero no creas que recibirás otra. A partir de ahora, no quiero que me toques.