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Pues no. Habían pasado de nuevo de largo.

Tim le acarició el cuerpo entero de nuevo como si tuvieran todo el tiempo del mundo. De nuevo los muslos, por fuera… por dentro, sí, vamos, un poco más, un poco más… pero no.

– Tim.

– Mmm… Me encantas -dijo él jugueteando con uno de sus pezones.

Natalia sintió una descarga y arqueó la espalda. Como no se diera prisa en darle placer de alguna forma, aquello iba a terminar mal.

– Tim.

– Aquí estoy.

Tal vez no supiera qué hacer. No pasaba nada. Natalia era una mujer del siglo XXI y podía mostrárselo.

Separó las piernas y echó las caderas hacia delante con decisión. Cuando sintió sus dedos en los muslos de nuevo, gimió e hizo un inequívoco movimiento pélvico.

– Ah -murmuró Tim-. Estás casi a punto…

– ¡Sin el casi! -le aseguró-. ¡Estoy ya ahí!

– ¿De verdad? A ver… -dijo adentrándose entre sus piernas y, por fin, parando en el lugar exacto.

Natalia gritó sin ningún pudor y Tim gimió al comprobar que tenía los dedos mojados.

– Tienes razón -admitió-. Estás a punto de…

– A punto, no -insistió Natalia gimiendo al volver a sentir sus dedos certeros-. ¡Estoy al borde ya!

– Estupendo… -dijo Tim acariciándola al ritmo perfecto.

Aquel orgasmo fue el mejor de su vida. Natalia apretó los puños, puso los ojos en blanco, echó la cabeza hacia atrás y se dejó llevar.

Aquellos dedos maestros la hicieron estallar y ver estrellas, fuegos artificiales y el Nirvana.

Cuando volvió a la normalidad, se encontró tumbada sobre el césped mirando al cielo con los ojos fijos.

– ¿Estás bien? -preguntó Tim.

Acababa de tener su primer orgasmo inducido por mano masculina. Un orgasmo con gritos y todo. Sintió que estaba sudando de pies a cabeza y se puso a reír.

– Supongo que eso es un sí -dijo él sonriendo.

Natalia se dio cuenta de que, maldición, al final, había llegado ella antes que él. No podía ser.

– ¿Hay más? -aventuró.

«Por favor, sí, sí».

Tim enarcó una ceja.

– Cuando hablas así, pareces una princesa de verdad.

– Más -repitió Natalia.

– Bueno, es que, tenemos un problemilla de preservativos, ¿sabes?

– En el bolsillo de atrás de mis pantalones -dijo Natalia.

– ¿Llevas preservativos?

– Amelia siempre me insiste.

– ¿Amelia? -dijo Tim sacando el preservativo y abriéndolo-. Bueno, da igual. Ya me contarás quién es en otro momento.

– ¿Me dejas? -dijo Natalia, que siempre había deseado hacer aquello-. Está… pegajoso, ¿no? Tim, me parece que esto no te va a caber -bromeó.

Tim se rió y lo tomó de sus manos.

– Claro que sí -dijo poniéndoselo-. ¿Ves?

A Natalia le costaba respirar y no podía apartar los ojos de su erección.

– Nunca había visto nada más sensual – confesó-. ¿A los hombres les gusta ver tocarse a las mujeres?

– Los hombres nos morimos por ver tocarse a las mujeres -le aseguró Tim.

Natalia deslizó una mano y comenzó a tocarse. Cuando estaba a punto de preguntarle si así estaba bien, Tim gimió de placer y la tumbó de espaldas sobre la hierba para colocarse encima de ella.

– ¡Oh! -exclamó Natalia al notar que se introducía en su cuerpo.

– Qué gusto -dijo Tim sin parar de besarla y de acariciarle el pelo.

«Desde luego», pensó ella.

Natalia quería más, lo quería todo.

Sobre todo, antes de que Tim se diera cuenta de que era la primera vez para ella.

Capítulo 11

– MÁS -dijo Natalia con tanta educación que a Tim le entraron ganas de reír.

Lo habría hecho si no hubiera estaba al borde del orgasmo.

– ¿Tim? -dijo ella abrazándole la cintura con las piernas e intentando adentrarlo por completo en su cuerpo-. He dicho que más.

– Sí, más -le prometió deslizándose dentro. Para cuando se dio cuenta de la verdad, ya era demasiado tarde.

Natalia se arqueó y lo miró sorprendida ante el dolor.

Tim se paró en seco, lo que no le resultó fácil pues ya iba enfilado con alegría hacia el orgasmo.

– Natalia, Dios mío.

Natalia parpadeó y una lágrima rodó por su mejilla.

– No te enfades, por favor -le pidió.

– No te muevas -dijo Tim apretando los dientes.

– Si no te mueves, me vas a matar -contestó ella.

– ¿Cómo?

Aquello no podía estar ocurriendo. Le estaba haciendo daño. Su peor pesadilla.

– Cariño, perdona… -se disculpó intentando retirarse.

Natalia le clavó las uñas en el trasero con fuerza.

– Espera -le dijo-. No me duele… -le aseguró.

– Natalia…

– Por favor -le pidió poniéndole la mano entre sus cuerpos.

Y Tim comprendió que le estaba gustando. Le estaba encantando, de hecho. Se estaba rozando contra sus dedos mientras lo hacía entrar y salir de su cuerpo.

Alcanzó el clímax un par de segundos antes que él porque Tim no pudo aguantar más al verla sumida en el más absoluto de los placeres.

Todavía se estaba estremeciendo cuando sintió algo frío y pegajoso en el trasero.

La señora Cerdo.

Tim giró la cabeza.

– Por amor de Dios…

Ong, ong.

– Maldita sea -dijo suponiendo que se había dejado la puerta del vallado abierta. Eso quería decir que los otros dos también se habrían escapado.

– ¿Algún problema? -dijo Natalia.

– Sí -contestó Tim jurándose no volver a recoger animales y preguntándose cómo podía ser virgen.

Y, sin embargo, allí estaba la prueba definitiva. Tenía los muslos manchados de sangre.

– Parece que tenemos público -dijo Natalia al ver a la señora Cerdo.

– Lo sé. Natalia…

– Espera -le pidió ella acariciándole la cara-. Por favor, no estropees este momento con un discurso ni nada parecido, ¿de acuerdo?

– Es que…

– Es que un discurso ahora sería lo peor.

– Natalia -insistió Tim tragando saliva-. Hay algo muy importante que deberías saber.

– No.

– Sí. El preservativo se ha roto.

– Oh, oh.

Tim gimió y se frotó la cara con las manos.

– Eh… Tim, ¿los preservativos caducan?

Tim se quitó las manos de la cara.

– No me digas que el preservativo tenía años.

– Está bien. No te lo digo.

A la mañana siguiente, Natalia se despertó y vio que el sol entraba a raudales por la ventana. Se estiró y se paró en seco al recordar tres cosas. Bueno, cuatro, pero lo del preservativo no contaba porque, ¿para qué preocuparse tan pronto?

Primero: estaba dolorida… aunque era un dolor relativamente agradable.

Segundo: por primera vez, no se había levantado antes que Tim para desayunar con él.

Tercero: se había enamorado de él.

Se había enamorado perdidamente de Timothy Banning.

No un poco, no, sino completamente.

No podía decírselo, claro, porque Tim era de esos hombres de honor chapados a la antigua que se sentiría en la obligación de hacer algo estúpido como pedirle que se casara con él.

Podía ser muchas cosas, pero, desde luego, no era una mujer dispuesta a embarcar a un hombre en una aventura tan importante si él no quería. Tenía que salir de él.

Debería haberse levantando pronto como todos los días para que Tim no se diera cuenta de que algo había cambiado. Pero era demasiado tarde.

La noche anterior, Tim había intentado hablar con ella entre que agarraba a la señora Cerdo y perseguía a Pickles, pero Natalia había intentado escapar también.

Al darse cuenta, había dejado a los animales y había corrido tras ella. Obviamente, había una pregunta en su cabeza y Natalia le había prometido contestarla al día siguiente antes de irse.

Antes de irse.

No sabía qué le parecía peor, si tener que enfrentarse a las preguntas de Tim o tener que irse. Ninguna de las dos cosas le hacía gracia. Quería estar sola para pensar.