Выбрать главу

– Sí -carraspeó Sally con un nudo en la garganta-. Tu comida es un poco rara y, la verdad, no me gusta, pero me caes bien -añadió abrazándola por sorpresa.

Tim observó la cara de Natalia. Estaba confusa y emocionada, a punto de llorar. Sus hombres estaban exactamente igual.

Red lo miró.

– No dejes que se vaya -le dijo con los labios.

¿Cómo?

– Deja de comer chocolatinas y comida basura -dijo Natalia abrazando a Sally.

– Lo haré -le prometió la chica apartándose para dejarle el turno a su hermano.

Tim miró a Natalia a los ojos. Sabía que, si se iba, princesa o mujer, su vida no iba a volver a ser la misma. No tendría su sonrisa, su risa, sus desafíos. Natalia le había hecho ser mejor persona, le había abierto el corazón y no podía permitir que se fuera.

– Natalia.

Se acercó y los dos guardaespaldas se acercaron.

– ¿Podrían dejarnos un momento a solas?

– No -contestó uno de ellos.

– Bien -dijo Tim agarrando a Natalia de las manos-. Quiero decirte una cosa.

Natalia parecía impaciente por irse. No paraba de mirar al helicóptero.

– ¿Sí?

– No te vayas.

Natalia lo miró con los ojos muy abiertos.

– ¿Cómo?

– No te vayas -repitió Tim.

– Pero… el trabajo era temporal, solo hasta que me repusiera -dijo Natalia tragando saliva-. Ya estoy bien, Tim, y esta gente cuidará de mí.

Tim no le soltó las manos.

– Esto no tiene nada que ver con el trabajo.

– ¿Entonces?

Quería saberlo en ese preciso instante, delante de todos.

– Venga -lo animó Red.

– Vamos -jaleó Seth-. Díselo.

– Entonces, tiene que ver con nosotros… Porque te quiero.

A aquella confesión siguió un coro de silbidos y gritos de júbilo.

Cuando terminó, el silencio de Natalia cayó como una bomba.

Capítulo 13

– ME quieres -dijo Natalia lentamente. No se podía creer que aquella voz tranquila y calmada fuera la suya. Nadie se había dado cuenta de que le temblaban las piernas.

– Sí -dijo Tim sonriendo desarmado mirando a su público-. ¿Podríamos entrar en casa y hablarlo?

– Claro que no, joven -intervino Amelia-. Siempre tiene que haber una carabina con Su Alteza.

– Amelia, por favor -sonrió Natalia-. Llevo con él toda la semana.

– ¿Qué? -gritó la niñera horrorizada.

– No es lo que tú te crees -mintió Natalia para tranquilizarla-. Quiero decir que he estado trabajando, cocinando, ayudando… Oh, Amelia, si supieras lo bien que me he sentido ganándome el sueldo -dijo abrazando a la mujer de nuevo.

– Tú no necesitas ganarte ningún sueldo.

– Ya lo sé, pero…

– Perdón -intervino Tim-. ¿Hola? Estábamos hablando de algo muy importante, ¿recuerdas? -añadió saludando con la mano y tomando a Natalia de los hombros. Al demonio con los guardaespaldas.

Natalia lo miró a los ojos y vio lo que había soñado toda la vida con ver.

– Me quieres -dijo-. A mí, a la mujer.

– Te quiero, sí, a ti, a la mujer que me hace reír, a la mujer que alegra mis días, a la mujer con la quiero envejecer.

– Pero no sé cocinar comida americana.

– No, pero siempre habrá chocolatinas y comida basura. Natalia, cásate conmigo.

– ¿Y mi lado de princesa? -preguntó ella aguantando la respiración. Amelia hizo un movimiento a sus espaldas y temió que fuera a golpear a Tim con la sombrilla antes de que le diera tiempo de contestar-. ¿Tim? Me quieres, sí, a la mujer, pero, ¿qué hacemos con la princesa?

– Que se quede también -contestó Tim agarrándole la cara con aquellas manos tan grandes que tanto le gustaban-. Lo quiero todo, el lote completo, Natalia. El cuero, los vaqueros y hasta los pintalabios azules. Quiero todo de ti… -se interrumpió y miró a los guardaespaldas-. Supongo que ellos no vendrán con nosotros de luna de miel, ¿no?

Natalia se quedó sin respiración.

– ¿Luna de miel?

Tim le apartó un mechón de pelo de la cara y le acarició la cara.

– ¿Te quieres casar conmigo? Así, me vigilarás para que no recoja más animales de geriátrico y no coma demasiado chocolate.

– Me encantan tus animales de geriátrico -contestó Natalia con lágrimas en los ojos-, pero…

– De peros nada, ya has oído a Amelia.

– No puedo pedirte que dejes esto -susurró-. Sé que significa mucho para ti y mi casa, mi familia, significan mucho para mí también.

– Tiene que haber una manera de combinarlos -dijo Tim desesperado-. Podría dejar a Sally la mitad del año con el rancho.

– No hay problema -dijo su hermana.

Natalia lo agarró de las muñecas y lo miró sinceramente sorprendida.

– ¿Estarías dispuesto a dejar el rancho? ¿Te vendrías a vivir conmigo a un país que nunca has visto?

Tim se acercó y la besó.

– Natalia, me iría a la luna si tú me lo pidieras. Lo único que quiero es estar contigo.

Natalia no quería ni parpadear por miedo a que aquel hombre perfecto, fuerte, bueno y sorprendente desapareciera.

– Quiero vivir en Texas.

Amelia carraspeó.

– Es cierto -dijo Natalia sin dejar de mirar a Tim-. Lo siento, Amelia, pero estoy enamorada de él.

Amelia gimió, sacó un pañuelo del bolso y se puso a llorar a todo llorar.

– ¿Amelia? ¿Estás llorando? -preguntó Natalia anonadada. No había visto llorar a su niñera en la vida.

– Cariño -dijo Amelia entrecortadamente.

Estaba llorando tan fuerte que la señora Cerdo se puso a gruñir y Pickle no tardó en unirse.

– Me estás asustando -dijo Natalia.

– No te puedes ni imaginar cuánto tiempo llevaba esperando algo así -dijo Amelia-. Es amor de verdad. Es lo más bonito que he visto en mi vida. Vas a ser tremendamente feliz.

– Todavía no ha dicho que sí -apuntó Tim.

– No -dijo Amelia secándose las lágrimas-, es cierto.

– Quiero oírtelo decir.

– Te quiero -dijo Natalia con convicción-. Te quiero, Timothy Banning, y no quiero que abandones nada por mí. De verdad, quiero vivir aquí -le aseguró-. Vendrás a verme a menudo, ¿verdad? -añadió mirando a su niñera.

– Claro que sí.

Tim estaba pasmado.

– Solo una cosa -dijo Natalia.

– Lo que quieras.

– Si no me he quedado embarazada después de lo del preservativo roto…

Amelia gritó horrorizada y golpeó a Tim con la sombrilla.

– ¡Eh! -exclamó él cubriéndose con el brazo.

– No fue culpa suya, Amelia -le aseguró Natalia-. Es que no le cabía…

Los allí reunidos comenzaron a gritar de nuevo.

Tim sintió que se sonrojaba como en su vida.

– Se lo está inventando -dijo cerrando los ojos.

– Como iba diciendo… -dijo Natalia-. Si no estoy embarazada, me gustaría estarlo. ¿Te parece bien?

Tim abrió los ojos y la estrechó entre sus brazos.

– Me parece perfecto -contestó-. Te quiero, princesa.

– Alteza Real -lo corrigió Amelia.

– ¿Qué tal princesa del salvaje Oeste? – propuso Red.

– No, mejor, la horrible pesadilla se convierte en mi adorable cuñada -dijo Sally.

– ¿Qué os parece señora de Banning? -preguntó Tim.

– Perfecto -contestó Natalia.

Jill Shalvis

***