– No pienses dejarme en mitad de la pista de baile.
– Te dejaría en el infierno si pudiese.
– Estoy seguro que lo harías, -él dijo serenamente-, y no tengo duda de que conoceré al Diablo con el tiempo. Pero mientras este aquí en la tierra, bailarás conmigo, y sonreirás.
– Sonreír, -" ella dijo calurosamente-, no es parte del trato.
– ¿Y qué trato es ese, mi estimada Hen?
Ella entrecerró los ojos.
– Un día de éstos, Dunford, vas a tener que decidir si te gusta o no como soy, porque honestamente, no puedo anticiparme a tus estados de ánimo. Un momento eres realmente el hombre más agradable que conozco, y al siguiente eres el mismo Diablo.
– “Agradable” es una palabra tan blanda.
– No me apuraría sobre eso si fuera tu, porque ese no es el adjetivo que usaría para describirte ahora mismo.
– Te reconforto, no tengo palpitaciones sobre eso".
– Dime, Dunford. ¿Por qué ahora te comportas como un desgraciado? Antes, esta tarde fuiste tan agradable. -Sus ojos se entristecieron-. Tan amable para reconfortarme me sentí tan bonita ".
Él pensó torcidamente que ella se veía más que “bonita.” Y esa era la raíz del problema.
– Me hiciste sentir como una princesa, un ángel. Y ahora…
– ¿Y ahora qué? -le preguntó en voz baja.
Ella lo miró a los ojos.
– Ahora estás tratando de hacerme sentirme como una puta.
Dunford se sintió como si le hubieran dado de puñetazos, pero le dio la bienvenida al dolor. No merecía menos.
– Eso,Hen -él finalmente dijo-, es la agonía del deseo no satisfecho.
Ella se quedó quieta.
– ¿Queeee?
– Me oíste. Tu no te has podido dar cuenta que te deseo ".
Ella se sonrojó y tragó nerviosamente, preguntándose si las quinientas personas que estaban en la fiestas se dieron cuenta de su aflicción.
– Hay una diferencia entre el deseo y el amor, milord, y no aceptaré lo uno sin lo otro.
– Como desees. -La música cesó, y Dunford ejecutó una reverencia apropiada.
Antes de que Henry tuviese posibilidad de reaccionar, él desapareció con la muchedumbre. Guiada por instinto, logró llegar por medio de astucia fuera del perímetro del salón de baile, intentando encontrar un cuarto de aseo donde podría tener algunos momentos de privacidad para recobrar la compostura. Fue emboscada, sin embargo, por Belle, quien dijo que había algunas personas que quería que Henry conociera.
– ¿Podrías esperar algunos minutos? Necesito ir al tocador. Creo… creo que tengo un rasgado en mi vestido.
Belle sabía con quién Henry había estado bailando y especuló que algo estaba fuera de lugar.
– Iré contigo, -declaró, para la consternación de su marido, quien sintió la necesidad de interrogar a Alex sobre por que las mujeres siempre necesitaban ir al tocador juntas.
Alex se encogió de hombros.
– Está destinado a ser uno de los grandes misterios de la vida, pienso. Yo por ejemplo temo mortalmente enterarme de lo qué, exactamente, hacen en tocador.
– Es donde conservan todo el buen licor, -dijo Belle impertinentemente.
– Con razón, entonces. Oh, a propósito, ¿habéis visto a Dunford? Quiero preguntarle algo. -Miró a Henry-. ¿No estabais bailando juntos?
– No tengo la más mínima idea de donde está.
Belle sonrió rígidamente.
– Os veremos más tarde, Alex. John. -Ella recurrió a Henry-. Sígueme. Conozco el lugar. -Ella la guió alrededor del borde del salón de baile con velocidad notable, deteniéndose sólo a tomar dos copas de champaña de una bandeja-. Toma, -dijo, dándole uno a Henry-. Podríamos necesitarlas.
– ¿En el tocador?
– ¿Sin hombres cerca? Es el lugar perfecto para un trago.
– Yo no siento muchas ganas de celebrar algo ahora mismo.
– Ya pensé que no, pero una bebida podría venir de perlas.
Caminaron por un pasillo, y Belle seguida de Henry llegaron a una habitación pequeña que estaba alumbrada con media docena de velas. Tenia un gran espejo que cubría una pared. Belle cerró la puerta y aseguro la puerta con llave.
– Ahora, -dijo enérgicamente-, ¿qué paso?
– Nada…
– No me digas que no paso “nada” pues no lo creeré.
– Belle…
– Ya me lo puedes decir, porque soy horriblemente curiosa y siempre averiguo todo tarde o temprano. Si no me crees pregúntale a mi familia. Serán los primeros en confirmarlo.
– Es sólo la excitación de la velada, te digo.
– Es Dunford.
Henry apartó la mirada.
– Es realmente obvio para mí que estás enamorada de él, -Belle dijo a secas-, así es que puedes ser honesta.
La cabeza de Henry se volvió para afrontarla.
– ¿Lo saben los demás? -Ella preguntó en un susurro que revoloteó a alguna parte entre el terror y la humillación.
– No, creo que no, -mintió Belle-. Y si lo hacen, estoy segura que todos ellos te animan con aplausos.
– Es inútil. Él no me quiere.
Belle alzó sus cejas. Ella había visto la forma en que Dunford miraba a Henry cuando pensaba que nadie estaba mirando.
– Oh, pienso que él te desea.
– Lo que quise decir fue, él no lo hace… no me ama, -Henry tartamudeó.
– Esa cuestión está a debate, -Belle expresó prudente-. ¿Te ha besado?
El sonrojo de Henry fue suficiente respuesta.
– ¡Así que lo hizo! Ya me lo imaginaba. Es una señal muy buena.
– No pienso así. -Los ojos de Henry se deslizaron al piso. Ella y Belle se habían convertido en muy buenas amigas después de estas dos semanas, pero nunca habían hablado tan francamente-. Él, um, él, um…
– ¿Él qué? -Belle aguijoneó.
– Cuando estábamos en el carruaje pareció que me quería, luego se volvió completamente frió y quiso separarse de mi. Él ni siquiera sujetó mi mano.
Belle tenía más experiencia que Henry e inmediatamente reconoció que Dunford estaba aterrorizado de perder el control.
Ella no estaba enteramente segura de por qué él estaba tratando de comportarse tan honorablemente. Cuando cualquier tonto podría ver que eran la pareja perfecta. Una indiscreción pequeña antes del matrimonio fácilmente podría ser pasada por alto.
– Hombres, -declaró Belle finalmente, tomando un trago de champaña-, pueden ser idiotas.
– ¿Perdón?
– No sé por qué continúan la gente creyendo que las mujeres somos inferiores, cuando está realmente claro que los hombres son los más lentos de entendimiento de lo dos.
Henry clavó los ojos en ella inexpresivamente.
– Considere esto: Alex intentó convencerse de que no estaba enamorado de mi prima sólo porque pensó que no quería casarse. Y John, este fue aún más estúpido, quiso apartarme a la fuerza porque se le metió en la cabeza que algo que ocurrió en su pasado le hizo indigno de mí. Dunford obviamente tiene alguna razón igualmente tonta para intentar mantenerte a distancia.
– ¿Pero por qué?
Belle se encogió de hombros.
– Si supiese eso, probablemente sería Primer Ministro. La mujer que finalmente comprenda a los hombres regirá el mundo, toma nota de lo que digo. A menos que…
– ¿A menos que qué?
– No puede ser esa apuesta.
– ¿Qué apuesta?
– Hace algunos meses aposté a Dunford que él estaría casado dentro de un año. -Ella miró a Henry apologéticamente.
– ¿Qué hiciste?
Belle tragó con inquietud.
– Creo que le dije que estaría amarrado, sujetado con grilletes a la pierna, y amándolo.
– ¿Me hace sentir miserable por una apuesta?-La voz de Henry aumentó de volumen considerablemente en la última palabra.
– No puede ser la apuesta, -Belle dijo rápidamente, percatándose que no había mejorado la situación.