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No. Y convencer a Nick era lo más importante, se recordó Bram a sí mismo.

– Supongo que Nick te compró un anillo de diamantes.

– Pues sí, la verdad es que sí.

– ¿Y qué fue de él?

– Se lo devolví -contestó Sophie, temblando bajo el abrigo. No sabía por qué, de repente, tenía tanto frío.

El anillo que le regaló Nick no tenía un diamante espectacular, pero ella se había sentido tan emocionada que no lo habría cambiado ni por el Koh-i-Noor, la piedra más grande del mundo.

Bram recordaba su expresión cuando le contó lo enamorada que estaba de Nick, y se sintió avergonzado de sus celos. Por supuesto, era lógico que para Sophie el anillo de Nick fuera un tesoro mientras el que él le había regalado no era más que para cubrir las apariencias.

– Lo siento, Sophie. Perdona el tono… es que estoy un poco cansado. ¿Tienes que comprar algo más?

Volvieron a casa en silencio y había anochecido cuando llegaron a la granja. Mientras Bram iba a ver al ganado, acompañado por una emocionada Bess, que había estado sola todo el día esperando en la verja, Sophie no sabía qué hacer. Paseaba por la cocina, colocando cosas y volviendo a colocarlas donde estaban antes. ¿Qué había pasado? ¿Por qué, de repente, Bram y ella no podían comportarse de forma normal?

¿Había tomado la decisión equivocada al decirle que se casaría con él?, se preguntó.

Pero cada día era más difícil volverse atrás porque los preparativos estaban muy avanzados. Y aquella noche tenían que cenar con su familia…

Y con Nick.

Después de temerlo durante tanto tiempo, Sophie sentía un extraño deseo de verse cara a cara con él. Cuando lo viese sabría lo que sentía, pensaba, y quizá estaría menos confusa.

Se tomó su tiempo para arreglarse y, cosa poco habitual en ella, se pasó el cepillo por los indómitos rizos para darle un poco de estilo a su peinado. Para que su madre no pusiera el grito en el cielo, se pintó los labios y se dio un toque de colorete en las mejillas. Después, quitó la etiqueta del vestido con una tijera, se puso los zapatitos color bronce y, como único adorno, unos discretos pendientes que su amiga Ella había diseñado… bueno, todo lo discretos que podían ser.

Luego se miró al espejo y se sintió más segura de sí misma, más fuerte.

Cuando bajó al salón, Bram estaba esperándola. Poco acostumbrado a llevar corbata, estaba pasándose una mano por el cuello de la camisa, pero al verla se quedó inmóvil.

Estaba preciosa… incluso más preciosa que en la tienda. Bram no sabía qué había hecho para tener otra apariencia, pero era evidente que se había esmerado.

Y también era evidente por qué, pensó entonces: porque quería que Nick viese lo que se había perdido.

– Estás guapísima-le dijo, pero su voz sonaba extrañamente plana.

– Gracias -sonrió ella-. La verdad es que me siento como si fuera otra persona.

Bram la estudió, pensativo. A pesar de que sus rizos estaban un poco más controlados que de costumbre tenía un aspecto muy sexy, como si acabara de levantarse de la cama.

– Pues yo creo que eres la de siempre -murmuró.

Y entonces cometió el error de mirarla a los ojos. Atrapado en aquel río de aguas verdes, Bram no podía decir nada y pasó una eternidad hasta que logró, haciendo un esfuerzo, apartar la mirada.

«Di algo, lo que sea».

– ¿Estás bien, crees que podrás soportar ver a Nick?

– Estoy bien -contestó ella-. Curiosamente, estoy deseando verlo. No sé por qué.

– No sé si debería ir yo -intentó bromear Bram-. A lo mejor molesto.

– No, no. Te necesito a mi lado. ¿Tú cómo estás?

– ¿Yo?

– Melissa también estará en casa de mis padres. Y sé que también es difícil para ti.

Cuando Sophie lo tomó del brazo, Bram tuvo que tragar saliva. El olor de su pelo, su proximidad, su calor…

– Más de lo que te puedas imaginar -contestó por fin.

Un BMW nuevo estaba aparcado en la puerta de la granja Glebe cuando llegaron. Nick y Melissa ya estaban allí.

Bram aparcó el Land Rover al lado del lujoso coche y apagó el motor. Pero antes de bajar tomó la mano de Sophie, que parecía nerviosa.

– ¿Todo bien?

– Sí, todo bien -contestó ella.

La puerta se abrió justo en ese momento y los dos pudieron ver la silueta de su madre recortada en el umbral.

– Será mejor que vayamos -dijo Bram-. Ah, espera… esto está lleno de barro y no querrás estropearte los zapatos. Venga, te llevo en brazos. Un servicio más para la señorita.

Algo en su sonrisa hizo que Sophie se sintiese… rara.

– No puedes llevarme en brazos. Peso mucho.

– Tonterías. No pesas más que el ternero que tuve que arrastrar el otro día -insistió él- Venga, deja de discutir. Ya sabes que tu madre estará dándote la charla durante toda la cena si apareces con los zapatos llenos de barro.

Eso era cierto. De modo que Sophie se dejó llevar en brazos, nerviosa mientras Bram la apretaba contra su pecho. Sólo duró unos segundos, pero cuando la soltó, sintió frío… o, más bien, sintió que le faltaba algo.

– ¡El vestido que te gustaba! -exclamó su madre-. Estás muy guapa, hija. ¿Ves lo que puedes conseguir haciendo un pequeño esfuerzo?

Cuando entraron en el salón, la conversación se interrumpió bruscamente. Sabiendo que nadie lo miraba a él, Bram pudo estudiar las expresiones de los demás mientras admiraban a Sophie.

Joe Beckwith parecía asombrado y orgulloso; Melissa, sorprendida y encantada; y Nick, sencillamente estupefacto.

– Estás preciosa, hija -Joe Beckwith fue el primero en hablar, mientras se inclinaba para darle un beso en la mejilla-. ¿De dónde has sacado ese vestido de princesa?

– Me lo ha regalado Bram -contestó ella, sorprendida por lo normal que sonaba su voz.

Luego se volvió hacia su hermana, tan exquisita como siempre con un vestido negro de corte clásico… el tipo de vestido que Sophie jamás podría ponerse.

– Hola, Mel.

– ¡Sophie, estoy tan contenta de verte! -Melissa la abrazó con cariño-. Papá tiene razón, estás guapísima.

Sophie rió, un poco avergonzada por tanta admiración.

– No creo que nadie dijera eso si me viera a tu lado.

– Claro que lo dirían -insistió su hermana.

Tenía razón, pensó Bram. Sophie nunca tendría la perfecta belleza de su hermana, pero era mucho más viva, más alegre. En realidad, Melissa palidecía a su lado.

Melissa se acercó a él entonces.

– ¡Bram! Qué alegría verte -exclamó, abrazándolo-. No sabes cuánto me alegro de que vayáis a casaros.

Sophie observaba la escena, nerviosa. Debía de ser terriblemente difícil para él abrazar a la mujer de sus sueños pero no poder besarla más que como un hermano. Era lógico que estuviera tan tenso en York. Seguramente temía ver a Melissa tanto como ella ver a Nick.

– Y aquí está Nick -dijo entonces su padre, sorprendido por cómo Sophie ignoraba a su cuñado.

Ella se volvió para saludarlo.

Nick, el amor de su vida. Nick, por quien su corazón había latido tanto tiempo.

¿Durante cuántos meses había temido ese momento, esperando sentirse desolada, derrotada? Y ahora que estaba allí, su corazón no hacía nada en absoluto. Nada. Su atención estaba centrada en Bram y Melissa. Y en lo que podrían estar diciéndose.

– Hola, Nick.

Capítulo 8

SOPHIE, estás increíble! -exclamó Nick con esa voz que antes hacía que le temblasen las rodillas. Luego la besó…demasiado cerca de los labios para gusto de Sophie, que se apartó de inmediato.

Estaba igual que siempre. El mismo pelo oscuro, la misma arrogancia, los mismos ojos, la misma postura de hombre que lo controla todo. El macho Alfa, desde luego. Su corazón debía estar latiendo como loco, su pulso acelerado… pero no era así.

Sophie no podía creerlo. Cuando lo miraba sólo sentía cierta curiosidad porque el recuerdo de Nick era mucho más intenso que el propio Nick.