Él se sentó a esperar a que salieran. Parecieron tomarse mucho tiempo. Finalmente, impaciente, gritó:
– ¿Henry?
– ¡Espere un momento! -contestó la señora Trimble-. Sólo necesito reducir un poco más la cintura. Su hermana está muy delgada.
Dunford se encogió de hombros. Él no lo sabía. La mayoría del tiempo ella usaba ropa de hombre holgada, y sus vestidos le sentaban tan mal que era difícil de determinar su figura debajo de ellos. Frunció el ceño, vagamente recordando la percepción que tuvo de ella cuando la besó. No podía acordarse de mucho, había estado medio dormido en aquel momento, pero se acordó que ella parecía tener una hermosa figura, sensual y femenina.
Justo entonces la señora. Trimble dio un paso atrás en el cuarto.
– Aquí esta ella, señor.
– ¿Dunford? -Henry asomó su cabeza en la esquina.
– No seas tímida, bribona.
– ¿Prometes no reírte?
– ¿De qué me reiría? Ahora sal.
Henry dio un paso adelante, con sus ojos llenos de esperanza, miedo y duda al mismo tiempo.
Dunford recobró su aliento. Estaba transformada. El color amarillo del vestido le sentaba a la perfección, realzando los rayos dorados de su cabello. Y el corte del vestido, revelaba su figura femenina muy contraria a la de un muchacho.
La señora Trimble había cambiado su peinado, soltando su trenza y dejándolo casi libre, solo sujetado por una pequeño invisible.
Henry mordisqueaba nerviosamente su labio inferior, mientras él la examinaba, ella exudaba una belleza tímida que era tan tentadora como enigmática. Pasó lo que él nunca hubiera imaginado, que ella tuviera algún hueso tímido en su cuerpo.
– Henry, -él dijo suavemente-, Estas, tú estás, tú… -Él buscaba la palabra justa pero no la podía encontrar. Finalmente le dijo precipitadamente-: ¡estás muy bonita!
– Es lo más bonito que alguien, alguna vez, me ha dicho, -expresó ella muy contenta-. ¿De verdad piensas así? -Ella respiró, y lo miro seriamente tocando el vestido-. ¿Piensas que me queda bien?
– Si tú sabes que es así, -él dijo firmemente. Contempló a la Sra. Trimble -. Lo llevaremos.
– Excelente. Le puedo traer algunos figurines para mirar, si usted desea más vestidos.
– Por favor.
– Pero Dunford, -Henry susurró urgentemente-, éste vestido es para tu hermana.
– ¿Cómo le podría dar ese vestido a mi hermana, cuando a ti te queda tan bien? -Él le preguntó en lo que esperaba fuese un tono práctico-. Además, ahora que pienso acerca de eso, tú probablemente necesitas tener algunos vestidos nuevos.
– Algunos de mis vestido ya no me quedan bien, -ella dijo, un poco cohibida.
– Entonces tendrás nuevos vestidos.
– Pero no tengo ningún dinero.
– Es un regalo mío.
– Oh, pero no te podría dejar hacer eso, -dijo ella rápidamente.
– ¿Por qué no? Es mi dinero.
Ella se vio destrozada anímicamente.
– No creo que sea correcto.
Él sabía que no era correcto regalarle los vestido, pero le dijo.
– Míralo de este modo, Henry. Si no te tuviese, tendría que contratar a alguien para manejar Stannage Park.
– Probablemente lo podrías hacer por ti mismo ahora, -ella dijo brillantemente, dándole una palmada reconfortante en el brazo.
Él casi gimió.
– Probablemente no tendría el tiempo para hacerlo. Tengo muchas obligaciones en Londres, tú lo sabes. De la manera que lo veo, tú me ahorras el sueldo de un hombre. Probablemente el sueldos de tres hombres. Un vestido o dos es lo menos que puedo hacer por ti, considerando ese hecho.
Bueno, desde ese punto de vista, no sonó muy impropio, decidió Henry. Y ella amaba ese vestido. Nunca se había sentido una mujer bonita antes. En este vestido ella aún podría aprender a deslizarse cuando caminara, como esas mujeres muy elegantes que parecían tener ruedas, y a las que ella siempre envidió.
– Está bien, -dijo lentamente-. Si piensas que es correcto.
– Sé que es correcto. Oh, ¿y Henry?
– ¿Sí?
– No te molestarías, si dejamos a la Sra. Trimble deshacernos de tu anterior vestido, ¿te disgustaría?
Ella negó con la cabeza agradecidamente.
– Está bien. Ahora acércate, por favor, y mira algunos de estos figurines. Una mujer necesita más de un vestido. ¿No piensas que tengo razón?
– Seguramente, pero no más de tres, -ella dijo con incertidumbre. Él entendió. tres era el limite que su orgullo le dejaba-. Probablemente estés en lo correcto.
Pasaron la siguiente hora escogiendo dos vestidos más para Henry, el primero del color azul profundo que Dunford había escogido antes, y uno de color verde mar, que la Sra. Trimble insistió que hacia resplandecer los ojos grises de Henry. Se los entregarían en Stannage Park dentro de una semana. Henry casi expresó impulsivamente que estaría encantada de regresar si era necesario. Ella nunca había soñado oírse hacer un viaje voluntario a Truro. No le gustó pensar que se estaba convirtiendo en una superficial porque un simple vestido podría hacerla feliz, pero tuvo que admitir que le daba un nuevo sentido de confianza en sí misma.
Por lo que respecta a Dunford, él ahora se dio cuenta de una cosa: Quienquiera que había escogido los horrendos vestidos, no había sido Henry. Conocía algunas cosas de la mente femenina, y podría deducir que ella tenía una elegancia nata.
Y se dio cuenta de otra cosa: Le hizo increíblemente feliz ver a Henry así de contenta. Fue una cosa realmente asombrosa.
Cuando alcanzaron el carruaje, ella no dijo nada hasta que estuvieron de camino a su casa. Finalmente ella lo miró suspicazmente y dijo:
– No tienes una hermana, ¿verdad?
– No, -dijo él quedamente, incapaz de mentir.
Ella guardó silencio por un momento. En ese instante colocó su mano tímidamente encima de la de él. Y dijo:
– Gracias.
Capítulo 7
Dunford se encontró extrañamente desilusionado cuando Henry bajó a desayunar al día siguiente llevando puesta una camisa de hombre y sus habituales pantalones bombachos.
Ella percibió su expresión, sonrió ampliamente y dijo, descarada.
– Pues bien, no esperarás que el único vestido que me queda bien se ensucie, ¿lo harías? ¿ No hemos hecho planes para visitar los limites de la hacienda hoy?
– Tienes razón, por supuesto. Lo he estado esperando con ilusión toda la semana.
Ella se sentó y se sirvió algunos huevos revueltos de la bandeja que estaba en mitad de la mesa.
– El hombre sabio quiere conocer y controlar lo que no conoce, exactamente como tú -dijo ella en voz alta.
Él se inclinó hacia adelante, con sus ojos brillando.
– Soy el rey de mi dominio, Aunque trates de olvidarlo, bribona, no te dejare.
Ella empezó a reír fuertemente.
– Dunford, pareces un señor medieval. Piensas realmente en forma tiránica, no sabía que tenías esa faceta.
– Es muy entretenida cuando sale a la superficie.
– Para ti quizá, -replicó ella, todavía sonriendo abiertamente. Él sonrió con ella, completamente ignorante de cómo esa expresión afectaba a Henry, que sintió un estremecimiento en el estómago, rápidamente tomó un poco de pan, esperando que la calmara.
– Apresúrate, Hen, -dijo impacientemente-. Quiero irme temprano.
La señora Simpson emitió "harumph" ruidoso para emitir su opinión sobre el asunto a pesar de que se encontraba camino a la cocina.
– Acabo de sentarme, -Henry protestó-. Probablemente me desmayaré a tus pies esta tarde si no como lo suficiente.
Dunford bufó.