– Esta vez es diferente, papá -dijo Sophie, esperando que nunca supiera lo «diferente» que era.
Joe no sabía que el chico de Londres que le había roto el corazón era Nick, y Sophie rezaba para que no se enterase nunca. Su padre no podría soportar que su yerno hubiera roto el corazón de una de sus hijas para hacer feliz a la otra. Y tanto su madre como su padre se llevarían un disgusto al descubrir que les habían ocultado la verdad durante tanto tiempo.
– Eso espero -dijo Joe.
Harriet apareció entonces con una botella de champán en la mano y cuatro elegantes copas de cristal.
– Ha sido una sorpresa maravillosa -dijo, dándole la botella a su marido-. Cuando Melissa me llamó para darme la noticia, no me lo podía creer. ¿Cuándo ha ocurrido?
– El fin de semana pasado -contestó Sophie.
– Pero estuviste aquí el fin de semana pasado y no dijiste nada. Deberías habérmelo dicho, Sophie. Al fin y al cabo, soy tu madre. No entiendo por qué lo has mantenido en secreto.
– Es que todo ocurrió de forma repentina -intervino Bram.
– ¡De forma repentina! Pero si os conocéis de toda vida.
– Ya, pero esto es diferente. Debo admitir que yo estoy enamorado de Sophie desde hace tiempo, pero pensé que ella sólo quería que fuésemos amigos. Y entonces, el fin de semana pasado… en fin, todo cambió. ¿Verdad, Sophie?
Ella sonrió, impresionada por lo convincente que parecía. ¿Quién habría pensado que Bram, el honesto Bram Thoresby, sería tan buen actor?
– No queríamos que fuera un secreto, mamá. Pero es que todo era muy nuevo para nosotros y…-Además, Sophie tenía que volver a Londres. Habíamos pensado daros la noticia este fin de semana, pero Sophie habló por teléfono con Melissa y se le escapó.
– Y, en fin, aquí estamos. Vosotros sois los primeros en saberlo después de Melissa, lo prometo.
Harriet sonrió mientras su marido llenaba las copas.
– En fin, enhorabuena. Nos alegramos muchísimo por los dos.
– Por vosotros -brindó Joe Beckwith.
– Gracias -sonrió Bram.
– Gracias, mamá. Gracias, papá -Sophie sonrió también, un poco incómoda. No le gustaba engañar a sus padres. Y sería horrible cuando tuvieran que decirles que «habían roto».
Harriet y Joe Beckwith se quedaron mirándolos entonces, como si esperasen algo… un beso, debían estar esperando que se besaran, pensó. Tampoco sería tan horrible, un besito en los labios sin más, pero Sophie se sentía como una colegiala.
Cuando se volvió hacia Bram, él la miraba con un brillo burlón en sus ojos azules. Tampoco le haría mucha ilusión besarla, pensó. Pero la tomó por la cintura e inclinó la cabeza para darle un beso en los labios.
Un beso que duró más de lo que ella había previsto. No había imaginado que… en fin, que le gustaría tanto. Era raro besarlo en los labios, pero al mismo tiempo, agradable, estimulante. Muy, muy estimulante.
Y muy turbador, pensó, mirándolo con cara de absoluta sorpresa.
– ¡Voy a buscar mi cámara! -exclamó Harriet, dejando su copa sobre la mesa-. ¡No os mováis!
El beso no podía haber durado más de unos segundos. Bram y su padre estaban charlando y Sophie miraba de uno a otro, un poco mareada. ¿Cómo podían portarse de una forma tan normal? ¿No se daban cuenta de que allí pasaba algo? Sophie tenía la sensación de estar en un universo paralelo, donde todo era familiar y extraño al mismo tiempo.
Bram hablando con su padre como si no pasara nada… ¿cómo podía ser? ¿No había sentido un escalofrío, un algo que meros amigos no deberían sentir cuando se besaban?
– ¡Aquí estoy! -anunció Harriet, cámara en mano-. Necesito una fotografía de los dos para rubricar vuestro compromiso.
Su madre, que siempre se había creído una gran fotógrafa, los hizo posar frente a la chimenea.
– Sólo haré fotografías de la cara. Espera, Sophie, quítate el jersey… es horrible -le ordenó. Naturalmente, la camisa que llevaba debajo estaba arrugada-, ¿Es que nunca planchas la ropa, hija? Bueno, da igual. Es mejor que el jersey. Ahora poneos ahí, con las copas en la mano… así. Pásale el brazo por la cintura, Bram. Así, perfecto. ¡Sonreíd!
Sophie nunca había tenido menos ganas de sonreír. Por primera vez en su vida, notar el brazo de Bram en su cintura, el brazo tan fuerte, tan masculino de Bram, la ponía nerviosa.
– ¡Sophie! -exclamó su madre, exasperada-. ¿Por qué pones esa cara? Acércate un poco más a Bram y sonríe, hija. Ya sé que no te gustan las fotografías, pero hoy es un día especial.
Suspirando, ella hizo lo que le pedía. Se apoyó en el sólido torso de Bram, un torso en el que una podía apoyarse y sentirse segura para siempre.
Eso ya lo sabía, por supuesto, pero por alguna razón aquel día le parecía diferente. El beso la había puesto nerviosa, pensó. Tenía que ser eso.
– Así está mejor. Venga, daos un beso.
– Mamá…
– Venga, Sophie, son las fotografías del compromiso. ¿Es que te da vergüenza?
Bram la miró, intentando disimular una sonrisa.
– A veces es más fácil hacer lo que te piden -dijo en voz baja.
Al menos aquella vez estaría preparada, pensó ella. Pero aunque lo estaba, no pudo evitar estremecerse de nuevo… y fue peor porque, además de un escalofrío, sintió un inexplicable deseo de que el beso no terminase nunca.
Sophie sentía como si no pesara nada, como si ahora estuviera entre un universo y otro, en un sitio extraño donde lo único real era aquel beso. Se olvidó de que estaba en casa de sus padres, se olvidó de que aquél era su amigo Bram y se dejó llevar por el calor de sus labios dejando un escapar un gemido de placer…
– Tu madre sólo quiere una fotografía, no un vídeo de tres horas.
La voz de Joe Beckwith la sacó de aquel momentáneo estado de trance.
– Perdón -murmuró Bram, poniéndose colorado.
– No tienes que disculparte, hombre -rió su padre-. Si te hubieras conformado con un besito me habría preocupado… Pero bueno, ¿qué os pasa? Cualquiera diría que no os habéis besado nunca.
Sophie miró a Bram.
– No seas tonto, papá -dijo, soltando una risita un poco extraña.
Harriet dejó la cámara y tomó su copa de champán mientras los cuatro se sentaban frente a la chimenea.
– Tenemos que organizar una fiesta -anunció.
Sophie sentía como si no tuviera huesos. Sobre todo en la zona de las rodillas. Afortunadamente, se habían sentado antes de que cayera al suelo desmayada.
– ¿Una fiesta?
– Melissa y Nick también querrán celebrar vuestro compromiso, claro. ¿Qué tal la semana que viene?
Sophie hizo un desesperado esfuerzo por sobreponerse. Tenía que olvidar el beso y concentrarse en lo que su madre estaba diciendo. ¿Qué estaba diciendo? Ah, sí, una fiesta de compromiso.
– ¿No podemos dejarlo para más tarde, mamá? Tengo que volver a Londres para recoger mis cosas y no sé cuándo podré venir.
– Pero tenemos un millón de cosas que hacer antes de la boda y no hay mucho tiempo antes de Navidad.
Sophie miró a su madre con un horrible presentimiento.
– ¿Qué tiene que ver eso?
Harriet apartó la mirada.
– Me he encontrado con el párroco esta tarde y resulta que el día veinticuatro por la mañana tiene la iglesia libre. Por supuesto, tendríais que ir a hablar con él vosotros mismos, pero le he pedido que no se comprometa con nadie más. Quizá podríais hablar con él mañana para confirmarlo…
– ¿Qué? -exclamó Sophie, tan enfadada que no encontraba palabras-. ¡Tú no tenías por qué hablar con el párroco, mamá! Acabamos de deciros hace cinco minutos que estamos comprometidos y… a lo mejor no queremos casamos por la iglesia.
– Tonterías. Claro que os casaréis por la iglesia -la interrumpió su madre-. Seguro que Molly también lo habría querido así. ¿Verdad, Bram?
Al ver a Sophie tan enfadada, él apretó su mano.