– Me llené con el suculento desayuno, además es su favorito.
Dunford inclinó su cabeza lentamente y miró a Henry, con una ceja alzada de una manera muy inquisitiva.
Henry miró con mordacidad a la Sra. Simpson, esperó a que el ama de llaves saliera de la habitación, y entonces susurró,
– Ella se sintió horrorizada porque tenemos que servirle gachas de avena. Me temo que le dije unas cuantas mentiras para apaciguarla, le dije concretamente que adoras las gachas de avena. A ella le hizo sentir un poco mejor. Seguramente una mentira inocente está justificada por un bien mayor.
Él sumergió su cuchara en el poco apetecible cereal.
– De alguna manera, Henry, tengo el presentimiento que tu compartes y comprendes mucho ese criterio.
Henry reflexionaba sobre los acontecimientos del día mientras se cepillaba el pelo antes de irse a la cama, había tenido muy poco éxito en su empresa. No quiso pensar si él se había dado cuenta que ella se tropezó con esa raíz del árbol y lo había metido al lavadero a propósito, sólo el episodio de las gachas de avena había sido, en su opinión, nada menos que brillante.
Pero Dunford era sagaz. Uno no podría estar en su compañía el día entero sin darse cuenta de ese hecho. Y por si eso fuera poco, él había estado actuando tan aniquiladoramente agradable con ella. En la cena había sido el perfecto compañero, preguntando tan atentamente acerca de su infancia y riéndose de sus anécdotas sobre la vida en la granja.
Si no tuviese tantas cualidades, sería mucho más fácil elaborar planes secretos para deshacerse de él.
Pero, Henry tenía que recordarse severamente, el hecho de que era una persona excelente de ningún modo disminuía el hecho aún más apremiante de que tenía el poder para echarla de Stannage Park. Se estremeció. ¿Qué haría ella fuera de su amada casa? No tenía nada más en el mundo, no tenía ni idea cómo sobrevivir fuera de la hacienda.
No, ella tenía que encontrar la manera de hacerle dejar Cornualles. Debía hacerlo.
Con su determinación otra vez firme, colocó el cepillo sobre su mesa de noche y se puso de pie. Comenzó a abrirse la cama para poder acostarse en ella pero su intención fue bloqueada por los patéticos sonidos de su estómago.
Válgame Dios, tenía hambre. Había parecido un gran plan esa mañana hacerle irse por falta de buena comida, pero había descuidado el hecho muy pertinente de que se mataría de hambre a sí misma también.
Ignora eso, Henry, se dijo a sí misma. Su estómago tronó.
Miró el reloj en la pared. Medianoche. La casa estaría desierta todos dormían. Podría avanzar a escondidas hasta la cocina, podía comer un poco allí, y consumir el resto en la seguridad de su cuarto. Ella estaría a salvo y bien comida en cuestión de algunos minutos.
No se molestó en cambiarse, anduvo de puntillas fuera de su cuarto y escalera abajo.
¡Carajo, tenía hambre! Dunford se quedó en cama, incapaz de dormir. Su estómago hacía los ruidos más horrendos. Henry lo arrastró por todo el campo todo el día, en una ruta diseñada a la medida para agotarle, y después había tenido la gran idea de culminar su obra alimentándolo de gachas de avena y fría carne de cordero.
¿Carne de cordero fría? ¡euch! Y si no supiese lo suficientemente mal caliente, encima no había suficiente. Seguramente tenía que haber alimentos en la casa que podría comer y no expondrían al peligro a sus preciosos animales. Una galleta, un rábano. Incluso una cucharada de azúcar.
Brincó de la cama, se puso encima una bata para cubrir su cuerpo desnudo, y salió a hurtadillas del cuarto. Anduvo de puntillas cuando paso el cuarto de Henry, no quería despertar a la pequeña tirana. Una tirana más bien agradable y cautivadora excepto cuando se trataba de la granja, no quería alertarla de su pequeña incursión a las cocinas.
¡Se abrió paso escaleras abajo, casi se resbaló a la vuelta de la esquina, y avanzó a rastras a través del pequeño comedor para encontrar algo inesperado! ¿Qué era eso? ¿Una luz en la cocina?
Henry. La maldita chica comía. Llevaba puesto un largo camisón, de algodón blanco, que flotaba seráficamente alrededor de ella.
¿Henry? ¿Un ángel?
¡Ja!
Se apoyó a toda prisa contra la pared y miró a hurtadillas a la vuelta de la esquina, cuidando de mantenerse en secreto.
– Dios mío, -ella mascullaba-, odio las gachas de avena.
Comía vorazmente un panecillo y tomaba un gran vaso de leche, ¿y ahora recogió una rebanada de… jamón?
Los ojos de Dunford se estrecharon. Ciertamente no era carne de cordero.
Henry tomó otro gran trago de leche y lanzó un suspiro de satisfacción antes de comenzar a hacer la limpieza.
El primer deseo de Dunford fue entrar en la cocina y demandar una explicación, pero entonces su estómago dejó salir otro fuerte estruendo. Con un suspiro se ocultó detrás de un armario y vio a Henry andado de puntillas a través del pequeño comedor. Él esperó hasta que la oyó subir las escaleras, entonces entró corriendo a la cocina y terminó el jamón.
Capítulo 4
– Despabilase, Henry. -Mary Anne, la criada del piso de arriba, amablemente agitó sus hombros-. Henry, despiértese.
Henry se movió al otro lado de la cama y masculló algo que sonó vagamente como a:
– ¿Qué pasa?
– Pero usted insistió, Henry. Usted me hizo jurar que la sacaba de la cama a las cinco y media.
– Mmmph, grmmph… No lo hice.
– Usted dijo que diría eso, y que la debía ignorar. -Mary Anne le dio a Henry un empujón-. ¡Despiértese!
Henry, quien todavía seguía medio dormida, repentinamente comenzó a temblar.
– ¿Qué? ¿Quién? ¿Por qué va…?
– Soy yo simplemente, Mary Anne, Henry.
Henry parpadeó.
– ¿Qué diantres está usted haciendo aquí? Está todavía oscuro afuera. ¿Qué hora es?
– Las cinco y media, -Mary Anne daba las aclaraciones pacientemente-. Usted me pidió que la despierte muy temprano esta mañana.
– ¿Lo hice? -Oh, sí… Dunford-. Lo hice. Correcto. Bueno, gracias, Mary Anne. Eso será suficiente.
– Usted me hizo jurar que permanecería en el cuarto hasta que se levantase.
Ella era muy lista para su bien, conocía a Henry perfectamente, ya que se percató de que había estado a punto de volver a la cama y acurrucarse debajo de las mantas.
– Estoy despierta. Entiendo, bien, su suposición. Deberían pagarle por realizar ese servicio. -Se sentó en la cama y comenzó a desperezarse-. Un montón de gente se despierta a esta hora… -bostezó.
Se tropezó con el tocador, donde unos pantalones bombachos limpios y una camisa blanca estaban doblados.
– Usted podría querer una chaqueta, también, -dijo Mary Anne-. Afuera esta haciendo un poco de frío.
– Bien, -Henry masculló mientras se ponía su ropa. Como devota de la vida rural, nunca salió de la cama antes de siete, y aún a esa hora, trataba de despertarse más tarde. Pero si quería convencer a Dunford de que no era de su agrado la vida en Stannage Park, ella iba a tener que madrugar un poco y mentir un poco también.
Hizo una pausa cuando se abotonaba su camisa. ¿Quería que él se fuera, verdad?
Por supuesto que lo quería. Caminó hacia una a palangana llena de agua y salpicó agua fría en su cara, esperando que la despertase. Ese hombre deliberadamente se había dispuesto a hechizarla. No importó que él hubiera tenido éxito, ella pensó maliciosamente. Sólo tenía importancia que si él quería seducirla deliberadamente, probablemente era por que deseaba algo de ella.
Pero de todas formas, ¿qué podría querer él de ella? No tenía nada absolutamente. A menos que por supuesto se hubiera percatado de que ella estaba tratando de deshacerse de él y estaba tratando de detenerla.