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Aunque había pensado muchas veces en la idea de acostarse con él. En realidad, pensaba demasiado en ello. Especialmente por la noche, cuando estaba sola en su habitación.

Ella, su amiga, tenía su particular punto de vista sobre el asunto:

– ¿Y qué si sigue enamorado de tu hermana? -le había dicho cuando fue a Londres a recoger sus cosas-, Cuando esté contigo se olvidará de Melissa. ¿Por qué no te decides a pasarlo bien? Sólo tenemos una vida, Sophie. ¿Y qué si esta boda no es de cuento de hadas? Lo que tienes que hacer es fabricar tu propio cuento de hadas, cariño. ¡Y mientras lo haces, pásalo lo mejor posible!

Por un lado le gustaría seguir el consejo de su amiga, pero no le resultaba fácil sacar el tema. Bram había vuelto a ser su amigo, como ella quería. Y los besos…estaba deseando olvidarlos y volver a ser la de siempre, pero ahora, perversamente, encontraba frustrante que Bram se mostrase tan cómodo con ella.

Quizá para él estaba siendo más difícil de lo que había pensado, especulaba Sophie. Pero fuera cual fuera la razón, lo de acostarse juntos parecía haber quedado aparcado por el momento.

Dormían en camas separadas, se veían a la hora del desayuno y todo iba bien. Sophie se había lanzado de cabeza al trabajo de la granja, ayudando a Bram en todo lo posible y cocinando para los dos. Aquel día lo había pasado limpiando el granero porque él había prometido regalarle un torno. Era un regalo muy generoso pero, según Bram, si le iba bien con la cerámica ganaría dinero y eso sería bueno para los dos.

– Ya sabes que a tu madre le encanta hablar de di versificación. Ésta es mi oportunidad de quedar bien con ella -bromeaba.

Pues allí estaba su madre, exasperada porque, según ella, Sophie no aportaba idea alguna para la boda.

– Deberías olvidarte del granero por el momento y dedicarte a organizar tu boda, hija. ¿No te das cuenta del poco tiempo que tenemos?

– Pero pensé que tú lo tenías todo pensado -protestó Sophie.

– Hay que tomar muchas decisiones y yo no puedo tomarlas todas.

Su madre empezó a hablar de la lista de invitados, de cómo debían ser fas invitaciones… y luego, tranquilamente, siguió con las ventajas de ofrecer champán y canapés en lugar de un buffet al uso, mientas Sophie asentía con la cabeza mirando por la ventana.

Había nevado por primera vez esa noche y el valle se había convertido en un paisaje de cuento. Hacía frío, pero era agradable y Sophie pensaba lo divertido que sería estar jugando en la nieve con Bram y Bess…

– ¡Sophie, no me estás escuchando!

– Ah, perdona, mamá… sí, sí, champán y canapés, me parece muy bien.

– Podrías mostrar un poquito de interés, hija. Es tu boda.

– Lo importante es que Bram y yo vamos a casarnos, mamá. El resto da igual, ¿no te parece?

– A mí no me da igual -replicó su madre, indignada-. No quiero que todo el pueblo piense que tu padre y yo no hemos podido darte una boda como Dios manda. Ya va a ser mucho más discreta que la de Melissa… Pero eso es lo que Bram y tú queréis…

– Seguro que a nadie le importa cómo sea la boda, mamá -intentó convencerla Sophie. Pero su madre sacudía la cabeza, sorprendida por la ingenuidad de su hija.

– Siempre has sido una romántica -suspiró, sacando una lista del bolso-. Vamos a ver… ah, sí, el vestido. ¿Has visto alguna ya?

– Esto… no.

– ¡Pero Sophie…!

– Mamá, no he tenido tiempo. Pero te prometo que mañana iré a York.

– Será mejor que vaya contigo -dijo Harriet Beckwith-. Es muy difícil elegir un vestido de novia. Pero si no quieres que vaya… -su madre asumió de inmediato su famosa expresión de mártir.

– Claro que quiero. Pero como sé que tiene tantas cosas que hacer…

– No, no, de eso nada. Es la boda de mi hija y no hay nada más importante que eso. Qué pena que Melissa no pueda venir. Sé que le encantaría, pero me ha dicho que está muy ocupada con el nuevo catálogo… Ah, por cierto, he hablado con ella sobre la cena de compromiso que, al final, no organizamos nunca, y tanto Nick como ella están de acuerdo en que el sábado sería un día perfecto.

Ah, muy bien. Pero a su madre no se le había ocurrido preguntarle ni a ella ni a Bram si era el día perfecto, pensó Sophie. Podría inventar una excusa, pero no era fácil viviendo en una granja aislada, cuando todo el mundo sabía que no iban a ninguna parte.

La falta de vida social no era un problema para ella. Le encantaba sentarse en el sofá del salón por las noches, leyendo, dibujando posibles diseños para sus objetos de cerámica o charlando con Bram mientras miraban el fuego de la chimenea.

Pero tarde o temprano tendría que enfrentarse con Nick, pensó, fatalista. Y el sábado era un día como cualquier otro.

– Muy bien. Se lo diré a Bram.

– A mí me parece estupendo -dijo él, cuando se lo contó esa noche-. ¿Tú estás dispuesta?

– Qué remedio -suspiró Sophie.

Pero, en realidad, la reacción ante la noticia de que tendría que ver a Nick le había producido más irritación que otra cosa. Había pensado muy poco en él desde que vivía con Bram. Quizá porque estaba demasiado ocupada planeando su futuro.

La idea de ver a Nick no era en absoluto agradable y temía sucumbir de nuevo a la irresistible atracción que había sentido por él, pero al menos no le parecía tan intolerable como antes. ¿Sería posible que, al fin, lo estuviese olvidando?

– No me apetece mucho verlo, pero supongo que cuanto antes me lo quite de encima, mejor.

Bram pensaba lo mismo. Lo que no había pensado era que se sentiría tan feliz teniendo a Sophie a su lado cada día. Ella alegraba la granja… alegraba su vida con su presencia. Y cada vez que la miraba, riendo, con el pelo flotando alrededor de la cara, se le encogía el corazón. Cada vez que la veía frente a la chimenea o haciendo café, sentía un gozo inexplicable.

Intentaba recordarse a sí mismo que era Sophie, su amiga de toda la vida, la misma chica de siempre, pero… Nunca había pensado en quitarle todas esas capas de ropa que llevaba, pero ahora no dejaba de pensar en ello.

En fin, no sabría lo que había bajo la ropa hasta que Sophie dejase de amar a Nick. Y esperaba que cuando por fin volviese a verlo, se diera cuenta de que el amor que sentía por él no era tan fuerte como había creído.

A menudo se preguntaba si su amor por Melissa estaba basado en un bonito recuerdo más que en la realidad. No podía recordar cómo era- Quizá no lo había sabido nunca. Sólo recordaba la emoción que experimentaba estando a su lado, la admiración que sentía por su belleza.

Pero ahora… ahora no sabía lo que sentía. De lo único que estaba seguro era de que Sophie era su amiga. Y era más fácil seguir siendo amigos que estropearlo todo pensando demasiado en que algún día serían amantes.

En cualquier caso, no tenía sentido pensar en ello, se dijo, hasta que Sophie hubiese olvidado a Nick… y para eso podría pasar mucho tiempo.

Mientras tanto, seguirían siendo amigos y él tendría que dejar de mirar sus labios o la curva de sus hombros o el invitador hueco de su garganta…

O lo intentaría, al menos.

La madre de Sophie fue a buscarla al día siguiente para ir a York. Dejaron el coche a las puertas de la ciudad, ya que la zona antigua era peatonal, y fueron caminando hasta la tienda. A Sophie siempre le había encantado pasear por las viejas calles de York, pero aquel día pasear era absolutamente imposible.

Porque su madre tenía una misión. Y cuando su madre tenía una misión era imposible convencerla de nada.

– Vamos a la tienda donde compramos el vestido de novia para Melissa. Seguro que allí tendrán uno perfecto para ti…